El sello del artesano

369 17 17
                                    


Como si algún recuerdo pugnara por salir fuera de una pequeña caja. Y yo podía sentir los torpes y lentos movimientos de ese algo. Una simple pista bastaría. Si estirara de un hilo, todo se desembrollaría con facilidad. Estaba esperando a que yo lo desembrollara. Pero yo no atinaba a descubrir ese hilo delgado.

No es como si tuviera mucha prisa por que todo ese oleaje de recuerdos me tumbe, hay una razón por la cual están encerrados en el fondo de mi subconsciente, sin embargo, existe algo en cada línea que trazo, en cada pincelada de color que, por unos instantes, hace que quiera descubrir, casi con desespero, los secretos que guarda mi mente deteriorada.

Afortunadamente ese instante ya ha pasado y he reaccionado a tiempo para alejarme del pedazo de papel, que se nota ha absorbido mucho de mí por este día.

Es por esto que últimamente le dejo los bocetos a mi aprendiz. Tan solo hacer los preliminares desata una cadena de pensamientos que, estoy seguro, en mi mente no deberían estar. Empiezo a ver cosas con cada movimiento, como si, en ese momento de concentración absoluta e inspiración, mi mente fuera capaz de llegar a los rincones más recónditos y rescatar cada recuerdo que el uso de ese libro de magia maldito ha hecho desvanecer. Realmente debí ser más cauteloso cuando joven, aunque ya no tiene caso lamentarme.

A pesar de decir todas estas cosas, decidí hacer este boceto por mí mismo, enfrentándome a las consecuencias voluntariamente, a esos instantes de abstracción tenebrosa y recuerdos que, de alguna manera, se sienten ajenos pero nostálgicos. Y todo esto es por la persona que ha hecho esta solicitud, el Rey.

La última vez que tuve que hacer algo para él no me fue muy bien. No recuerdo los detalles —porque el libro parece llevárselos cada vez que aprendo algo de sus páginas—, pero sé que estuvo relacionado con mi primera vez haciendo magia. Mi problema fue no leer entre líneas, no ver la verdadera intención tras cada palabra en ese estúpido pedazo de papel y cuero, las reglas, las advertencias, todas fueron ofuscadas por mi inocencia e inexperiencia, lo que creí que sería un simple regalo a alguien que aprecié...

No importa, el hecho es que estuve a punto de ser ejecutado —un niño mago no es bien visto por aquí, especialmente no de mi categoría— pero él me dio otra oportunidad, me pidió algo, algo que no fui capaz de duplicar, sin embargo, me dejó ir.

Pero no creo que tenga tanta suerte esta vez. Tan solo espero que, cuando le muestre lo que tengo, no exija lo mismo que en aquel momento. Esto es solo una muñeca para el príncipe, una cargada de las emociones que vi en la mujer de la pintura —su madre—, nada más.

Sacudo mi cabeza, notando el vacío en mi estómago. He pasado todo el día aquí adentro —en mi taller— con la esperanza de terminar el boceto y, si no lo hago pronto, tendré que dejárselo a mi aprendiz y de verdad no quisiera que fuera él quien se enfrente a la ira del Rey si no cumple con lo esperado.

Es ridículo pero solo me falta el rostro de la muñeca que me ha encargado. Como si fuera la primera vez que hago una a partir de un simple retrato, tan solo puedo definirme, en esto momentos, como un patético artista.

Pero es que simplemente no me gusta hacer un trabajo mediocre, el montón de papeles desperdigados a lo largo de mi taller —que llegan hasta la mesa en la que mantengo mi preciada vasija de agua— es prueba de ello.

Su rostro no es algo fácil de duplicar, esa mirada melancólica, anhelando aventura y libertad; su boca adornada por una sonrisa a medias, con deseos de sonreír pero sin razones para hacerlo; la tensión en sus hombros, los párpados caídos. La mujer en la pintura es joven pero ya carga un aura de tristeza y cansancio, solo por eso es fácil intuir que está haciendo algo que no desea hacer, que está viviendo una vida con la que no soñó.

El sello del artesanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora