EDWIN I

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EDWIN

Semillas del pasado

Era uno de los días más calurosos que el pequeño zorro recordaba. El sudor le recorría el rostro.

— ¡Hace calor! —Protestó Derek, su hermano pequeño—. ¿Por qué tenemos que estar haciendo todo esto, hermano?

—Alguien tiene que trabajar la tierra —contestó Edwin a su hermano pequeño—. No podemos recibir sin dar nada a cambio. Padre y madre se han esforzado mucho, ahora nos toca a nosotros.

Era el primer verano que Edwin y sus dos hermanos, Derek y Sophia, trabajaban tan activamente en las tierras de sus padres. Delian y Marien también ayudaban, pero el pequeño zorro se había empeñado en que fuesen ellos los encargados de hacer las tareas más complicadas.

—Ya he traído el agua —voceó Sophia para que Edwin fuese a ayudarla. Su hermana, de siete años, se encargaba de ir y traer el agua necesaria desde el pueblo.

Edwin se acercó a su hermana y la ayudó con la única mano que tenía. Marien le había regañado por no buscar la forma de recuperar su mano, pero al adivino no le importaba ser manco; todo lo que podía hacer con dos manos, podría hacerlo con dos.

—Me duelen los pies —Sophia tendía a quejarse continuamente, con la esperanza de que su madre o alguno de sus dos hermanos le indicaran que lo dejara.

—Cuando te acostumbres, todo irá mejor —respondió el mago.

—Podrías usar tu magia —dijo Derek, que siempre deseaba ver la poderosa magia de su hermano mayor.

Edwin se acercó a él y le dio una palmada en la espalda.

—La magia no debe sustituir nuestro esfuerzo. Tener un don puede hacernos especiales, pero no puede arrebatarnos nuestro derecho a ser como los demás.

En el fondo, cuando Edwin miraba a Derek, recordaba su niñez; ahora tenía dieciséis años y en los diez años que habían pasado desde que abandonó el colegio de Leimin, había adquirido gran cantidad de conocimiento y sabiduría.

Derek volvió a clavar sus ojos en la tierra.

—Es un trabajo demasiado duro —la respuesta hizo que Edwin se riera, empezaba a comprender cómo se sentía Moek cuando el pequeño zorro le hacía tantas preguntas.

Edwin cogió la azada de Derek y lo instó a que se fijase en su posición.

—No importa cuanta fuerza pongas en tus manos, lo importante es el equilibrio del cuerpo. Tú poder debe nacer en tus pies y recorrer todo tu cuerpo, hasta tus manos; solo así podrás conseguirlo.

—La tierra está demasiado dura —dijo Sophia. Derek y ella eran gemelos, por lo que solían aliarse en aquellos menesteres.

—O vosotros demasiado blandos —replicó Edwin, con una sonrisa—. No podemos darle solución a la tierra...así que tendréis que aprender. Incluso madre puede hacerlo, ¿por qué vosotros no?

—Mamá es adulta —Derek no tenía la inteligencia de Edwin, pero había aprendido de su espíritu protestón y rebelde.

Edwin se echó la azada al hombro.

—Hoy tendremos visita, Sophi, ¿puedes ayudar a madre a preparar la cena? —Durante diez años había estado perfeccionando su magia de adivinación, hasta tal punto que podía adivinar futuros acontecimientos futuros sin necesidad de usar su magia.

— ¿Moek va a volver? —preguntó, con gran ilusión, su hermano pequeño. Derek sentía una gran admiración por Moek; desgraciadamente, el mago había fallecido por culpa de una herida mal curada, hacía cuatro meses. Solo Edwin lo sabía.

El legado de Rafthel II: La danza del fuegoWhere stories live. Discover now