Seis meses antes

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Caleb se abre paso a codazos entre la multitud, tratando de encontrar un poco de aire entre los cuerpos sudorosos de los jóvenes que bailan sin ton ni son al ritmo de una canción que sólo puede bailarse brincando.

Las únicas luces existentes son las de las pantallas de los celulares y las neón que cuelgan desde los techos, algunas parpadeantes, apuntando hacia diferentes puntos de la gran habitación sin ningún tipo de ritmo. Los meseros se tambalean entre el masivo movimiento de los jóvenes y el considerable peso de la charola sobre sus alzados brazos, las botellas de alcohol son las estrellas de la noche.

Algunas chicas se sujetan la cabeza para evitar vomitar sobre los prohibitivos sillones de cuero, algunos chicos ya han perdido sus camisas en alguna parte del suelo, y la mayoría ya ha perdido la sobria consciencia.

Caleb es parte de esa mayoría. Sus botas están mojadas y sus jeans rotos, su cabello está despeinado y su colonia se ha evaporado hace mucho.

Se recarga sobre una pared acolchonada, en un rincón a lado del tocador de mujeres, de donde desprende un fuerte olor a marihuana, y saca un cigarro de su chamarra, mas no encuentra un encendedor. Tal vez se le habrá caído.

Entra al tocador de mujeres, gobernado por una visible neblina que no deja ver su reflejo en el espejo, y asoma el ojo por una de las entreabiertas puertas de los baños de donde sale un identificable humo. Dos chicas, con el maquillaje corrido y la ropa removida, sentadas frente a frente con las espaldas recargadas en la pared y los mentones puestos en el techo, aparecen de entre el humo y levantan una ceja en su dirección.

—¿Las molesto con un poco de fuego? —les pregunta Caleb en su ronca voz.

Una de las chicas, la rubia, suelta el churro para estirar la mano y alcanzarle un encendedor.

La chica le prende fuego y Caleb simplemente acerca el cigarro y su boca.

—Amén, hermana —les agradece.

La pelirroja le levanta el dedo medio y él le sonríe cínicamente antes de salir del tocador con pasos lentos y vacilantes.

Sin intenciones de volver a reunirse con Keith, se queda dando caladas hasta que el cigarro se consume por completo. Después de tirarlo descuidadamente en el suelo, busca la salida, tropezando con unas personas y golpeando codos con otras; más de una vez caen gotas de líquidos que no está interesado en investigar.

El repentino silencio lo desorienta un poco, un mudo pitido le llena los tímpanos y deja de sentir en sus pies y cuerpo el temblor causado por los sintetizadores.

Una súbita paz se adueña de su ser y alza la cabeza hacia el cielo, cerrando los ojos, respirando el aire puro y dejando que el alcohol siga meciendo su cuerpo a una melodía de cuna que sólo existe en su cabeza.

Mientras trata de mantenerse en el efímero placer que el alcohol le proporciona, su mente no puede evitar vagar hacia ciertos lugares que son la razón por la que se encuentra esa noche ahí, tratando de olvidar tan sólo por un rato.

Pero no puede. Mierda, no puede.

Lo está consumiendo y él consume porque prefiere que las drogas y el alcohol lo consuman hasta hacerlo cenizas a que lo hagan los recuerdos. Estúpidos recuerdos. Maldito sea el presente, maldito sea el pasado.

Sólo quiere olvidar, y cada día es una batalla para fingir que su vida es perfecta y no miserable, fingir que su ser entero no pugna por sanación.

Cierra los ojos con fuerza, imaginándose lo que le espera al día siguiente. No lo dejarán en paz. No lo dejarían en paz ni aunque su cuerpo estuviera completamente intoxicado, lo cual no está lejos.

Esa es su manera de vengarse. De vengarse por todo, por robarle sus momentos más preciados, por adueñarse de su presente, por tratarlo como a objeto, por desintegrarlo y usar las partes a su antojo. Por hacerlo sentir tan miserable hasta el punto en que creía que ya no podía perder nada. Absolutamente nada.

Caleb tantea en el bolsillo de sus jeans y la encuentra. Es la pastilla. En realidad, es una píldora. En ese insignificante pedazo de plástico con polvo dentro se concentra la investigación de una vida.

La suya. 







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Aquí Sirum! O Ale, como prefieran llamarme. Ya hace un tiempo que anuncié que escribiría una historia nueva, y a petición de muchas fieles lectoras, es algo así como una continuación de Cambio. Sólo que no es continuación para nada jajaja, Liz es solamente la hija de Jenna y Seth, sin embargo, poco tiene que ver con Cambio, aunque habrá varias referencias a lo largo de la historia (que irán reconociendo si son o fueron lectores de Cambio).

En fin, espero que les agrade esta nueva obra y que puedan acompañarme en este nuevo camino, ya que son aguas que no he explorado y estoy aprendiendo a experimentar con este nuevo ambientesito. 

¿Qué les parece el nuevo personaje? Dejen sus hermosisimos comentarios, sus votos y esas cosas hermosas que ustedes hacen. Extrañé mandar pandas! Muchos pandas a todos<3 

Un Azul Casi GrisWhere stories live. Discover now