Capítulo 2

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Dan P.O.V

Una puerta me dio paso al acceso de la piscina. En vez de hallarme frente a las calmadas aguas de la piscina de Birdgreen a las nueve y media de la noche, me encontré con una colchoneta gigante flotando sobre la superficie del agua. No fue hasta que me aproximé bien a verla cuando mi cerebro me indicó que aquello no era una colchoneta, sino una persona boca abajo. Era un chico de alta estatura, incluso tan alto como yo. Al acercarme al sujeto deducí que tendría más o menos mi edad. Sin dudarlo un segundo, me tiré de cabeza hacia el agua. No tuve que nadar mucho para alcanzar su torso vestido para así llevarlo hacia el bordillo, teniendo que añadir fuerza extra para sacarlo totalmente de la piscina. Con prisa, tiré de su hombro derecho para que se tumbase boca arriba sobre el suelo, revelando la incógnita que el de cabellos negros me dejó desde que me percaté de su presencia: su cara. Estaba compuesta de facciones finas que concordaban con su delgada mandíbula. Sus párpados permanecía cerrados, como si pretendiesen guardar un tesoro que sólo se les entrega a aquellos que ven al chico misterioso despierto... ¡Despierto! ¡Tengo que reanimarlo! Intentando recordar aquellas breves clases de primeros auxilios de tercero de secundaria, entrelacé inseguro mis manos, las coloqué sobre el lado izquierdo de su pecho, y apoyando todo mi peso corporal sobre la zona, presioné. Una, dos, tres, cuatro... y veinte veces contadas no hicieron ningún efecto. Y no fue hasta el cuarto intento, en que me di cuenta de que lo que este chico necesitaba no era una maniobra improvisada de reanimación, sino el boca-a-boca. Mi corazón se detuvo y mis ojos se abrieron como platos. La sangre dejó de fluir por mi sistema circulatorio, y tras procesar la información, tragué saliva, miré hacia abajo, chocando con la dura verdad. Sin querer tardar mucho más, cogí aire profundamente hasta acabar con mejillas de ardilla, cerré los ojos y mi torso se inclinó hacia abajo hasta colisionar contra unos suaves y carnosos labios.  Expulsé el aire que llevaba aguantando repetidas veces hasta que el misterioso abrió sus ojos de golpe, su nuca y lumbares se elevaron como si de un reflejo se tratase hasta apoyar su peso sobre sus codos. Estábamos tan cerca que nuestros alientos se entremezclaban, podía oír que estaba hiperventilando al son del subir y bajar de su pecho.  Me enfrenté a él y a sus azules agua, profundos y resplandeciendo un destello que atravesó mi alma. Habré observado aquellos iris por unos segundos, pero se sintieron como años, para que después se vuelvan a esconder detrás de los párpados casi al mismo tiempo en que el de ojos azules se desplomó. Pero esta vez respiraba, lo que me tranquilizó en un punto.

Después de aquel breve acontecimiento, la duda por conocer la identidad del de piel pálida creció en mí. Busqué en sus bolsillos con la esperanza de toparme con una billetera o carnet de identidad que revelase quién era para calmar mis adentros. Mis dedos rozaron un plástico fino y de consistencia dura y flexible. Lo extraje cautelosamente y leí las palabras que se hallaban dispersas en negro: Philip Michael Lester. Nacido el 30/01/1987 en Rawtenstal, Inglaterra.

  — Philip.... —musité en un soliloquio casi inaudible al mismo tiempo en que mis ojos viajaron hacia el susodicho.

Sin meditar mucho sobre mi decisión, pasé mi antebrazo izquierdo debajo de los hombros del de camisa de cuadros y el derecho debajo de sus rodillas. Reuní todas mis fuerzas y, con un poco de balanceo, conseguí levantarlo y llevarlo al vestuario donde recogí mi mochila y salí del centro con una persona inconsciente en brazos.
Cuando me iba a poner en marcha hacia la parada de autobús, recordé a la carga que llevaba encima ¿Cómo iba a reaccionar la gente cuando me viesen con un hombre casi más alto que yo, dormido, aupa? No iba a asaltar un coche para no quedar en ridículo, y él no iba a despertarse. Resoplé ante la único transporte que se me presentaba: mis pies. Arrimé bien al Phil, apartando el pelo de su rostro, y me encaminé, por tal vez horas.

**

Ya casi está... Sólo unos metros...

—¡Más! —el gemido se escuchó por todo el vecindario, provocándome un rubor tal niña de doce años.

