Adolescencia.

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"Período de la vida de la persona comprendido entre la aparición de la pubertad, que marca el final de la infancia, y el inicio de la edad adulta, momento en que se ha completado el desarrollo del organismo."

Una vez que se sabe la verdad no se puede volver atrás. Por más que quería hacer la vista gorda, no podía seguir fingiendo que no lo sabía.

Todo pasó porque me escapé de casa. Si mi padre me hubiera permitido salir con mis amigas a comer, yo no me habría fugado después de la medianoche. No habría ido al boliche del que mis amigas habían hablado toda la semana y no habría salido con la ropa más provocativa que tenía. Estaba enojada y si con esto le daba una lección a mi padre que así fuera. Caminé las cinco cuadras que me separaban de la casa de mi mejor amiga tranquilamente. Podía escuchar la horrible música de ahora salir a la calle, rompiendo las barreras que las paredes de las casas proporcionaban. Era sábado y todos los adolescentes querían salir.

Cuando llegué a mi destino, sentí que el cerebro se me iba a escapar por las orejas, al no soportar el volumen y el tipo de música. Victoria me abrió, botella de vodka en mano. Nunca la había visto tan zorra.

—¡Amigaaa pensé que no ibas a venir! —gritó en mi oído—. ¡Chicas miren quien llegó!

Un extenso wohooo retumbó por la casa. No sabía quién les había traído tantas botellas de alcohol, pero qué importaba. Las previas eran para emborracharse antes de ir al boliche. Vodka, frizzé, speed, champagne, licor, whisky. Había todo un repertorio para elegir. Tomé el primero que ví y al quemarme la garganta entendí que era Vodka, puro. Lo escupí todo mientras mis amigas gritaban emocionadas. Sí, el alcohol las ponía así. Las envidiaba —de una manera sana obvio—. Ellas podían salir de fiesta todos los fines de semana. En cambio yo tenía que quedarme en mi casa cuidando al inadaptado de mi hermano. Y digo inadaptado porque a su edad no tenía ningún amigo. Más looser imposible, ¿verdad?

Dejando de lado el Vodka —no había nada con que mezclarlo— seguí tomando lo primero que me ponían delante mío. En un punto de la noche ya no me importaba que la música reventara mis tímpanos, ya no me importaba que no fuera de buena calidad, ya no me importaba mi hermano. En ese punto de la noche ya estaba en mi hora feliz. Al igual que mis amigas.

No sabía cómo, pero Victoria se las había maniobrado para llamar a un remis y que la remisera entendiera la dirección. No quería dejar la casa, estaba muy calentita y había alcohol para toda la noche, pero la idea era salir al boliche nuevo; y cuando algo ya estaba planificado se debía cumplir.

Si tan sólo no hubiera seguido a la multitud...

☆~☆~☆~☆~☆

Salir con chicos me parecía completamente común. Al ser linda y divertida, lo menos que se esperan de ti era salir con algunos chicos durante tu adolescencia. Mi carisma hacía que la gente se sintiera cómoda a mi alrededor. Era sociable, al contrario de mi hermano, y tenía tanto amigos como amigas.

Lo que también era extrañamente común era el yo salir con algún chico pero al mismo tiempo pensar en mi mejor amiga. Siempre creí que era porque la extrañaba. De manera amistosa. Ustedes deben entender que yo hacía todo, absolutamente todo, con ella. Ir al baño juntas, almorzar juntas, hablar sobre chicos juntas. Y desde que mi mamá nos había abandonado ella también me ayudaba a hacer las compras, ayudaba a mi hermano a hacer la tarea, me alcanzaba los broches para tender la ropa. Hacíamos y compartíamos todo juntas.

No fue sino hasta la salida del boliche que realmente lo entendí todo.

Como siempre que se inauguraba algo, el lugar estaba lleno. Por suerte Micaela había conseguido anticipadas, por lo que pasamos antes. El lugar parecía un zoológico. Mucha gente bailando, mucha gente gritando, mucha gente bebiendo. La música estaba descontrolando a todos y eso me agradaba —al menos en el estado que estaba—. Riendo como colegialas nos abrimos paso hasta la barra, para seguir bebiendo. La mayoría de las veces que salía yo era la niñera. Vigilaba que nadie tomara de más y alejaba a los chicos que venían con doble intensiones. Pero no esta vez. La pelea con mi padre realmente me había afectado y, al ser la primera vez, me sentía extremadamente furiosa.

No es de presumir que muchos chicos se me acercaron —como también a mis amigaa—. Por suerte la ebriedad no había nublado mi buen juicio y espanté a todos los que se acercaban con intenciones pervertidas.

Estaba bailando con alguien —cuyo nombre no importaba— cuando la vi. A ella. Bailando como cumpleañera de quince. No estaba sola y eso era lo que más me espantaba. Eso y su cortísimo vestido. No es de exagerada decir que prácticamente me quedé helada. La música ya no sonaba, yo ya no estaba rodeada de personas, ya no me sentía en mi hora feliz. Mi organismo sintió todo el exceso de alcohol que tenía mi organismo e inmediatamente le mandó un mensaje al cerebro; debía ir al baño. No supe cómo, pero entre todo el lío de gente encontré a Victoria y la arrastré al baño. Había una cola larguísima y eso no me ayudaba, las ansias y los pensamientos fluían muy rápido.

¿Qué hacía ella acá? ¿Quién era esa mujer? ¿Por qué se estaban besando?

No entendía nada pero de repente la voz de mi padre hizo eco en mis pensamientos.

"Nos abandonó por otra zorra", había dicho. En ese entonces no lo había entendido. ¿Por qué nos dejaría por un animal? Era algo inexplicable. Ni siquiera con el transcurso de los años denoté el verdadera significado de esas palabras. ¿Que no había habido suficientes historias de lesbianas circulando por la televisión? ¿Que no había escuchado suficientes historias de rompimientos de parejas por haber descubierto que en realidad les atraían las mujeres? Si, lo había hecho. Pero nunca lo quise relacionar con mi madre. Ella, a pesar de estar siempre trabajando, era una gran compañera y nos daba su amor de distintas maneras. No podía. No podía perturbar esa santidad, esa figura idealizada que tenía de ella.

Pero ya era tarde. Ya la había atrapado.

Mi turno para utilizar el baño había llegado. Rápidamente entré, me subí la falda e hice mis necesidades. Y fueron cinco minutos más para pensar. Pensar en el beso de mi madre y la otra mujer. ¿No se suponía que estaba mal? ¿Que era antinatural? De pronto algo se había incrustado en mi cerebro, algo que me dejaba inquieta. ¿Y si yo quisiera hacerlo? ¿Podía hacerlo? ¿Con quién lo haría? Sin importar lo que pensaran las otras chicas hice entrar a Victoria conmigo.

—¿Pasa algo?

—Pasan muchas cosas. Pero no te puedo decir todo.

—¿Por qué no? Pensé que éramos mejores amigas.

—Y lo somos. Pero temo que por esto dejemos de serlo.

Y sin preguntar o esperar un segundo más, pegué mis labios a los de ella.

Y por fin entendí que yo no la extrañaba.

Yo la amaba.

No es otra típica familia argentina. #TFC2016Where stories live. Discover now