QUÍMICA CAPITAL

85 4 0
                                    

Manchester, 2020

Quienes conocían a Gareth Sullivan, por aquel entonces, dirían que era un chico callado, serio, aparentemente bien educado y excesivamente quisquilloso con sus obligaciones. De hecho no había cambiado mucho y parece que no es algo que vaya a suceder nunca. Gareth tenía veintiuno y estudiaba en la universidad de Manchester un Grado de Ingeniería Química que, después de atragantársele al principio, no parecía que estuviera lejos de acabar. Quienes conocían a Gareth Sullivan daban por hecho que, a menos que se torcieran mucho las cosas, iba a terminar la carrera con honores quizá siendo el mejor de su promoción.

Pero quienes de verdad conocían a Gareth, que no dudaban que fuera a ser el mejor de la clase, sabían también que el pequeño de los Sullivan tenía una verdadera afición por componer con su guitarra, tocar en pequeños pubs de música en vivo y, la mayoría de ocasiones después del concierto, dejarse arrastrar por el universo del rock and roll, las drogas y el sexo.

Quienes conocían a Gareth sabían de su exagerada elegancia para moverse, para vestirse e incluso para hablar. Algo que, pensaban, era innato en el chico a pesar de reconocer, en muchas ocasiones, que su familia era una panda de irlandeses ruidosos y bromistas desaliñados. Al menos así eran su padre, Hugh, y su hermano mayor, Wayne. Quizá él siempre se había parecido más a Beth, su madre. Quizá. Seguro.

Habían pasado muchos años desde que Gareth era un niño enamoradizo de catorce años, tímido hasta el extremo con quién le gustaba y con apariencia de atontado a la hora de formular una proposición. Su primer gran amor fue Lacey. Cuando la conoció, Gareth tenía nueve años. Lacey era la mejor amiga de Wayne. Era mayor que él y le trataba como a su hermano pequeño, pero a Gareth le gustaba que Lacey perdiera un minuto en saludarlo en la puerta de su habitación y le gustaba también que le defendiera cada vez que Wayne se comportaba como un hermano mayor imbécil creyéndose el dueño de la casa. Gareth soñaba con el pelo rubio de Lacey y con la risa de Lacey. Nunca le dijo que le gustaba, porque, ¿cómo iba a fijarse esa chica dos años mayor en él? Con catorce años, sus sentidos dieron un vuelco al conocer a Leonor más profundamente. Leo siempre había estado en su clase y para Gareth era una más. Nadie se comparaba a las chicas mayores. Pero, sin saber cómo ni cuándo, un día se dio cuenta de que hablar con Leonor le producía una sensación extraña por el cuerpo. Algo que él quería negar casi todo el tiempo y sólo quería dejar aflorar en soledad. Leonor empezó a ocupar su mente prácticamente todo el día. Gareth quería saludar a Leonor cada mañana, compartir el almuerzo con ella, pasar horas hablando de tonterías o imaginándose un futuro en el que compartirían profesión. Gareth quería enseñar a Leonor las cosas que ella no sabía y compartir las sonrisas, que apenas nunca dedicaba a nadie, con ella. Gareth y Leonor eran los nuevos Lacey y Wayne, pero con una fuerza de atracción gravitatoria que les impedía estar lejos demasiado tiempo. Gareth y Leonor fueron el primer beso de cada uno, los compañeros ideales de experimentos, la pareja extraña de incomprendidos. Ella, niña rica irlandesa cargada de una enorme vitalidad, completaba al chico serio y humilde del sur de Manchester. Cuando estaban juntos, lo que dijeran los demás no les importaba. Pero, al acabar el último año de instituto, tenían que separarse y hacer la vida que se suponía que tenía que hacer cada uno.

—Siempre vas a ser mi más mejor amigo, ¿a que sí, Gareth?

—Pues claro.

—¿Aunque no nos vayamos a ver mucho?

—Es que eso no va a pasar, Leo. Nos vamos a ver mucho.

—Ah, qué alivio...

Pero si bien al principio trataban de verse cada vez que podían, después de cuatro años las visitas se habían reducido a casi nada.

Acababa de cantar en un garito. Aquella vez Wayne no se había dejado caer por allí. Estaría haciendo esas cosas de artista que solía hacer su hermano. Wayne ahora estaba pasando por una fase creativa de arte antisistema y seguramente estuviera pensando en cómo encadenar a unos cuantos en algún árbol de Platt Fields Park con alguna excusa que sacaría de la manga. Wayne era así y también era muy convincente para que las personas terminaran haciendo lo que él decía que había que hacer para convertirlo en una performance. Cuando no hacía esas cosas, Wayne siempre acudía a los conciertos de su hermano. Se había encargado de dejar claro a voces que era su fan número uno, después de Beth, claro. De pequeños, Wayne y Gareth no eran amigos, ni hermanos que jugaran juntos. Se odiaban. Bueno, Wayne odiaba a Gareth. Y eran demasiado diferentes. Wayne era impetuoso, hiperactivo, parlanchín y un imán de problemas. Gareth todo lo contrario: callado, cauto, contemplativo y excesivamente ordenado. Wayne veía a Gareth como una amenaza y se dedicó a interpretar el papel de príncipe destronado hasta que empezó la universidad y, entonces, empezó a echar de menos a Gareth. Sobre todo porque, por fin, él era interesante como Gareth. Ya era un universitario con aspiraciones a artista. Wayne sólo necesitaba destacar. Incluso cuando Gareth cantaba, Wayne destacaba entre el público siendo el que más aplaudía o gritaba coreando al pequeño.

Ficción de un sorboWhere stories live. Discover now