Parte 1 : De Cuñada a Amante

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Sábado 5 de Enero. Sin ninguna prisa me meto en la ducha mientras Elena termina de arreglarse para irse. A ella le esperaba un día algo complicado, pues tenía que trabajar medio día para cubrir en la tienda el puesto de una compañera enferma, y además le quedaban por comprar mis regalos para esa noche, por lo que ya estaba algo estresada nada más levantarse.
A punto de terminar mi ducha oigo el timbre. ¿A las 9 de la mañana?. Elena abre la puerta. Es una chica, pero no distingo su voz. Con mi albornoz puesto salgo del baño justo cuando Elena estaba a punto de entrar. "Me voy. Lucia ha venido, pero no tengo tiempo. ¿Le pones tú un café?". Sin dejarme ni responder me besa y se aleja. Lucía, hermana de Elena , es testigo de la escena desde la puerta de la cocina, con esa media sonrisa que a veces me desconcierta y otras me pone a mil. "Así me gusta, que la mujer ordene y el hombre obedezca" bromea mientras Elena se despide de ella también con un rápido beso en la mejilla. "Buenos días a ti también, cuñada" le respondo fingiendo desagrado.
Voy hacia ella para darle los dos besitos de rigor mientras Elena cierra la puerta tras de si. Lucia me llama la atención en algo que ni había pensado en ese momento. "¿Crees que recibir a tu cuñada estando desnudo es apropiado?" De nuevo esa media sonrisa. Fui rápido en la respuesta "Cualquier cosa que me vieras ya la has chupado antes, así que no te hagas la ofendida". "No vería nada. No traje la lupa" respondió aún más rápido que yo. Nos gustaba picarnos continuamente, así que ese tipo de comentario por parte de ambos se hizo habitual después del trio con Elena, y no nos ofendíamos. Eso si, siempre que estuviéramos a solas, pues cuando habían testigos, nos comportábamos siempre con corrección y respeto. Sobre todo delante de Elena. Esa experiencia no solo sirvió para pasar una tarde de sexo estupenda, sino que cambió de manera radical una relación entre nosotros que antes era formal y fría y ahora cercana y cariñosa.
En ocasiones, Elena y yo utilizábamos tanto a Lucia como a Leo en nuestras fantasías cuando follábamos, imaginando que alguno de los dos estaba en la cama con nosotros, y nos poníamos a mil contándonos mutuamente lo que nos gustaría que estuviera pasando si alguno de ellos estuviera allí, pero eso no significaba que pudiésemos hacer ese tipo de comentarios en cualquier momento, por lo que nos cuidábamos muy mucho de mantener las apariencias fuera de la cama.
Elena llama desde el coche: "Dile a Lucia que se quede a almorzar. Creo que podré salir y comemos juntos, así que prepara algo para los tres y luego salimos de compras". Comuniqué a Lucia los planes y aceptó. Me vestí, preparé los cafés y charlamos
- "¿Y que te trae por aquí tan temprano?"
- "Elena me dijo que la acompañara a hacer las compras que le faltaban, pero se le olvidó avisarme de que tenía que trabajar esta mañana".
- "Ah si. La llamaron ayer para cambiar el turno. Menudo rebote se pilló. Le fastidiaron todos los planes de hoy"
- "Pues la muy zorra podría haberme avisado. No habré interrumpido nada, no?" - Pregunta mientras saboreaba el café recién hecho y mirándome de reojo.
- "Ahora que lo dices, pues si. Estaba a punto de relajarla un poco antes de que saliera a trabajar, pero tú siempre tan inoportuna". - Seguimos con las bromas.
- "Pues me alegro de fastidiarte el polvo mañanero" Acompañó la frase con una mirada descarada hacia mi paquete.
- "Pues me debes uno" le respondí mirando aún más descaradamente a su escote.
Tras las risas tocaba comenzar a preparar las cosas para el almuerzo. Le dije que se viniera conmigo a la cocina y me ayudara. Le di un cuchillo y la puse a pelar unas patatas mientras yo preparaba el resto. Procurábamos molestarnos y estorbarnos todo lo posible empujándonos, cambiando las cosas de sitio, poniéndonos en medio cuando el otro pasaba. En fin, ¿quien dijo que cocinar no podía ser divertido?. Con tanto roce y broma no pude evitar comenzar a pensar en cosas que no debería pensar con mi cuñada. Al menos no si Elena no estaba presente. Nunca pensé en engañar a Elena, pues nuestra vida sexual era tan completa, sincera y abierta que no sentía ni curiosidad por ello, pero dicen que el engaño no es cuestión de deseo, sino de oportunidad (o algo así), y aquello se estaba convirtiendo en una oportunidad en toda regla.
Cada vez tenía más deseo de besarla y de tocarla, pero un paso en falso y aquella buena relación podría irse al garete, junto con mi matrimonio. ¿Que hacer?. Ella seguía con sus bromas y yo entendía que deseaba también algo más, pero podría estar entendiéndolo mal. Finalmente me atreví a lanzarme. Cuando ella se hizo una vez más hacia atrás para cortarme el paso, puse mis manos sobre sus nalgas y las apreté para apartarla de mi camino. Si ella no respondía favorablemente, siempre podía decirle que solo quería quitarla del camino. Ella rió y se giró. Me acerqué lentamente con intención de besarla y ella hizo un ademán de evitarlo. Se me heló la sangre pensando que había metido la pata, pero en seguida ella también se acercó y nos besamos dulcemente, humedeciendo nuestros labios con ternura y colmados de deseo.
Soltamos todo lo que teníamos en las manos y nos abrazamos mientras nuestras lenguas se acariciaban cada vez con más pasión. En mi mente algo me decía que debía parar, pero lo que debía hacer y lo que quería hacer no eran ni parecidos. Paré de besarla solo para quitarle la blusa, a la que siguió su sujetador. Contemplé sus senos durante unos segundos y sus pezones fueron el siguiente objetivo de mi boca. Estaban ya duros cuando comencé a lamerlos y apretarlos, recorriendo el dulce camino entre ellos y su cuello. Lamerle los senos estaba siendo como un droga para mi. Ella, entre suspiros, buscaba la manera de meter su mano por dentro de mi pantalón casi con desesperación. Me deshice de mi camiseta mientras ella, arrodillada, me desabrochaba el pantalón y, sin más protocolo, sacó mi polla para comenzar a tocarla primero y mamarla a continuación. Que boca tan caliente y húmeda!. Aunque muchas veces había recordado la primera vez que me lo hizo, ese recuerdo no hacía justicia a lo bien que lo estaba haciendo en ese momento.
Terminé de quitarme la ropa, que quedó tirada en el suelo de la cocina, y pude concentrare plenamente en follar su boca sujetándole la cabeza. Ella jugaba con mis huevos y tragaba todo lo que podía controlando mi empuje para no atragantarse. Debía parar. No por cuestiones morales de estar follando con mi cuñada, sino porque estaba muy excitado y no quedaba mucho para correrme, pero no quería terminar sin follarla antes. Cogiendo su mano, hice que se levantara y la llevé al dormitorio. La tiré sobre la cama aún sin hacer y casi le arranqué la falda. Su sonrisa llena de lujuria me indicó que esa era la forma en la que ella quería que la follara. Puse mi mano entre sus piernas sin quitarle aún las braguitas. Estaba húmeda. Me puse a cuatro patas entre sus piernas y desde su boca fui bajando con mi lengua para saborear cada centímetro de su cálido cuerpo. Ella acariciaba mi pelo mientras me movía humedeciendo toda su piel, hasta llegar a su vientre. Le quité lo que le quedaba puesto y le abrí mucho las piernas. Con mi boca pegada a su sexo, mi lengua jugando con su clítoris y sus labios, y mis manos apretando sus pechos conseguí hacerla retorcerse, gemir, jadear y decir obscenidades hasta que casi se corre.
