La peluquería es bastante más grande de lo que recordaba, es como si le hubieran dado un lavado de cara, de hecho, juraría que han hecho reforma. Sí, eso es. El local es muchísimo más amplio y elegante ahora, los marcos de los enormes espejos son negros y de madera labrada, con elegantes dibujos en relieve. Hay imágenes de hombres y mujeres modelando distintos estilos y peinados por todas las paredes, y la zona de recepción está separada de la de trabajo mediante un tabique, lo cual da más amplitud al local.

Parece que lo que empezó como un negocio familiar y de bajo presupuesto por el que nadie daba un centavo, va viento en popa. Y la verdad es que me alegro. La familia de Rachel -por mucho que esta siempre se haya empeñado en disimular, e incluso negarlo, como cualquier otro adolescente haría- es de clase media, media tirando a baja si me remonto a unos cuantos años atrás. Todavía recuerdo la tarde en que mi madre la invitó a tomar un café en nuestra casa para charlar acerca de su situación económica, en lugar de hacerlo en un sitio tan frío como una oficina en un rascacielos, y terminó ingeniándoselas para poder concederle un crédito con el que arrancar.

Por supuesto, Rachel no tiene ni idea de esto. Y se supone que yo tampoco.

Nadie les avalaba, nadie quería hacerse responsable de ciertos pagos si resultaba que la peluquería no daba ganancias, pero, aun así, mi madre les tendió la mano. Y aunque ya existía cierta rivalidad entre Rachel y yo, me alegré como si la ayuda nos la hubiesen brindado a nuestra familia. Ese día, mientras escuchaba atenta la larga conversación desde lo alto de la escalera, me sentí muy orgullosa de mi madre.

Hoy, es de Christina, la madre de Rachel, de quien me siento orgullosa. Se lo ha currado, las ha tenido que pasar putas para llegar hasta donde ha llegado. Se merece cada dólar ganado y por ganar.

Al otro lado del local, mientras espero a que Christina anote sus próximas citas con el teléfono sujeto entre el hombro y la oreja, veo un cochecito de bebé. Bueno, en realidad es una sillita. Frunzo el ceño para mí misma. «¿Quién ha tenido un retoño?»

-Guárdame el sitio, vuelvo ahora -digo para Lana, que se entretiene leyendo una revista de moda y acabando con los caramelos de una pequeña cestita de mimbre. Como si mis pies fueran autónomos, camino hasta la sillita, pero no hay nadie en ella y eso me parece extraño. Vuelvo a fruncir el ceño.

-¿Ema? -pregunta una vocecita. Cuando me incorporo y miro al otro lado del carrito, unos enormes ojos azul cielo me hiptonizan durante lo que se me hace una eternidad. Me pierdo en ellos y no vuelvo a la realidad hasta que el pequeño agita un sonajero de colores en el aire. Es el sobrino de Alex, hacía siglos que no lo veía. Al menos, no tan de cerca.

-¡Logan! -Exclamo en bajito, soltando el bolso en el suelo y arrodillándome para que con suerte me venga a dar un abrazo-. ¿Te acuerdas de mí?

Se echa a reír con la mitad de la mamo metida en la boca y después corre hacia donde estoy, lo que me sirve como un sí.

-¡Madre mía, cuánto has crecido! -Rodeo su pequeño cuerpo con mis brazos y hundo la nariz en su pelo, tan revuelto como si acabase de despertar de la siesta. Huele a bebé. Y la tremenda sensación de paz que siento mientras me abraza es inexplicable.

-¡Pero bueno! -Oigo exclamar a Christina, que se posiciona a apenas un metro de distancia de nosotros con las manos en las caderas-. ¿Cómo tienes la poca vergüenza de despertar y no venir a saludarme?

Logan mira un momento a Christina y después esconde la cara en mi cuello y se echa a reír, parece de lo más divertido con la situación.

No Me Falles  [2]Where stories live. Discover now