Reina del inframundo

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La rigidez desaparece, y junto a ella la oscuridad. Me cuesta unos segundos adaptarme a la nueva luz que en principio resulta cegadora, pero luego no viene a ser otra cosa que el brillo del sol. Un campo verde repleto de flores se extiende ante mí, y una suave brisa ondea el vaporoso vestido, casi transparente, que ahora cubre mi cuerpo.

-¡Perséfone!

Me vuelvo. No sé si me llama a mí, puesto que antes, al parecer, era Dafne, pero el escenario, la ropa e incluso las sensaciones han cambiado. Puede que mi nombre también. Una chica de enormes ojos castaños y nariz aguileña es la que ha pronunciado el nombre. Su pelo dorado se eleva cual velo iluminado por el cálido sol.
-¿Yo?- me atrevo a preguntar.
-Pues claro, tonta, quién iba a ser si no?
-Ah- balbuceo.- Dime.
-Vamos a hacer un ramo entre todas, ¿te apuntas?
Tampoco tengo otra opción.
-Vale.
En la pradera parece que hay de todo: la joven que me ha llamado se entretiene recogiendo pequeñas margaritas; dos pelirrojas, una más alta que la otra, parecen hechizadas mientras observan un manojo de amapolas que crece a dos palmos de ellas. Tal vez están decidiendo cuáles son las mejores, las que quedaran más bonitas en el ramo. Luego, algo más allá, una niña de unos doce años, con toda su belleza inocente y su pequeño cuerpo plano, corre llevando en las manos un puñado de violetas que corren el peligro de ser aplastadas por sus palmas. La escena, que me refleja un sentimiento puro y de calma, me hace sonreír involuntariamente. De pronto me llama la atención un lirio, pero antes de que pueda atraparlo la pequeña me habla.
-Tu madre ha hecho un gran trabajo con este campo, ¿verdad?
-¿Mi madre?
-Claro. Siempre he pensado que Deméter, tu progenitora, era la diosa de la tierra fértil. ¿Estaba equivocada?
-No lo estás- nos interrumpe la muchacha del principio, la cual ha escuchado todo.- Sigue recogiendo flores, anda.
La niña sale corriendo de nuevo sin discrepancia alguna.
-Estás muy rara, Perséfone. ¿Estás bien?
-Sí. Iba a coger ese lirio cuando ha venido ella- le respondo.
Mi compañera me dedica una sonrisa amable.
-Prosigue, por favor.
Al fin soy capaz de coger la flor que parecía llamarme a gritos.
Me agacho para atraparla, pero una grieta se abre en la tierra y una garra de fuego agarra la mía con fuerza.
-Eres la elegida.
Los chillidos de las chicas se oyen a mi alrededor. Yo, por mi parte, intento mantener la calma, y aunque el terror se ha apoderado de mi, trato de conservar serenidad en la faz. No obstante, lo único que consigo es no hablar, pero las lágrimas se me escapan.

-La elegida ¿para qué?

No  hay respuesta por su parte. No hay intentos de escapar por la mía. Solo escucho las voces de mis compañeras alarmadas mientras mi cuerpo se introduce bajo tierra, como si la solidez de ésta desapareciera. Siempre con mi brazo atrapado, apenas veo como las capas arenosas van pasando y cada vez hace más calor. Al fin la presión en mi extremidad se deja de notar, y caigo al suelo desde una altura no muy elevada. El suelo de roca me hace daño en el trasero al chocar contra él.  Me levanto como puedo y veo a un hombre. A pesar de su aparente tiene el pelo largo y blanco, como si las canas se hubiesen apoderado de él. Su piel es tersa y pálida, y sus venas son marcadas en las muñecas, que se ven de forma mínima.  Esto se debe a su túnica, a veces negra y otras veces azul reluciente, depende de la luz que emitan las llamas que rodean la isla de piedra. Las mangas, anchas y grandes caen  con elegancia, y la oscuridad contrasta con el rojo brillante de sus ojos. No parece bueno, no parece malo. Sobrenatural, sí. Y aunque a primera vista parece un hombre rudo, me mira con ternura. 

