20. Capítulo

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Mi cuerpo hacia en la orilla de la carrasposa carretera, mis rodillas se estaban lastimando por la rocosidad de ésta pero eso no era lo más importante en ese momento. Arrodillada, con las manos en el suelo y mi cabello siendo sostenido por un castaño atrás mío, el vomito salía por mi boca como una regadera. Las nauseas y las arcadas pararon, dándome tiempo al fin de respirar.

Un pequeño dolor atacó mi cabeza. Levanté el rostro y como pude luego mi cuerpo, el rostro de Darwin estaba todo tenso, cejas juntas y sus ojos ligeramente más pequeños, el enojo y la frustración se veían a metros.

Suspiré y caminé al auto, no podía decir una palabra sin sentirme mal —y no solo físicamente—, me siento culpable y mi cabeza no deja de dar vueltas. Quise gritarle que parara con esa actitud cuando cerró con exagerada fuerza la puerta del auto, mi cabeza iba a explotar y al parecer él no pensaba en ello. Unas cuadras más nos detuvimos, parecía que él le costaba demasiado detenerse en ese lugar.

Bajé rápidamente, era de esos momentos en que para irte de un lugar donde no te sentías bien tenías que entrar en otro donde te sentirías probablemente peor.

—No estás obligado a esperarme— tartamudee— Agradezco esto, pero...puedes irte si es lo que quieres.

Su expresión no podía describirse, su mandíbula había permanecido tensa por tanto tiempo que temía por sus dientes, ni siquiera me miraba, sus ojos estaban fijos en el volante.

Se me quedaba y esperaba a que dijera algo probablemente a mis pies les saldrían raíces, opté por tomar su silencio por respuesta y caminar a pasos cortos hacía la puerta donde del lugar en donde conocí concretamente a quien ahora tal vez me arrepienta. Mi corazón ni siquiera estaba en la palma de mi mano, estaba en uno de mis dedos, balanceándose de un lado a otro, la incertidumbre de que podría encontrarme a dentro y cómo reaccionaría él me hacían querer correr.

Cuando di el primer toqué a la puerta me di cuenta que ésta estaba abierta, vi por el pequeño espacio el interior de la casa, sentí ganas de girar mi cabeza y ver si Darwin aún seguía allí, pero eso alteraría mucho más mis nervios y probablemente me sentiría mal.

Tomé una respiración profunda y abrí la puerta por completo. Mis cejas se fruncieron al instante y mi mano se colocó en mi boca. Vidrios rotos y todo patas arriba me encontré, busqué en la sala hasta topar mi mirada con un Lucas totalmente debatido, su cuerpo reposaba en el rincón, caminé a pasos lentos y cuidadosos para no cortarme hasta estar lo suficientemente cerca para darme cuenta que lo había pasado mal.

Su rostro estaba pálido, la única señal de que si era él eran sus características pecas. Su cabello se pegaba a su frente por el sudor, algunos mechones estaban recogidos inútilmente por una liga, olía a tabaco, las colillas estaban esparcidas alrededor de su cuerpo y unas latas descansaban sobre su estomago y alrededor de sus piernas. Olía fatal, parecía que el no solo había estado mal hoy.

Lucía angelical, aún con grandes ojeras bajo sus parpados y sudor excesivo en su rostro, él lucia con una paz inexplicable, una paz que obviamente, no existía. Lucas era de ese tipo de demonios que lucían como ángeles al cerrar los ojos.

No pude evitar sentirme perdida, sentir que si el abriera los ojos en aquel momento correría. Había casi prometido que no volvería a hablarle, a venir aquí pero de alguna manera esa promesa no la tome demasiado en serio.

Como pude tomé su cuerpo (notablemente más grande que el mío) y cargué con su peso hacía la primera habitación que vi, lo tiré en la pequeña cama y recuperé la respiración, él de verdad pesaba. Tomé unos segundos para mirar alrededor y darme cuenta que probablemente era su habitación, el lugar parecía bastante miserable, paredes que algún día fueron blancas tenían manchas y algunas letras hechas con aerosol, habían algunos cajones y una pequeña estantería y una ventana próxima a derrumbarse.

Tóxico©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora