Capítulo 20

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—Como sea.
Después de haberme duchado, secado el cabello y enrollarme en una toalla blanca, Caroline me esperaba impaciente en su cuarto, con pinzas en una mano y en la otra, un cepillo puntiagudo.
Me obligo a sentarme en una silla, ya que yo era un par de centímetros más alta que su metro sesenta y cuatro de estatura, por lo que peinarme parada hubiera sido un total martirio. Comenzó a enrollarme todo el cabello, hasta terminar dejándolo en suaves ondas de color ébano y una flor artificial del mismo color sobre mi oreja izquierda. También hizo una pequeña trenza en la coronilla y la sujeto en el lado izquierdo de la cabeza. Después de haber terminado con mi cabello, decidió que lo mejor sería probarme la ropa primero, en caso de que no me gustara como que quedará y tuviera que elegir otros tonos para el maquillaje. Daba igual lo que eligiera, porque en su mayoría, el vestuario de Caroline era color negro, pero bueno, no me pondría a discutir nada de esas cosas con ella. Comenzó a tomar ropa y aventarla en mi dirección. Cuando ella termino, yo estaba sobre la cama con todas las prendas encima de mí, aplastándome. Ella río.
Al final, decidí ponerme unos vaqueros rasgados y oscuros, junto con una blusa desmangada del mismo tono y un blazer color vino, ya que hacía un poco de viento afuera. Cuando retomo el asunto del maquillaje, me aplico tantas capas de este que me sentía como un payaso. Me opuse a esto y decidí quitarlo, aunque ella opuso resistencia y comento que cuando me viera en el espejo, quedaría más que satisfecha. Por lo cual le creí. Después aplico colorete sobre mis mejillas y pómulos y sombras oscuras en los parpados. Solo puso un poco de brillo en mis labios e indico que me fijara en el espejo.
—Wow.
Y valla que me veía bien. No recuerdo haberme quedado sin palabras al mirar mi aspecto desde el séptimo grado, en el que acompañe a Trevor a su graduación. Ese día me habían obligado a usar un vestido rosa—odio el rosa— y también me habían alisado el cabello, me veía muy diferente. Como hoy, solo que esta vez, me gustaba más porque no tenía que llevar ningún horroroso vestido rosado. Me gire hacía Caroline con una sonrisa en el rostro y la abrace.
—¡Muchísimas gracias! ¡Apenas y me reconozco! —Las dos reímos mientras seguíamos abrazadas—. Eres una bruja, ¿sabías?
—¿De las blancas o las negras? —Pregunto ella—.
—De las dos —Le dije mientras ella me lanzaba una almohada directamente hacía la cabeza—.
—Te quiero. Aunque seas una tonta —Caroline me dijo, separándose de mí. Le sonreí—.
—También yo, tonta.
A las siete de la noche, me encontraba afuera de la casa de la señora Michele. Ya que nunca había estado ahí de noche, el ambiente había cambiado mucho. Los faroles de la calle iluminaban gloriosamente hacía la casa, como si tuviera vida, o algo así. La fuente del patío delantero también emitía luz y un pequeño señor al que reconocí como Charles—que era el mayordomo, jardinero y chofer de la señora Michele—, estaba regando el recién podado pasto. Lo salude brevemente y después de sacarle la vuelta al agua, me dirigí hacia el interior de la casa.
Como trabajaba aquí, Michele me había dado unas copias de las llaves, por lo cual no necesitaba tocar el timbre y esperar a que me abrieran.
Como era costumbre, Michele no se encontraba en casa, por lo cual me evite el darle explicaciones de porque estaba aquí tan tarde.
Subí las escaleras dando trompicones y me dirigí hacía el cuarto de Austin. La puerta estaba medio abierta, pero aún así toque, entrando mientras lo hacía. El estaba sentado sobre su cama tomando agua e intentando amarrar las agujetas de sus converse rojos. Lo mire.
Había acertado en el blanco al llevar puesta esta ropa. El también llevaba unos vaqueros negros, aunque no rasgados, una camiseta gris que decía Arcade Fire y un cardigán negro. Amaba a los hombres que podían llevar un cardigán y aún así verse bien. Llevaba el cabello húmedo y alborotado sobre sus ojos azules. Sonreí.
—¿He llegado a tiempo? —Le dije mientras me sentaba en el piso frente a él y tomaba uno de sus pies entre mis manos—.
—¿Qué haces ___? —Pregunto él en tono serio—.
—Uy. Estoy amarrándote las agujetas —Le dije mientras terminaba con su pie izquierdo y después tomaba el derecho—. Por cierto, lindos converse.
—Gracias. Ahora, ¿nos vamos? —Dijo mientras se levantaba de la cama y comenzaba a caminar hacia la puerta de su cuarto, tocando las paredes para no tropezarse. Me incorpore y lo seguí—.
—Vale, pero cuidado con las escaleras.
Cuarenta y cinco minutos después de inútiles instrucciones por parte de Austin y varias canciones de Coldplay cantadas a todo pulmón en el coche, finalmente llegamos a casa de Alex. Vivía en West Hollywood, como yo, solo que su casa era muchísimo más hermosa y deslumbrante que la mía. Estaba empezando a odiar el hecho de juntarme con gente con casas como estas.
Era de color marrón y tenía rejas obscuras, grandes ventanales que daban vista a la ciudad y una exuberante chimenea construida solo con piedras lisas. Apenas y podríamos llegar hasta allá, de la cantidad tan enorme de gente que había. Tome el brazo de Austin, para no perdernos ni él, ni yo.
—¿Y ahora qué? ¿Qué hacemos? —Le dije gritando por encima de la estruendosa música. Algo de rap que no podría identificar ni en un millón de años—.
—¡Busca a Alex! —Grito él. Lo lleve hacía un sillón, para que no se tropezara mientras yo iba a buscar a Alex y en cuanto se acomodo en él, comenzó a platicar con un chico rubio que tenía expansiones negras en las orejas. El me miro y me dirigió una sonrisa, que yo devolví. Después me aleje y me perdí en la multitud.
Había gente en cada rincón de la casa, al igual que la cerveza, que obviamente no podría faltar. Los fumadores se encontraban en el patío trasero, un par de parejas sobre los sillones, las paredes e incluso el suelo, tragándose vivos, otras personas rompiendo jarrones y platos, y otros corriendo desnudos alrededor de la piscina trasera. Era un tremendo caos.
Me llevaría un siglo encontrar a Alex.
Seguí recorriendo la casa, sin ninguna pista de él. Quería darme por vencida e ir directamente hacía Austin, pero tampoco quería defraudarlo. Después de haber visto tres veces toda la planta inferior, decidí ir escaleras arriba y probar mi suerte. Subí de dos en dos los escalones, a toda prisa, y comencé a mirar en los cuartos. Algunos solos y otros… bueno ya saben.
Por último, metí la cabeza en un cuarto, nadie lo ocupaba. Bueno por lo menos era algo pero, ¿dónde se había escondido Alex? Decidí bajar y preguntarle a alguien desconocido, si lo habían visto, así que cerré la puerta. Pero antes de poder evitarlo, alguien me había tomado de la cintura, apretándome en un abrazo. Me giré.
Trevor.
Trevor y Austin, en la misma casa.
¿Enserio?
Demonios.

~Corazón Ciego~ Austin MahoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora