Capítulo VIII

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Inmediaciones de Arkal

El carromato en el que viajaban se sacudía con violencia por los pedruscos del camino. Habían pasado varios días desde que partieran de Lagde y la caravana estaba a punto de llegar a Arkal. 

Sye observó a Arlo, quien miraba a través de la minúscula ventana circular, sentado en el camastro en el que había descansado durante el viaje.

Las ojeras debajo de sus ojos grises eran cada día más pronunciadas y la sombra de una barba oscura había aparecido en su rostro. Aquello lo hacía parecer mayor que sus años y evidenciaba el cansancio que lo agobiaba. Sye no estaba segura de si se debía a que no podía dormir bien en el vehículo por el movimiento o si era por causa de la culpa que —ella sabía— debía quemarlo todavía por dentro a raíz de lo sucedido con su hermana.

De cualquier manera, había evitado molestarlo, limitándose a cruzar con él apenas las palabras que eran necesarias, dejándolo completamente en paz. Ni siquiera lo había invitado a recorrer Plissa, el pequeño pueblo en el que se habían detenido por un par de días, con ella.

Como siempre lo hacía, Arlo pareció sentir que estaba siendo objeto de su escrutinio y volvió el rostro hacia ella.

—No te ofendas —le dijo Sye, decidiendo que ya había tenido suficiente de aquel hermético silencio—, pero luces terrible.

Arlo parpadeó un par de veces antes de que las comisuras de sus labios se curvaran levemente hacia arriba.

—Lo dice alguien que al parecer ha tenido un duro enfrentamiento con el peine.

Una carcajada breve escapó de los labios de Sye.

Había aprovechado para dormir todo lo que podía durante el viaje y, dado que acababa de despertar de una de sus prolongadas siestas, sus cabellos se habían convertido en una nube informe de espesas hebras rojizas que rodeaban su cabeza como un halo. Lo atusó con las manos y comenzó a trenzarlo, sus dedos delgados moviéndose con rapidez.

—Estamos a punto de llegar a Arkal —dijo ella, su mirada intensamente verde clavada en el muchacho.

—Lo sé —Arlo respondió y desvió los ojos de nuevo hacia la porción de paisaje que podía visualizar desde la ventana.

—Este ha sido tu primer viaje en caravana, ¿verdad? —Sye insistió, aunque para ese momento ya le había quedado bastante claro que él no deseaba seguir hablando.

Arlo sencillamente asintió en respuesta y pasó sus dedos por la melena negra y ondulada.

Sye pensó que necesitaría un corte de pelo pronto, observando los mechones que se arremolinaban sobre su frente y que proyectaban una sombra oscura sobre su rostro, haciéndolo lucir más misterioso. En realidad, no se veía tan mal. Sólo demasiado cansado.

—¿Alguna vez has salido de Init? —preguntó entonces.

Sabía que él tenía que haber estado en Lagde ya. Más de una vez, además. Desde luego que no conocía la ciudad tan bien como ella, pero el hecho de que se las hubiese arreglado para encontrarla en la tienda de Frisst cuando ella había escapado era ciertamente algo interesante. Y extraño.

Decidió que le preguntaría al respecto después.

—He estado en Lagde algunas veces —él confirmó—, con mi abuela y... con Elyara. —Realizó una pausa que se extendió por un par de instantes más de lo normal—. También hemos ido a Etna una vez. Pero fue cuando Elyara y yo teníamos cuatro o cinco años y no recuerdo mucho de aquello. Sólo lo que mi abuela nos contó después y... —En aquella nueva pausa, Arlo giró el rostro y clavó sus ojos en Sye—. También hay alguna especie de... recuerdos inconexos que en realidad no estoy seguro de si sucedieron en verdad o si sencillamente los soñé.

La Sombra del FuegoWhere stories live. Discover now