3. Marco terrorífico

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Antes de procesar que el dependiente estaba, pues, muerto, Fabricio notó que podía ver las entrañas del que supuso era o había sido hasta hace poco, juzgando por el color de la sangre, el dependiente. Tres largas huellas de garras paralelas y diagonales iban desde su hombro izquierdo hasta el lado derecho de su cadera y habían calado tan profundo en el cuerpo que podía, más que ver, oler las entrañas que se colaban junto a los girones de piel de las heridas. Una vista para romperle el corazón a cualquiera y de manera bien literal, pues la mitad del corazón retozaba en un charco de sangre junto al cuerpo.

Fabricio era todo un morboso, sí, pero era Eunice la que se estaba riendo mientras él solamente quería vomitar.

Eunice se había dejado caer al suelo, apoyando la espalda en el mostrador y su cuerpo perdiendo toda tensión como un títere al que le habían soltado las cuerdas. Risas tan temblorosas como ella salían en un patrón irregular de sus labios, su mirada perdida y líquida. Óscar, por otro lado, batallaba con su teléfono y las comunicaciones, ninguna llamada le entraba y ninguna salía. Mientras con su mano derecha tecleaba frenéticamente con su pulgar, con la izquierda se jalaba el flequillo más largo que el cabello a los lados de su cabeza.

Fabricio respiró hondo, contó hasta diez pizzas imaginarias, se asomó de nuevo por encima del mostrador y vomitó.

Encima del cadáver.

Si existía una manera de empeorar el hedor, que ahora podían apreciarlo con propiedad, era ésa y solamente ésa.

Se sentó abatido junto a Eunice, levantando las rodillas y apoyando los codos encima de éstas. Una botella de agua se posó frente a él y, extrañado, miró a quien pertenecía la mano que la sostenía en su cara. Óscar le ofreció, además de la botella plástica, una sonrisa débil y un gesto de su hombro. Fabricio aceptó la botella y se fijó que su amigo tenía dos más bajo el brazo, de las cuales una se la lanzó encima a Eunice bruscamente, riendo cuando rebotó en su cabeza. La muchacha la agarró y, a manera de bate, le pegó con ella detrás de la rodilla.

—¡Cómo se te ocurre! ¡Tengo la verga (7) abierta y me vas a dar! —gritó Eunice. Óscar sólo rio y se sentó frente a ambos, abriendo la última botella para él—. Ya que andas tan colaborador, abre la mía.

—Jódete.

—Huevón.

Óscar le hizo el favor de todas formas. Fabricio abrió la suya propia y le costó más de lo que esperaba con las manos temblorosas.

—¿Saben cuál es la mejor parte? —preguntó Fabricio luego de tomar un profundo trago de agua—. Todavía quiero pizza.

—No te culpo —dijo Óscar—, el tipo parece una de triple queso con salami y extra salsa.

Eunice los miró a ambos fijamente para decir con voz trémula: —Los estoy juzgando como nunca antes.

Lo cual era mentira, pues ella era peor que sus amigos juntos. Igual no dijeron nada al respecto y el silencio los devolvió a la realidad. Tres muchachos en medio de la nada, sin manera de comunicarse, ubicarse o movilizarse dentro de una gasolinera con un cadáver cuya causa de muerte era obviamente lo que había rajado la puerta de un automóvil. Fabricio pudo haber pensado en su familia o en su novia pero lo único que lo ocupaba en esos momentos era morir con hambre, siendo honesto consigo mismo.

Óscar, por su parte, estaba más tranquilo de lo que cualquier persona en su lugar lo estaría. Su suerte era tan mala que seguro saldría vivo y victorioso de su horrible noche para enfrentarse a sus padres al día siguiente, lo cual era legítimamente peor que morir desgarrado y abandonado en medio de la carretera como los juguetes y mascotas indeseadas.

Humor y Horror en la calle 69Where stories live. Discover now