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Sin abandonar su postura, Rorro tomó el volado inferior del vestido color limón de su damisela en apuros. Con extenuante lentitud lo levantó, rozándole la piel, erizándola por completo.

Removiéndose en el sillón, el cuerpo de Emma se mantenía cautivo de las piernas y el cuerpo fornido de su atacante.

— ¿Así que estás jugando a la nena sexy? — ronco, hurgueteaba en la mente femenina.

— No — respondió pestañeando, altiva.

El vestido, recalaría finalmente en torno a sus caderas, frunciéndose en varios pliegues. En llamas, su pubis gritaba esperando una resolución. Ninguno de los dos tenía ansias de detenerse.

— Te gusta ser traviesa, ¿no?

Emma hizo un puchero con la boca, arrastrándolo al límite.

— A ver si esto también te gusta — sugerente, sus dedos recorrieron el ombligo de Emma, pasando por debajo de la tela amarilla del vestido.

Las aletas de su nariz se abrieron, buscando oxígeno sin aroma a sexo. Fracasando estrepitosamente, ella se encomendó a ser una espectadora de lujo.

Curiosos y vivaces como su dueño, los pulgares de él transgredirían la barrera propuesta por la ropa interior femenina.

Inclinando su torso, dejando espacio suficiente para que su brazo maniobrara, Rodrigo no podía contener por mucho más su excitación. Cualquier atisbo por mantener la compostura de horas atrás, sería en vano.

Su mano escribía promesas en su monte de Venus; suavemente, la yema de su pulgar y su índice, vagaban con destino cierto. Un gemido brotó de la garganta ardiente de Emma, desesperada y locuaz. Aferrándose a la tela suave del sillón, creyó rasgarla con su propio amarre.

La sonrisa, masculina y siniestra de Rodrigo, le esclavizaban los sentidos.

— Creo...que...me...va...a...gustar...mucho — anticipándose al plan pergeñado por él, ella exhaló en sus labios.

Jalando de ellos, Rodrigo la arrastraba a la orilla, preparándola a lo que vendría.

De a poco y con tibieza, su cuerpo etéreo se amoldaría a la intrusión de los dedos anchos y firmes de su compañero. Vulnerándola, su ingreso era más y más consensuado. La humedad lo permitía, con el palpitar de sus pliegues femeninos dejándose llevar.

Presionando su mandíbula con fuerza, Rodrigo absorbía su propio deseo carnal al verla tan lista y entregada. Un estúpido ego machista circundó su mente. Un tonto sentimiento de propiedad inundó su corazón.

Las rodillas de Emma estaban incontenibles, meciéndose debajo del miembro duro y retenido de los jeans de Rodrigo sentía su espina, partirse en dos.

Rodrigo oía el modo en que los dientes de ella rechinaban y las chispas de sus ojos eran doradas como la llama intensa que flameaba en su vientre. Deliciosa, confortable y agradecido, su cuerpo lo cobijaba.

— Me gusta el color de tus ojos cuando estás excitada — pausado, sin perder la calma, disparaba quemándole la carne.

Trémula, la entrepierna de Emma veneraba más y más la invasión deliberada de aquel hombre que la hacía perder la conciencia con solo mirarla. La expectación, la curiosidad, el hambre por darle aquel ansiado orgasmo, se arremolinaban en el cuerpo de él con una fuerza centrípeta incontenible.

Ardiente, Emma sentía que la sangre le corría por las venas con la fuerza de la lava, llagando todo a su paso, derritiéndolo a su merced. La sensación de escalar cada vez más rápido hacia la cima era incontenible. Un cosquilleo minúsculo recorrió su piel ardida y sonrojada, atrapándola entre sus garras.

Camaleón (Terminada)- #HEMPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora