Pre-Adolescencia.

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 "El niño experimenta cambios biológicos y sociales, así como transformaciones cognitivas que le van a permitir enfrentarse a las tareas intelectuales propias de un adulto."

Cuando sos pequeña y lo vestís a tu hermano con tu propia ropa, no pensás en las repercusiones a futuro. Te parece gracioso y como él no se molesta o se enoja, tan solo disfrutás el momento breve de diversión. A esa edad yo no razonaba lo suficiente como para poder saber que mi hermano cuestionaría su sexualidad mucho después. Era inocente diversión.

Pero no todos los días eran así. Las noches de tormenta él se refugiaba en mi cama por el miedo a los rayos. En el invierno, cuando tenía vacaciones, armábamos un fuerte con colchones y frazadas. Tardábamos más en construirlo que en jugar dentro de él. Yo siempre proponía destruirlo y él, al ser menor que yo, me obedecía de mala gana. Esa mala gana se le iba con el simple acto de saltar sobre el fuerte. Nos reíamos tanto que mi hermano no se daba cuenta y se orinaba en sus pantalones. Un asco total. Por suerte mi mamá lo cambiaba. No quería imaginar lo asqueroso que eso era.

Al tener mi hermano, Nahuel, cinco años, ya asistía al jardín. A mi parecer no hacía nada más que comer y dormir porque cuando yo llegaba a casa de la escuela él tenía todas las pilas puestas. Yo siempre me quejaba de eso. Una volvía cansada de la escuela y lo primero que quería hacer era dormir; pero como el muchachito quería jugar yo tenía que distraerlo... ¡como si fuera su madre!

Esos días realmente no lo aguantaba. No aguantaba sus gritos, no aguantaba su emoción por todo, no aguantaba su voz. Simplemente no lo aguantaba y por más que la voz de mi madre constantemente me dijera "es tu hermano, es tu obligación de cuidarlo" yo sólo quería ignorarlo. Por suerte para ella, nunca tuve ningún pensamiento más oscuro.

Pero si tuve intenciones malvadas. Vestirlo con mi ropa me sacaba esos pensamientos de odio hacia mi misma sangre, y ponía una sonrisa en mi cara. Como dije, él tampoco se enojaba. Es más, él sonreía ampliamente mientras desfilaba por lo que en aquel entonces era nuestra habitación compartida. Mis vestidos largos le quedaban muy grandes, pero Nahuel siempre se los levantaba —cual princesa— y contoneaban su cuerpo con el vaivén de la música de desfile. Así pasábamos las dos horas de siesta que tenían nuestros padres. Ellos nunca se enteraron y no fue sino años más tarde que Nahuel finalmente les contó.

Pero ya era muy tarde.

☆~☆~☆~☆~☆  

Cuando mi madre volvía a casa con mala cara sabía que una pelea se aproximaba. Cuando mi padre venía silencioso del trabajo sabía que algo iba a explotar. Las discusiones eran bastantes fuertes. Que si mi mamá llegaba tarde del trabajo, que si venía con perfume distinto, que si tenía mal abrochado su traje. Yo no entendía porqué eso era tema de discusión. ¡Eran puras banalidades! Nada de eso importaba, mientras hubiera amor todo era perdonado. Pero a los trece años nadie se da cuenta de lo que en realidad está pasando. Es más nadie se da cuenta de lo que se esconde hasta que es muy tarde. Sin importar la edad.

Mi madre siempre volvía después de la cena. Yo siempre quise esperarla pero mi padre decía que nos teníamos que acostar temprano o al otro día no nos levantaríamos. Justo estaba subiendo las escaleras con Nahuel, cuando la puerta de casa se abrió y mi madre entró por ella.

Jamás olvidaré cómo lucía: chaqueta desabrochada, parte de su blusa salida de su falda, la falda subida hasta la altura de las tetas, dejando ver sus larguísimas piernas, cabello enmarañado, maquillaje corrido y una botella con jugo de manzana dentro. 

—¿Estás borracha? —preguntó mi papá, al ver que mi mamá se tambaleaba por todos lados.

—N-no. —Hipó—. Sólo jkdfhaj.

Ni mi padre ni yo habíamos entendido lo que había dicho y eso hizo enfurecer a mi papá. La agarró de los brazos y la agitó fuertemente.

—¡Te dije que no me gusta que me mientan!

—¡Y a mí tampoco!

—¿Cuándo te he mentido?

—No te hagás el santo Rodrigo. —Hipido—. Vos te mentís todos los días frente al espejo. No te debe costar mucho más mentirle a los demás.

Y se hizo el silencio. No entendía nada. ¿Cuanta madurez me hacía falta para hacerlo?

—Chicos, a dormir.

—¡Pero...

—¡A dormir dije!

Rápidamente subimos a nuestro cuarto. Cerré la puerta, acobijé a Nahuel y creí que todo esto se iba acabar en cuanto cerrara los ojos, pero no fue así. No tuve la oportunidad de conciliar el sueño que mis padres volvieron a discutir. No entendía nada de lo que decían y agradecí que nuestra pieza estuviera en el segundo piso. Aún así, los gritos llegaban. Mi hermano se removió en su cama y pocos segundos después me preguntó:

—¿Puedo dormir con vos?

Accedí y lo abracé lo más fuerte que pude. Por su bien, y por el mío. Él me correspondió el abrazo e internamente le agradecí. No me gustaban las peleas y que ellos hicieran una me ponía triste. Esa noche mi almohada absorbió muchas lágrimas mías. No podía evitarlo, algo dentro mío se rompía cada vez que se mencionaba la palabra "mentira".

A la mañana siguiente el silencio reinaba. No supe porqué me desperté, pero menos mal que lo hice. Faltaban veinte minutos para que el transporte escolar pasara a buscarnos. Sacudí a mi hermano y, al ver que le llevaba bastante tiempo despertarse, lo empecé a vestir. Nunca lo había hecho tan rápido. Hice lo mismo conmigo. No desayunamos y justo había terminado de lavar la cara de mi hermano cuando una bocina llamó.

Fui a abrir la puerta y extrañamente estaba abierta. No me importó. Le temía más a la conductora que a los ladrones.

No fue sino hasta después de la escuela que lo supe: mi madre se había ido. 

Las palabras que mi padre usó para explicar la situación fueron: 

"Nos abandonó por otra zorra".

No es otra típica familia argentina. #TFC2016Where stories live. Discover now