-¿Quién eres?- pregunto.

-Mi querida niña, soy Hades. Rey del inframundo, dios de los muertos, la mejor de las divinidades. Con tus ojos me has cautivado, has quemado mis entrañas como si me hubiesen incinerado. Te reclamo como mía. Serás mi reina.

-No- es lo único que consigo decir.

-¿Por qué? 

Me quedo en silencio. No hace falta explicarle nada, estoy segura de que él lo entiende. Dudo mucho que mi respuesta cambie la situación. Al ver que no hablo, lo hace él:

-Te he reclamado. Estás prisionera. No puedes hacer nada, aquí debes quedarte. 

Me siento en el trono- también de piedra- que hay en la isla. Probablemente pertenezca a Hades, pero ya que no he puesto resistencia quiero elegir, al menos, mi asiento. Me mira pero no me reprocha. Chasquea los dedos y al  lado mío aparece otro aún más grande. Se acomoda en él. Al fondo puedo ver un granado que, de algún modo, ha logrado crecer en este Infierno. Tengo hambre, me rugen las tripas. Me acerco a él y lo examino: sus frutas parecen sanas. Me comeré una.

-¿Ésto me mata? ¿Me producirá alguna enfermedad?- pregunto en voz alta.

-Ninguna. Nada de nada- me contesta Hades.- Palabra de dios, tu cuerpo no sufrirá daños.

Si me quiere para él no sería muy inteligente por su parte hacerme daño. Cojo una granada. Para mi sorpresa, en cuanto la cojo se parte en dos, desvelando los rojos granos que contiene. Como uno, y otro y otro. Me encanta. Me siento en mi trono de nuevo.

-¿Tienes hambre?- pregunto.

-Yo nunca tengo hambre. Los dioses solo comemos ambrosía para ganar energía o festejar algo.

-Y ¿por qué tienes un granado?

-Cualquiera que lo coma se queda aquí para siempre si está vivo.

La fruta se me cae al suelo, o quizás la tiro yo involuntariamente.

-No la desperdicies ahora. Con comer un grano basta, y tú ya has zampado más.

No me da tiempo a contestar: de repente aparece una luz y,como si se tratase de una visión, dentro se distinguen dos figuras. Un hombre, de mandíbula cuadrada y ojos azules como el cielo, está acompañado por una mujer, cuyo cabello castaño contrasta con sus verdes iris. Ella parece estar llorando.

-Hermano- habla el hombre- , la mujer reclama a su hija.

-No me llames hermano, Zeus. Nunca lo soy excepto cuando te interesa.

-¡Devuélveme a mi hija!- grita la mujer.

-No puedo. Ha comido granada, y nos vamos a desposar.

-¡No!

Mi grito ha salido tan rápidamente que ni me he dado cuenta. Quiero salir, quiero vivir mi vida como la joven que soy. No me puedo quedar en el Infierno, literalmente.

-Deseas salir.- afirma él, más que pregunta.

-Sí.

-Pero estás condenada.

-Por favor.

Él lo piensa. Es cruel  dejarme aquí, pero no tiene intención de hacerme daño. Ya podría haberlo hecho, pero estoy ilesa.

-Hagamos un trato. Un periodo tú y yo otro, Deméter. Eso te ofrezco. Podrás ver a tu niña durante un tiempo, y será mía durante otro.

La mujer no parece pensárselo demasiado.

-Que así sea- responde-. Que las flores y el sol anuncien su llegada, resplandezcan durante ese tiempo en que Perséfone salga a tierra firme. Que el verde predomine y la brisa sea ligera, que las amapolan se luzcan y el cielo sea azul. Pero, mientras ella esté aquí, los árboles la llorarán deshaciéndose de sus hojas putrefactas, las plantas marchitarán y el frío será el rey. Así se deben exteriorizar mis sentimientos, y así se hará.

La luz y la imagen del hombre y de la mujer se disipan. Entonces veo como Hades me mira, decepcionado y contento a la vez. Deberán compartirme.

El fugaz instante en el que acaricias ninfasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora