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(Lovino)

Había pasado una semana desde la última de mis crisis, y aunque tuve que rogarle a mi tía, finalmente conseguí que me dejara salir de casa aunque sea para ir a la escuela. Si bien no era mi lugar favorito, al menos ahí podía descansar de lo empalagosa y cargante que se ponía a veces. Si tenía suerte hasta podía escaparme de mi hermano un rato.

Vale, no es que sea un maldito antisocial malagradecido, solo que es agotador estar hablando con alguien y tener que pretender que no te incomoda la forma en que miran los malditos tubos saliéndote de la nariz, pretender que no me molesta escuchar cómo susurran a mi espalda en el pasillo y, por supuesto, que no te importa para nada ser solo espectador de casi todo lo que pasa.

Me llamo Lovino, voy en segundo año de preparatoria y como todo un buen alumno me escapo de las clases apenas tengo oportunidad. ¿Que si alguien lo sabe? Pues claro que sí, estoy seguro de que en más de una ocasión me han visto ir en dirección opuesta a las salas al sonar la campana (No soy muy bueno corriendo así que ni siquiera lo intento) y no importa el día que sea o lo muy cabreados que estén los profesores, nadie sería capaz de decirle algo al pobre chiquillo moribundo.

Era una especie de acuerdo secreto a viva voz entre todos los adultos del lugar, nadie puede regañar a un enfermo ¿no? El chico no quiere ir a clases, ¡déjalo que pase sus últimos días en paz!

Así que si no hacía más escándalo de lo necesario podía pasarme por alto algunas de las materias más odiosas como matemáticas. Justo en eso estaba, sentado en el césped detrás de las gradas en la cancha de fútbol, el viento soplaba despacio levantando el olor a pasto recién cortado y moviéndome el flequillo. Ya estaba bastante largo y debía cortarlo, pero nadie iba a decirme nada sobre eso tampoco.

Nunca me había quedado mirando mi reflejo en un espejo por más tiempo que el estrictamente necesario, no me gustaba verme ni mucho menos verla a ella. Era como si a medida que pasaba el tiempo, más me pareciese a mi madre.

Hay una especie de maldición familiar en la sangre de los Vargas. No habíamos salido favorecidos con nuestra herencia genética, al menos no la mitad sin suerte de la familia. FIBROSIS QUÍSTICA. La primera vez que le pregunté a mi tía qué significaba ella me abrazó y se echó a llorar. No sabía que estaba pasando ni porque se empeñaba en quitarme el poco aire que podía guardarme en los pulmones apretándome la cara en su pecho.

Una enfermedad respiratoria, una de las más asquerosas por cierto, y que casualmente solo se presentaba en uno de los hijos de la familia Vargas por cada generación. Me había pasado a mí, a mi madre, a mi abuela y así décadas y décadas de catástrofes familiares. Katherine Vargas había muerto a la edad de 26 años, bastante mayor considerando que los médicos no le veían futuro después de los doce. Por eso mi hermano Feliciano y yo vivíamos con mi tía Elinor quien nunca se casó ni quiso tener hijos, seguramente para ahorrarse el tener que pasar por la ruleta rusa de no saber cuál de ellos sería "el elegido".

-Fra-te-llo! –la voz de mi hermano se escuchó por toda la cancha, primero como un suave murmullo. Luego de verme y acercarse corriendo lo sentí como un chillido en la oreja. -¿Qué haces aquí tan solo?

-Intentaba esconderme de ti.

-Vee...eso es cruel. –bajó los hombros fingiendo llorar, así era Feli, todo lo contrario a mí y, desde luego, muchísimo más agradable. –la tía Eli vino a recogernos temprano, dice que te apures o te va a tocar lavar los platos.

Rodé los ojos aunque de todas maneras me puse de pie, Solo había alguien más molesto que mi hermano y esa era la tía Elinor, si no iba rápido era capaz de entrar a las canchas a sacarme colgando de una oreja. –déjame ayudarte. –dijo Feliciano acercándose a mí para tomar el carro del oxígeno que tenía que arrastrar a todas partes. No era pesado ni nada, solo un horrible recordatorio de lo enfermo que estaba.

-Puedo solo. –le aparté la mano de un empujón, Feli no dijo nada más en todo el camino a casa.

---O---

Otra de las ventajas de estar terriblemente enfermo es que hay días en los que te sacan de la escuela temprano sin razón alguna. Hoy mismo eran las doce y media y yo estaba ya en casa con el pijama puesto y cuchareando el pote de helado mientras mi hermano y mi tía preparaban el almuerzo.

–Lovino, vas a arruinar tu apetito si te comes el postre primero.

-Tal vez me muera a mitad de la comida, no quiero irme sin probar el postre. –le respondí. Mi tía me lanzó una mirada molesta pero no dijo nada, solo apretó los labios para seguir picando las verduras. No les gustaba que dijera esas cosas porque sabía que eran ciertas.

Subí a mi habitación golpeando el tubo de oxígeno con cada escalón, la mía era la primera en el pasillo y la más cercana al baño, a la puerta principal y al teléfono de emergencias. Todo estaba fríamente calculado. Me tiré en la cama mirando al techo. En la mesa de noche había una pequeña caja de música, una de las pocas cosas que había sobrevivido después de nuestra última mudanza. La tomé y le di vueltas a la manija. De inmediato, una suave melodía llenó la habitación, la conocía de memoria porque mamá solía cantárnosla a mí y a Feli antes de ir a dormir. Y como solo tenía tres años cuando murió, es el único recuerdo que tengo de ella.

Me quedé quieto escuchándola fundirse con el leve zumbido que hacía el tubo al liberar el oxígeno. No supe en qué momento me quedé dormido. Resulta que la tía Elinor tenía razón, ya no tenía ganas de almorzar.

Todo fue bien hasta la tarde, a eso de las cuatro estaba sentado en el escritorio tratando de leer un poco. Y digo tratando porque no hay quien pueda concentrarse con su hermano en la habitación de al lado cantando "Call me maybe" a todo pulmón. Ya le había gritado que se callara un par de veces y tendría que ir a golpearlo si no paraba.

Comencé a sentir dolor en el pecho, y aunque traté de ignorarlo luego de unos instantes se volvió más agudo justo al centro. Revisé el tubo que seguía bombeando aire, tampoco había ningún problema con la cánula, no sabía por qué me costaba tanto respirar. Jadeaba tratando de llenarme de aire por la boca, pero aun así era imposible. Fui tambaleando hasta el cajón de la mesa de noche donde guardaba el inhalador. Una, dos, tres veces y nada, sentía que la cabeza me explotaría.

No quería llamarlos, no quería que mi hermano o mi tía tuvieran que verme así de nuevo, ya había sido suficiente molestia para la familia con las últimas crisis.

Ya no podía sostenerme en pie, traté de caer sentado en la cama pero fui a parar al suelo enrollado y boqueando por seguir respirando. Solo entonces la música en la habitación continua cesó y la puerta se abrió dejando ver a mi hermano con los ojos abiertos de par en par. Maldita sea... lo había asustado de nuevo.

-¡Lovi! –corrió hasta quedar en el suelo junto a mí. Puso mi cabeza sobre sus piernas mientras revisaba que todo el equipo estuviera funcionando. -¡TIA ELI! – gritó de pronto.

Fueron cosa de segundos los que se tardó en subir corriendo las escaleras hasta mi cuarto, al vernos se llevó las manos a la boca y salió nuevamente al pasillo, seguramente a usar el teléfono para llamar a emergencias.

No supe qué pasó después, cerré los ojos y mi mundo se fue a negro, solo recuerdo las manos de mi hermano sosteniéndome la cabeza y el ruido de los pasos de mi tía moviéndose de un lado para otro. Lo siguiente que recuerdo era el techo de la ambulancia, un paramédico me aplastaba el pecho tratando de liberar espacio para que circulara de nuevo el aire. Mi familia había subido también. Mi tía estaba a mi lado, Feliciano se había quedado sentado un poco más lejos con las manos juntas sobre las rodillas y la cabeza gacha. Otra vez estaba llorando por mi culpa...

El camino pudo haber durado treinta segundos o tres años con facilidad, estaba tan mareado que pensé que mi cabeza se fundiría antes de que muriera por no respirar.

-¡Eh tú, muchacho! El oxígeno rápido! –escuché que alguien gritó. Cuando abrí los ojos me encontré con los suyos. Un par de ojos verdes que me miraban con curiosidad, como si no me sintiera ya como un bicho raro. Pero... que ojos. Me hubiera quedado pegado en ellos de no ser por las enfermeras que metieron la camilla en la sala de emergencias. Ya no sabía si el dolor era por la maldita fibrosis o habían sido esos ojos verdes los que me habían dejado sin respirar.

Ninna Nanna (spamano)EDITANDOOOODonde viven las historias. Descúbrelo ahora