Tres

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Jean tiró por segunda vez en esa tarde la hoja a la papelera, no estaba inspirado, ¿en que podría inspirarse?, dicen que cuando sufres mal de amores las musas aparecen y mueven tus dedos para que escribas y escribas, pero a Jean le pasaba todo lo contrario, estaba tan irritado todavía que ni siquiera se sentía con ganas de escribir y el concurso estaba por llegar.

Le dio un bocado al bollo relleno de chocolate, arrugó la frente y puso la cabeza sobre sus manos.

No conseguirá nada bueno con esa actitud.

Dejó la hoja con algunos tachones sobre la mesa del escritorio (no era una mesa exactamente, si no un trozo de madera sobre unos caballetes) y salió a dar una vuelta, se estaba haciendo de noche y esperaba que el aire fresco, el influjo de la luna llena y todo lo demás le afectara positivamente.

Su padre estaba leyendo el periódico, le gustaba hablar con sus amigos cuando se juntaban en el bar sobre lo que pasaba en el mundo, era un hombre culto, y sobretodo le gustaba aprender cada día. Decía que la mente siempre tenia que estar trabajando, almacenando datos para que no acabara estro fiada, Jean asentía, también lo creía solo que el era algo vago para ponerse a aprender por las buenas.

— vengo en un rato.

— no vengas tarde.

— No, solo sobre las doce — murmuró antes de salir.

Ya tenia los dieciocho, no tenia porque dar explicaciones, pero su padre se preocupaba-demasiado para su gusto- y el se sentía en la obligación de decirle a donde iba y a que hora llegaría, no pensaba ser como su madre, el siempre volvería a su casa.

Desde que su madre había desparecido sin dar una explicación se había unido a su padre mucho, hablaban de muchas cosas, de chicas, de coches y motos, de música y de libros, Su padre parecía ser un diccionario andante, desde que era pequeño se sentaba con el todos los días aunque fueran diez minutos y le preguntaba como había sido su día en el colegio y después cuando empezó a hacerse mayor, le preguntaba sus inquietudes y trataba de responderle con sabiduría y cariño.

Jamás se la jugaría a su padre, el viejo podía estar tranquilo.

Su querida moto estaba aparcada frente a la puerta con sus candados, Mouse había sido rápido en arreglarla y el estaba enormemente agradecido. No se le notaba que un día antes había tenido un accidente, ni siquiera una bolladura mal reparada, nada, tiro hacia atrás el caballete dejando a la moto suspendida solo en la dos ruedas, se colocó el casco sin atar, porque el cierre estaba roto y luego no podía desabrocharlo, y arrancó levantando un poco de humo, y dejando un rastro de olor a gasolina.

Si Alex no hubiera sido tan idiota aun podrían oler los dos ese mismo aire, pero Alex le había engañado y ya no estaban juntos. ¡Puta!

Aceleró y su cuerpo se agitó hacia delante,  sabia donde quería ir, necesitaba sentarse en una de las escaleras y verlo todo para sentirse grande, para sentir que el era bueno y que si ella había deicidio mandarlo todo a la  mierda el se comería el mundo para dejarle sin nada.

En Paris no había nada tan alucinante como ella, la Tour Eiffel, tan inmensamente grande, llena de hierros entrelazados,  repleta de amores y desamores, de escalones desgastados por millones de pasos. Jean se sentaba allí, sobre el último escalón del tercer piso y pensaba, pensaba en todo y en nada, porque cuando quieres pensar en muchas cosas, cuando tus problemas son bolas enormes, al final acabas quedándote en blanco y tu mente se nubla y no piensas en nada.

Jean aparcó y se deslizó al interior saltando la cuerda de seguridad, a esa hora no quedaban turistas esperando su turno para subir al piso mas alto, estaba sola y a Jean le parecía aún más increíble, las luces la alumbraban y ella brillaba. Subió los escalones hasta llegar a su planta, siempre la número tres, su número favorito era ese, le gustaba llevar tres pulseras de cuero en la muñeca izquierda, daba tres saltos nada más levantare para activar la circulación y besó a Alex por primera vez, el día tres de marzo.

Ni Príncipes. Ni Princesas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora