Monstruo

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Exhausta por las anteriores experiencias, me tumbo en la arena de la playa que ha aparecido ante mi. Al fin calma, soledad, calor. Pero, desde luego, eso no podía durar demasiado. Ante mí el agua salada se eleva como si tuviese vida propia, y un joven musculoso y de ojos azules surge de ella como por arte de magia. Me incorporo un poco, y noto que me mira fijamente. Siento que va a venir hacia mí, así que,por una vez, me adelanto yo. Los granos de arena se me cuelan incómodamente entre los dedos.

-Hola- le digo.

Mejor parecer amigable y no agresiva, con esta extraña gente nunca se sabe.

-Hola- me responde con una sonrisa.- Ven conmigo al templo de Atenea. Quiero enseñarte algo.

Sin más rodeos me dice eso, observándome fijamente como si su intención fuera hipnotizarme.

-¿Está muy lejos ese templo que dices?- pregunto.

En vez de hablar, señala algo detrás de mí. A unos metros, no muy lejos, hay una enorme edificación que por algún motivo mi vista había ignorado hasta ahora. No huyo, no le rechazo, tampoco lo acepto. Solo sigo sus pasos,lo cual considero que es lo mejor. No quiero volver a ser perseguida, ni raptada, mejor no arriesgarse. El templo tiene unas enormes columnas de un color blanco inmaculado, y me quedo apreciando su belleza, pero el chico me apremia para acceder al interior. Le miro, no muy decidida, pero paso como me dice. Se tumba en el suelo en una sala al azar y me anima a acompañarle. Lentamente, se pone encima de mí, y me dice:

-Sé que quieres hacerlo.

¿Quiero? No lo sé. Es muy guapo, y siento que sus ojos me comen. Me dejo llevar. ¿Prefiero que me violen? No, no lo prefiero. ¿Podría oponerme aunque quisiera? Lo dudo. La resistencia es inútil, así que simplemente me mantengo quieta y, aunque parezca imposible, calmada, y dejo que su cuerpo trabaje con el mío.

Al finalizar, hay cansancio, pero también gozo. Una sonrisa cruza mi rostro y no desaparece. Me recuesto en su pecho esperando oír un agitado corazón. Pero solo encuentro silencio. Me incorporo un poco, y me sobresalto. No estamos solos. Una mujer alta, con el pecho plano y una coraza plateada nos observa con furia. Despierto a mi compañero sacudiendole a duras penas. Cuando abre los ojos y se topa con ella no grita, ni siquiera parece exaltado.

-¿Qué pasa?- le pregunta él.

-Este es mi templo. Es sagrado.

-Vete. Déjame dormir.

Con un rápido movimiento, la fémina se encuentra al lado del muchacho y clava con furia una afilada espada justo al lado de su cráneo, sin llegar a herirle.

-¡Esto es sagrado!- repite ella.

-Tranquila, Atenea, guapa. Estoy seguro de que no quieres que el pobre Poseidón se entretenga ahí fuera, pasando frío cuando el viento le azote en su desnudo cuerpo.

-No es mi problema, Poseidón. Podríais haberlo hecho en el lugar donde se te venera a ti.

-Está muy lejos. Éste estaba más a nuestro alcance.

-Si no fueras un dios inmortal, te mataría.
-Qué lástima.

Hace una mueca, pero de repente se olvida de él y me mira a mí. Una risa malévola interrumpe el silencio.

-Pero, por lo que veo, tu amiga es mortal. A ti sí que puedo castigarte. Pagarás muy caro la falta de respeto.

-No sabía que era tu templo- digo para justificarme, pero solamente la enfado más.

-¡Silencio!- grita.- ¿Acaso insinúas, insignificante y asquerosa mortal, que tú no rezas a la gran diosa Atenea? ¡Todo el mundo conoce mi templo! ¿Tú no? Bien, pues entonces, al ver que jamás me has hecho una ofrenda, ni un vil y triste sacrificio en mi nombre, te despojo de tu castigo por la humillación, pero te concedo otro aún peor. Vas a aprender lo que es una diosa de verdad. Yo, deidad de la guerra, la estrategia, las armas... ¡todo! Soy la responsable de que tu pueblo gane las batallas. Pero ahora debes sufrir. Al parecer eres bella ¿no es así? Pobrecita. Ya no lo serás más. No te preocupes, querida, ya no tendrás que elegir templo a la hora de consumar tu amor, porque ningún hombre se volverá a acercar a ti. Como una gorgona vivirás a partir de ahora, y en las profundidades del tártaro quedarás atrapada para siempre. Pero, antes, te permito vagar un poco por tu aldea. Tus cabellos ahora son serpientes y ya no tienes piernas, sino una cola de reptil. En tus manos estará averiguar el resto de la maldición.

Y desaparece. Cuando giro la cabeza, Poseidón tampoco está. Cobarde.
Me retiro del edificio que dicen ser un templo y me adentro en la ciudad más cercana. Quiero pedir socorro. Con ojos temerosos miro a todo el mundo. De momento solo hay mujeres, mujeres que gritan, se tapan los ojos y se esconden. ¿Tan horrible es mi nuevo aspecto? Al fin, llego a una plaza donde los hombres caminan charlando. A lo mejor ellos se atreven a ayudarme. Recuerdo que en la Antigua Grecia ellos eran los que luchaban. Deben de ser más valientes. Me acerco hasta uno que está solo, dándome la espalda.
-Eh...disculpe.
-Se gira con una sonrisa en un principio, pero pronto se vuelve una mueca de horror y, de la nada, una estatua de piedra sustituye al joven.
Profiero un grito y miro a mi alrededor. Tres, cuatro, cinco estatuas. Agacho la cabeza y me voy corriendo a un lugar apartado, hasta que la vil diosa me detiene.
-¿Asustada? Lástima. Con tu osadía, me sorprende que nadie te castigase antes. En fin. Pobre niña. No deseas más transformaciones, ¿a qué no? Me lo imagino. Bien, entonces lo mejor es que te quedes en el Tártaro, a salvo de cualquier mirada. Sí, en el infierno estarás bien.
No, no, por favor, otra vez al infierno no. Pero no digo nada. Solo empeoraría las cosas.
Conozco esta historia. La historia de Medusa. Y no puedo hacer nada por librarme, solo esperar a que el hérpe Perseo mate al monstruo que ahora soy.



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⏰ Última actualización: Jun 04, 2016 ⏰

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