Hoy había sido un día (o más bien noche) de perros; mi plan de llevarme a Phil en brazos caminando para evitar pasar vergüenza en el transporte público no había funcionado. Me llegué a topar con algún que otro transeúnte nocturno en algún paso de peatones, pero imaginaros la cara de esta pobre gente al ver que cargaba con una persona dormida tal bebé. Incluso una anciana cruzó la calle corriendo con tal de no estar a mi lado. Quién sabe, tal vez pensaba que era un secuestrador.
De todas formas, gracias a mis pies llegué al portal de mi casa. Con cuidado de que no se me cayese y se hiciese daño, me agaché al suelo y dejé el adormecido cuerpo recostado sobre la madera roble para poder buscar las llaves. Abrí la puerta tras introducirlas. El salón se abrió ante mí: vacío. ¿La casa estaba desolada? Un ruido proveniente del piso de arriba contestó a mi pregunta. Chasqueé la lengua molesto.

— ¡Dan! ¿Eres tú? —los alaridos de mi madre retumbaron por toda la casa hasta viajar a mis oídos.
— ¡Sí! ¡Ya estoy aquí! — le respondí con otro grito. Me apresuré en cerrar las puerta detrás de mí en cuanto escuché los pasos de mi madre bajando por las escaleras.
— Hoy has venido más tarde de lo normal, ¿no? —me sorprendí un poco al escucharla decir eso, así que dirigí mi vista hacia el reloj de pared situado a una esquina, donde el televisor. Las agujas marcaban las doce y media pasadas de la noche. Mis ojos se dilataron por unas milésimas de segundo a causa de la sorpresa de ver qué tan tarde era, pero en seguida mi mente se encargó de contarme por qué.
— Perdona, mamá. Se me había olvidado la bolsa de entreno, así que tuve que volver a casa a por ella. —el suspiro de mi madre indicaba de que se había tragado la improvisada excusa.
— A ver si no nos olvidamos la cabeza para la próxima, ¿eh? —las comisuras de mi madre subieron hasta sus mejillas acentuando aún más las arrugas de aquella zona. — Te he dejado la cena en el frigorífico. Supuse que tendrías hambre por el entreno, así que te he dejado dos raciones. Yo estaré arriba pasando la aspiradora por el cuarto de tu padre y yo.
— ¿Ya llegó papá del trabajo? —la vitalidad de mi madre que se reflejaba en sus ojos se esfumó.
— Dice que tiene mucho trabajo y que hoy no cree poder venir...—bajó ligeramente su cabeza al pronunciar esa frase.— En fin. Te quiero, Dan. —y, dicho esto, volvió de nuevo a la habitación de arriba. El murmullo constante que se asemejaba a la vibración de un secador de pelo volvió a inundar la casa. Giré sobre mis talones y volví abrir la puerta principal, procurando de no hacer ruido. Allí estaba; no se había movido ni un milímetro. Enganché mis brazos debajo de sus axilas y lo arrastré hasta mi cuarto con sigilo, mientras sus talones chocaban con cada escalón al subirlo a la segunda planta. Llegué a mi cuarto y cerré la puerta detrás de mí, suspirando aliviado. Me dejé caer contra la puerta, deslizándome hasta tocar el suelo. Apreté fuertemente mis párpados entre sí por unos momentos, intentando aclarar mis ideas. Abrí los ojos y me marché de la habitación cuya luz continuaba apagada, abandonando a mi invitado ya arropado en mi cama. Encendí el interruptor de luz de la cocina y me dirigí al frigorífico a ver qué me había dejado mi madre para esta noche. Abro la puerta de la nevera para hallarme con spaghettis con salsa de tomates guardados en un tapper de plástico sellado con papel film. Rebusqué un tenedor, mas una imagen de Phil saltó a mi cabeza para recapacitar y llevarme dos tenedores, servilletas y un plato. Apagué la luz y subí de nuevo hacia mi cuarto; todo seguía en su sitio.
¿Ahora se suponía que debía despertarlo? Unos pasos hacia al frente bastaron para estar a su lado. Me puse en cuclillas para estar a su nivel, y cuando pretendía menearlo de lado a lado, su rostro totalmente calmado y su relajado cuerpo me hicieron repensar en lo que planeaba hacer ¿Y si se asusta, grita y se va corriendo? Bueno, no es que no quisiese que eso pasase, pero mi madre se enteraría que había traído un extraño a nuestra casa recogido de la piscina municipal a que pasase la noche. Rechacé mi idea y me dejé caer sobre la mullida silla del escritorio, limitándome a engullir los spaghettis directos del recipiente mientras observaba a mi secuestro de hoy, por llamarlo de alguna forma. Estaba muy cansado para tomar una ducha, así que me limpié la boca con mi antebrazo, saqué unas mantas y una almohada de repuesto de mi armario, las cuales iba a estrenar hoy (que tenía en caso de que se quedase un amigo a dormir). Me apañé para acomodarme en el suelo amotecado con mis escasos recursos y cerré los ojos, con la esperanza de desconectarme de este mundo, aunque sea por unas horas.

Mi Profesor de Natación {PHAN}Where stories live. Discover now