Me apartó para evitar llegar al orgasmo, y yo aproveché para subir y metérsela de golpe. Ella lanzó un "ay" largo y apretó mis brazos hasta casi clavar sus uñas en ellos. No le dí tregua. La follé con rapidez, empujando muy adentro. Ella me miraba fijamente, con los ojos y la boca muy abiertas, respirando entrecortadamente mientras sentía mi polla llenándola, y solo parecía capaz de susurrar "Ay Carlos...". La saqué con la misma velocidad con la que se la metí y de nuevo me lancé a chupar su sexo. Lo repetí varias veces. Un poco de polla clavada de golpe y cabalgada y otro poco de lengua lamiéndolo todo. Ella se volvía loca cada vez que se la sacaba de golpe, y se quedaba sin respiración cuando la empujaba hasta el fondo. Así también yo era capaz de retrasar un poco más mi inminente corrida.
La pausa para coger un condón de la mesa de noche la aprovecho ella para lanzarse a chupármela y ayudarme a ponérmelo. Mientras ella lo hacía, yo cogí el bote de vaselina, por lo que ella imaginó lo que iba a hacerle. "Eso no" me dijo, pero no me pareció muy convincente, así que la puse a cuatro patas. Me puse detrás de ella y la penetré de nuevo lentamente. Ella jadeaba otra vez. Sin dejar de moverme, empece a lubricar su culo con la vaselina, metiéndole los dedos. "Cuñada", le dije "me toco pensando en ti. Me folló a tu hermana imaginándote. La meto en su culo pensando en el tuyo. Ahora eres mía y te voy a encular como me he imaginado todo lo que quiera". Y así lo hice. La saque de su coño y la puse en su culo. "Ay dios" decía ella al sentir como empecé a empujar para metérsela. Se le abrió de golpe para dejar paso a mi glande, que entró fácilmente. Ella se quejaba, pero no puso ningún impedimento. Poco a poco la fui penetrando con suavidad, pero sin parar ni un momento. Por fin estaba de nuevo sodomizando a mi cuñada como tantas veces había imaginado, con mi polla muy apretada dentro de su culo, y ella alternaba "si, así" con algunos quejidos del placentero dolor que le provocaba mi polla recorriendoselo por dentro.
Al poco me pidió que parase. Me tumbó en la cama y se puso sobre mi. Con su mano sujetó mi polla y la colocó en la entrada de su empapado sexo. Una vez metió la punta, se dejó caer sobre ella hasta el fondo y sus movimientos en círculos me volvían loco. Nos besábamos, chupaba sus tetas, apretaba su culo y ella seguía moviéndose arriba y abajo sin pausa. Intenté aguantar todo lo que pude, pero fue ya imposible cuando sin parar ni un momento me dice "No deberías follarte a tu cuñada cabrón". Creí que el condón iba a reventar cuando comencé a correrme. Me arqueé empujando hacia arriba hasta que ella se tuvo que sujetar con el cabecero de la cama para no caer hacia adelante, y yo no dejaba de vaciarme. En ese momento comenzó su orgasmo. Era una lucha a ver quien de los dos era capaz a de empujar más hacia el otro, con ella además moviendo en círculos consiguiendo correrse casi cabalgandome literalmente.
Cuando terminó su orgasmo se desplomó sobre mi, y yo seguía moviéndome dentro de ella esta vez con más suavidad y susurrándole "cuñada, ahora eres solo mía". Nos comíamos a besos, aún jadeantes y estuvimos un rato largo así, hasta que no nos quedó más remedio que levantarnos a preparar el almuerzo. Nos recompusimos, pero no dejamos de besarnos hasta que llegó Elena, y cuando eso sucedió...

Erotic Room ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora