El novio de mi hermano

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Me pasé todo el vuelo a Buenos Aires imaginando cómo sería el novio de mi hermano. Estaba seguro de que sería como sus novias: mujeres espectaculares, de curvas pronunciadas, labios voluptuosos, cabello largo teñido de rubio y, por definición, algo frívolas y superficiales, lo cual no les quitaba que fueran (o no) buenas personas. A veces pienso que mi hermano decidió probar suerte con los hombres por culpa de esas mujeres.

Sin embargo, cuando finalmente bajé del avión y los vi, el joven ni siquiera estaba cerca de la imagen mental que me había hecho de él. Había garabateado en mi mente un hombre alto, esbelto, de brazos musculosos, sonrisa pícara y ojos chispeantes. El chico que estaba junto a mi hermano era bajo, delgado, con una expresión algo melancólica en los ojos.

Me bastó ese instante, la primera mirada que intercambié con él, para darme cuenta de que no era feliz.

Mi hermano estaba de espaldas, hablando por teléfono en un tono bastante acalorado. Seguramente alguien le debía plata, seguramente alguien no había pagado en término. Por eso, porque mi hermano estaba de espaldas a mí, fue en su pareja en quien me fijé primero. Dije que me pareció algo deslucido, sin mucho atractivo. No obstante, a medida que me iba acercando a ellos, los rasgos de su rostro se iban aclarando. Y supe, quizá, por qué mi hermano se había fijado en él. Tenía una cara linda: ojos algo achinados de color verde, cejas delgadas, nariz un poco respingada, labios bien definidos y un detalle que me pareció simpático: un lunar sobre el labio superior, como el que se suelen pintar algunas mujeres.

—Si no me pagás mañana te juro que cuando te vea te pego un tiro —exclamó Darío y cortó la llamada. Se dio vuelta con el rostro arrebolado, los ojos saltones y la boca tiesa. Y cuando me vio, su expresión no mejoró mucho, la verdad.

Nos dimos un abrazo muy poco efusivo (de esos abrazos que la gente se da por pura obligación)... y él prosiguió a presentarme a su nueva pareja.

—Él es Kevin.

Lo segundo que advertí (lo primero lo dejo para después) fue que Kevin era mucho más joven que Darío. Mi hermano estaba a punto de cumplir treinta y siete años, y el chico no podía tener más de veinticinco. Vestía una musculosa blanca y unos jeans celestes por las rodillas. Tenía unpiercing en la nariz y unas pulseras de tela en las muñecas. Llevaba un sencillo collar de cuentas de madera alrededor del cuello. Y era, realmente, muy lindo. Atractivo no es la palabra adecuada, porque carecía de esa virilidad que vuelve locas a las mujeres y a algunos hombres. Kevin era, simplemente, lindo. La pareja dispareja, pensé al verlos el uno junto al otro. Mi hermano le llevaba veinte centímetros y sus buenos veinte kilos.

Algo aturdido, acomodé las valijas en el baúl y me senté atrás. Kevin se sentó en el asiento del copiloto. Digo que me sentía aturdido y no era solo porque Darío estuviese con un hombre por primera vez en su vida, sino porque ese hombre no coincidía con lo que mi hermano mayor siempre había buscado en sus mujeres: voluptuosidad, glamour, extravagancia.

¿Acaso había encontrado el amor?

Sonreí para mis adentros y me dediqué a estudiar a la pareja.

Ni bien arrancó el auto, Darío puso música: electrónica, lo único que escucha. No sé con exactitud cuándo ni dónde cultivó ese gusto. Lo que sí sé (y no es por el hecho de que nos hablemos regularmente, sino porque veo sus publicaciones en Facebook)... es que suele ir muy seguido a fiestas electrónicas como el Ultra Music Festival. Y de boliches, no sale de Costanera y Palermo. Gustos caros, sí, mi hermano. Por suerte puede permitírselo. Y lo que también sé (por primos) es que junto con la música electrónica, como si fuera un combo, le agarró el gusto a las drogas de diseño.

—¿Y dónde vas a dar clases? —me preguntó Darío.

—En la UBA.

—Sí, pero en qué facultad, Alejandro.

El novio de mi hermano (cuento)Where stories live. Discover now