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 Evan sonrió, escuchando a sus hijas y esposa riendo en la habitación. Hacía años que no dormía en la habitación que fue de él desde que era un niño y ahora su familia se encontraba allí. Se miró al espejo, observando el esmoquin que su madre le había enviado y que Fabio y sus asistentes habían estado tocando por una hora entera. Al menos su cabello estaba relativamente normal.

Si estar peinado hacia el costado y con gel, como si estuviera en en la mitad del siglo veinte. A pesar de que no le gustaba, entendía que debía estar en condiciones para hacer el traspaso de corona. En este caso de banda.

Solo en Goldenwood.

Su traje era azul marino, su camisa blanca y el escudo de Goldenwood estaba bordado del lado de su corazón. Los colores implicaban que era parte de la familia real, pero no de la realeza en sí.

—¿Evan? —llamó Brenda—. ¿Estás bien allí?

Apenas si abrió la boca para responderle cuando ella apareció en el umbral, tan hermosa como siempre. Su cabello oscuro estaba recogido en un moño elegante y su cuerpo esbelto enfundado en un largo vestido dorado pálido. Era lo más formal que le había visto vestir desde que se conocían; ni siquiera el vestido de su boda había sido tan elegante como el que llevaba. Este tenía un corsé color hueso con flores bordadas en dorado fuerte que lo cubrían, y pequeños diamantes en el centro de cada una. De la cintura para abajo la falda caía suelta y era igual al corsé, salvo que estaba cubierta por una capa o dos de gaza crema. Había una cinta rodeando su cintura y atada atrás, lo que le recordaba a esas películas de princesas que alguna vez Jacqueline le había obligado a ver. Todo eso sostenido por dos finos tirantes que se agarraban de sus hombros esbeltos.

La curva de sus senos hacia su fina cintura estuviera tan acentuada, que a Evan le daban ganas de olvidarse de la ceremonia, quitarle el vestido y encerrala en su habitación. Sacudió la cabeza en su fuero interno. Luego habría tiempo para eso, y odiaba pensar en tener a su esposa desnuda cuando sus hijas estaban en la habitación contigua.

—Oye —musitó ella, acercándose hasta estar a unos centímetros de distancia. Llevaba una sombra plateada ligera y delineador en los párpados. Era tan extraño verla tan producida. Irónicamente, en ese momento lucía como si hubiera nacido siendo una princesa—. Pareces un poco perdido. ¿Te sientes bien?

Oh, él se sentía más que bien.

Tomó a Brenda por la mandíbula y bajó su rostro hasta que sus narices se tocaron. Aún no se había puesto los tacones para poder resistir más tiempo en la ceremonia y fiesta —sus palabras—, así que debía encorvarse ligeramente.

—Eres tan hermosa —susurró, negando la cabeza—. A veces me abruma, ¿sabes? Y estoy tan agradecido de que estés en mi vida. Sé que no suelo ponerme cursi, y sé que no te gusta escuchar palabras de miel todo el tiempo, pero debes saber que es inevitable cuando luces así.

Los ojos se Brenda estaban rasados y su grueso labio inferior se curvó de manera tenue. Sus manos delgadas se metieron dentro de su saco, que aún no estaba abrochado, y las colocó en su cintura.

—¿Es necesario que te pongas cursi minutos antes de salir a hacer esta... cosa, frente a miles de personas, miembros de la realeza de otras partes del mundo y cualquier persona que quiera verlo por la televisión? Eres tan injusto —resopló.

Evan rio. Si había algo que nunca le cansaría era el gran sentido del humor que ella albergaba. Incluso cuando estaba a punto de derramar algunas lágrimas a causa de la emoción sacaba esa insolencia a flote.

—Sí —afirmó—. Estuve pensando y he decidido que cuando terminemos de tener hijos renovaremos nuestros votos y tendremos una boda como Brenda y Evan Bourque a secas, no como Brenda y Evan los príncipes de Goldenwood.

Entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora