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...DOS Nuño pasa horas asomado al ventanuco de su celda. Desde allí tiene grandes vistas... De fondo suenan las campanas de un viejo reloj llamado El Cubillo. La iglesia de San Salvador se encuentra justo a la derecha de la prisión, en lo alto de una escalinata con cuarenta y dos escalones. Su portada está defendida por un muro coronado de matacanes, en el que se acogen estatuas del siglo XV, representando a los condes y reyes que están enterrados en el interior. Junto a la iglesia se encuentra el cementerio parroquial. Cuando mira al frente, se encontra con la plaza del Ayuntamiento, donde se encuentra la iglesia de San Juan, con su torre adosada al templo. Un poco más abajo la Calle Barruso: una escarpada calle hecha para caminar y escuchar el silencio. Sus viejas casas de piedra, sus balcones de forja arqueada llenos de geranios casi en flor, donde las chimeneas sueltan su olor a encina quemada... Más a lo lejos se ve el Paseo de la Presa, donde se encontraba la vieja estación; el silbido agudo de la máquina del tren, las traviesas negruzcas, el reloj de la pared, los viejos bancos de madera del andén..., pero la vieja estación de tren de Oña ya no está igual. Las máquinas de tren apenas silban, hace años todo aquello se convirtió en un moderno centro deportivo y un albergue, donde comienza el desfiladero del rio Oca, un bello paseo empedrado y flanqueado por imponentes roquedales...
Desde allí también ve a Patricio, el enterrador del cementerio. Es un hombre alto, completamente calvo, incluso sin pestañas ni cejas y con un rostro blanquecino que mostraba una palidez cadavérica; cumple condena en régimen abierto, por haber matado a Lola, su mujer, y a Ernesto, su amante. Lleva más de diez años haciendo las labores de amortajar los cadáveres, cavar las tumbas y enterrar los féretros. Siempre que moría un recluso, el cadáver pasaba de la enfermería a un pequeño y oscuro almacén a modo de tanatorio.
