—Por fin llegáis —apuntó uno de los guardas del castillo nada más verlos llegar—. Roy-sama había empezado a preguntar por vosotros.

El Kayami y el Daikuji saludaron a su compañero con un saludo reverencial; los guardias del castillo eran samurái más mayores y experimentados que ellos.

—Sentimos la tardanza —se disculpó Kenji.

—No volverá a pasar —prometió Daikuji Mugen.

El guardia, un Kuji de baja estofa, los dejó pasar con un mal gesto.

Desde que Nagashi Roy unificase a todas las familias en una misma ciudad, era difícil encontrar a tantos soldados diferentes; Roy quería que el Loto se convirtiera en un símbolo de eficiencia, pero arrancar a las familias de sus tierras para llevarlos a las tierras Kayami solo por su belleza era demasiado para algunos.

—Malditos Kuji, ¿qué se han creído? Solo sirven para hablar —maldijo Mugen—. Ojala les dieran una jodida patada en el culo.

—Cuida tu lengua, Mugen —advirtió Kenji, mirando de reojo a su compañero de armas—. Las paredes tienen oídos y los Kuji son muy influyentes.

Mugen se mordió la lengua para no soltar otra grosería. No era un chico dado a callarse, pero en ese instante sería mejor mantener la boca cerrada que tener que vérselas con Roy por ensuciar el nombre de los Kuji.

— ¿Cuál es exactamente nuestra misión? —Kenji había recibido las órdenes, pero solo se había limitado a contar que se trataba de una visita diplomática.

—Proteger a Roy-sama. Es nuestra única misión.

Mugen se desesperó y resopló para terminar imitando la forma de hablar de Kenji.

— ¿Nunca sonríes? —preguntó Mugen, que deseaba volver a ver al Kenji que conocía cuando era niño.

Kenji no dijo nada, se limitó a continuar su camino por las largas y estrechas escaleras del castillo feudal de las tierras Kayami. Mugen miraba la espalda del espadachín, como quien veía a una sombra del pasado.

— ¿Por qué crees que se llevaron a Daifurne? —preguntó Mugen, tratando de resolver algo mientras andaba.

—No es el momento adecuado para hablar de eso —dijo con tono sombrío. Kenji fue herido en el secuestro de la joven; incluso después de haber transcurrido un año, el Kayami todavía tenía pesadillas con ese momento.

Cuando entraron por la puerta del salón principal, Roy los esperaba con sus mejores galas; estaba claro que debía de ser una visita importante.

—Por fin habéis llegado —celebró con media sonrisa—. No puedo decir que hayáis sido puntuales, pero tampoco puedo decir lo contrario, habéis llegado los primeros.

Kenji se puso colorado; él era el encargado de que todo saliera bien y los inexpertos samurái que había elegido no se habían presentado.

—Os ruego me perdonéis mi señor —dijo Kenji, haciendo una clara reverencia llena de arrepentimiento.

Nagashi Roy restó importancia al asunto.

—No te preocupes, Kayami Kenji, es normal que pasen estas cosas. Después de todo, nadie da importancia a proteger al daimyo en este tipo de situaciones.

— ¡Por supuesto que tiene importancia! —Kenji alzó la voz, algo impropio de él.

—Puedo ir a traerlos de los pelos, mi señor —propuso Mugen. La idea hizo que Roy tuviese un ataque de risa.

—No será necesario Mugen, aunque agradezco tu afán de participación.

Esperaron un poco hasta que algunos más se fuesen uniendo. De los veinte hombres que Kenji había elegido personalmente, se presentaron solo nueve. El Kayami los abroncó a todos y apuntó en un pergamino el nombre de los que no se presentaron para exigirles explicaciones después.

El legado de Rafthel II: La danza del fuegoOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz