Capítulo V

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La leche estaba demasiado caliente, pero el pan recién horneado por la posadera era tan suave que se deshacía en la boca. Sye comió el último trozo y bebió un sorbo de leche con cuidado de no quemarse. Dio a Arlo una mirada de reojo.

El joven comía el desayuno lentamente, con la mirada perdida en algún punto de la pared.

No le había dirigido ni una sola palabra desde la noche anterior. Porque, para Sye, "hn" no era una palabra. Recordar aquello empeoró su mal humor. Sentía ganas de sacudirlo, de exigirle que le dijera en qué pensaba, porque ella no era capaz de leerlo y aquello la descolocaba.

Estuvo a punto de dirigirle la palabra, pero cerró la boca antes de emitir sonido alguno. En cambio, metió la mano en su bolso hasta sentir el tacto del cuero repujado.

Extendió la familiar lámina sobre la mesa, ayudándose del plato donde habían estado sus rebanadas de pan para evitar que volviera a enrollarse.

Aquello pareció captar la atención del muchacho, quien miró en su dirección, dejando a un lado la taza de leche que acababa de terminar.

Los mapas eran costosos y, particularmente aquel, de cuero repujado y pintado con tanto cuidado que parecía una obra de arte, valía una fortuna. Fortuna que Zadra se había permitido gastar para hacerle un regalo a su aprendiza.

Sye sintió el estremecimiento que siempre le inundaba el alma cuando recordaba a su mentora, pero se cuidó de no exteriorizarlo y colocó uno de sus dedos sobre el punto que señalaba la ubicación de Lagde, muy al sur.

Meditó acerca de cuál sería el camino más conveniente a seguir a continuación.

—¿A dónde nos dirigimos? —Las palabras de él interrumpieron sus pensamientos.

Sye lo miró.

—¿Nos dirigimos? —repitió, mirándolo sólo de reojo-, ¿quién te ha dicho que puedes venir conmigo?

Aquello lo hizo fruncir el ceño.

—Anoche tú dijiste...

―Yo dije: «hablaremos de ello después» —le recordó y una sonrisa altanera curvó las comisuras de sus labios.

—Pues hablemos —Arlo se giró hacia ella con ímpetu.

Sye miró alrededor.

Había muchas preguntas que quería hacerle.

El símbolo que tenía grabado en la piel se le hacía tan familiar, y a la vez no lograba recordar por qué. Imaginarlo le producía la inquietante sensación de estar a punto de capturar la memoria entre sus dedos, pero fallar justo un instante antes de poder hacerlo.

No podía formular sus interrogantes allí, de todos modos.

Había una cantidad de personas considerablemente menor que la que había colmado el comedor la noche anterior y nadie parecía prestarles atención, pero Sye sabía que bastaba una palabra para que todos se volvieran hacia ellos. Una palabra para que sus rostros perdieran la expresión afable y adormilada y sus semblantes se transformaran en máscaras enojadas que dejaban entrever el miedo entre sus pliegues: magia.

Le dio al joven una mirada de advertencia.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó, mientras enrollaba de nuevo el mapa y lo metía en la escarcela.

—Veintidós. —La voz de él sonó monocorde y clara.

Sye rió una carcajada lacónica mientras se levantaba del banco, decidida.

—Eres mayor que yo por un año —le informó al notar su mirada de molestia—. Seríamos un par demasiado extraño.

Aquello no era verdad del todo. Al menos, no ante los ojos de la mayoría de las personas que, al verlos viajar juntos pensarían posiblemente que eran una pareja. Sye casi rodó los ojos al pensarlo.

La Sombra del FuegoWhere stories live. Discover now