El sujeto del lago

1.7K 253 48
                                    


•••Cuarto día•••

Las cartas continuaron llegando como mariposas migratorias. Eran alrededor de doscientos sesenta y siente las que durante cuatro días habían llegado. Eran demasiadas. Definitivamente ese tipo no tenía nada bueno qué hacer en sus ratos libres.

En algunas leía sus deseos carnales. En otras, rabietas de celo, posesión y la mayoría de amor casi infinito.
Me sorprendió la lírica de Parrish, la forma de expresarse y la forma en que su letra se tornaba demasiado remarcada por su ira acumulada.

Hablé con él por teléfono, le insinúe de las cartas y fingió demencia. Qué penoso era. Me causaba ternura.

Me encontraba en el pequeño muelle mirando el horizonte, ante mis ojos apareció de nuevo ese ser siniestro que vi el primer día que llegué aquí. Llamé a Parrish sólo para comprobar que fuera él pero me llevé una desagradable sopresa.

—Parrish, ¿en dónde estás?— pregunté en cuanto Jordan atendió la llamada.
Hola Stiles— Saludó cordialmente— y, emm, estoy en la comisaría con tu papá, ¿pasa algo?
—¡No, no! pff, qué va. Saludame a mi papá. Bye.
Y colgué.

Esa figura seguía viéndome. Pero no fue como esa primera mirada que me dio la primera vez que lo vi. No. Esa mirada era de celos, irradiaba ira.

Ya era evidente que no era Parrish quien escribía las cartas. Acababa de hablar con él. Y el ente no tenía nada en sus manos. Sólo estaba ahí parado recto y ya. Aún así una parte de mi —segutamente la racional/miedosa— seguía sospechando de Jordan.

Una nueva carta llegó a través del lago. De inmediato la agarré y la colgue para que se secara. Cuando voltee hacia el otro lado del lago él ya no estaba.
¿Qué carajos? pensé.
Tan pronto de secó la carta la tomé y la leí.

«Stiles:

No sé quién mierdas sea ese sujeto con el que hablabas y que ha rondado por aquí, pero créeme, él no se interpondrá entre nosostros. Por que nosotros si estamos hechos el uno para el otro.
Recuerda eso siempre Stiles, tú eres mío. Mío totalmente.

Falta poco para que estemos juntos.

Siempre tuyo.»

A causa de la carta reí incontrolablemente hasta que mi estómago dolió.

Resultaba que Parrish hablaba en tercera persona. Me pareció sumamente gracioso, sin embargo ese momento de risa no me duro mucho.
Escuché claramente detrás de mi una respiración profunda, aspirando el perfume de mi camisa.

Sentí un inmenso miedo paralizante.

Volteé poco a poco.
No había nadie.
Absolutamente nadie.
Mi mente maquineo miles de escenarios catastróficos hacia mi persona, escenarios realmente desalentadores donde yo era secuestrado y torturado brutalmente por lo que me estaba acosando.
Fue demasiado para mi, al grado de tener un ataque de pánico.

Me sumergí en el lago para tranquilizarme, fue lo único que se me ocurrió hacer.
Asomé mi cabeza para poder tomar una enorme bocanada de aire. Cerca de mi pude ver otra carta. No me esperé a colgar y secar, de inmediato la abrí con cuidado.

«Stiles, hueles tan bien... me dan ganas de hacerte mío a la voz de ya. Te deseo como no tienes idea, cariño.

Siempre tuyo.»

Miré hacia el otro lado del lago y ahí estaba él con una mirada que insinuaba e incitaba a algo más.

Esa figura siniestra retrocedió un par de pasos y se adentró en lo espeso del bosque.
Cuando estuve seguro de que no regresaría —al menos no por el momento— salí del lago escurriendo. Temblando. Entré a la cabaña y me cambié la ropa por algo mas cómodo, y colgué esa carta al igual que mi húmeda ropa.

Las otras cartas las acomodé dentro de mi maleta para no tener un regero por la habitación.

Supe entonces que en verdad no era Parrish el autor de las cartas, ni tampoco era Scott, mucho menos Jackson —y que quien fuera el autor de esas cartas era veloz para escribirlas y dejarlas en el lago sin ser visto—. Realmente estaba siendo acosado por un ente extraño. Las leyendas eran ciertas. Bueno, no todas, pero sí la del asesino que esperaba a su víctima. Y esa víctima era yo.

Ante ese pensamiento, tomé mis pertenencias para guardarlas en el equipaje. Tenía que marcharme, ya no podía quedarme aquí.
Era mucho riesgo.

Traté de hablar con mi papá pero resultaba que no tenía señal. Tomé entonces la decisión de irme por cuenta propia, al fin y al cabo ya sabía por donde era.

Salí de la cabaña y a paso apresurado me dirigí a la entrada del bosque. Conforme caminaba mas denso e incómodo se ponía el bosque, incluso comenzaba a cubrirse de neblina, lo que hacía casi imposible ver más allá de dos metros. El camino parecía no tener fin.

Decidí tomar otro rumbo. Mala idea. Me perdí en alguna parte bosque y me topé con él frente a frente.
Sus ojos era de un color rojo muy destacables que se fueron degradando a un verde profundo, eso lo pude ver perfectamente, pero su rostro no. Tenía puesta una capucha que lo cubría haciéndolo ver siniestro.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
Cuando reaccioné solté mi equipaje y corrí sin dirección aparente.
De nuevo encontré la cabaña.

—¡¿Qué carajos esta pasando?!— Grité exasperado.
Entré a la cabaña azotando con fuerza la puerta.

Restregue mis manos sobre mi cansado rostro. Estaba tan frustrado, a punto romper en dos la maldita cabaña pero antes de siquiera hacer otra cosa, escuché el crujir de algunas ramitas y después un golpe seco de algo que azotó sobre la puerta.

Me asomé por la ventana y vi mi equipaje recargado en la puerta, sin rasguños ni ningún tipo de daño sobre ésta. Volteé al frente y de nuevo estaba él, quien caminaba hacia el bosque, perdiéndose en el.

«¿Porqué me amas?
¿porqué quieres lastimarme?»

500 Letters [AU Sterek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora