V - ¿Cuál es tu ideal?

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Augusto se levantó aún aturdido por la pelea, apenas podía creer lo que paso, no noto cuando todo estaba acabado, era como si el tiempo se hubiese detenido por un instante y luego ver el Morningstar de Constantina lacerando su hermosa cara… un golpe crítico, de allí en adelante todo fue demasiado confuso.

—Solo si hubiese sido más cuidadoso— se quejó el flagelado joven que apretaba las sabanas moradas y de tacto agradable que lo cubrían — ¡¡¡dannazione!!! — No sabía el sitio en que se hallaba, mucho menos que fue de su suerte, ni cuánto tiempo estuvo inconsciente, le preocupaba mayormente el hecho de ser vencido, de que su orgullo de nobleza se desfigurara como le sucedió a su rostro.

Levantó la cara y apreció el lugar en que estaba era una habitación amplia y con decoraciones medievales, una cama grande y blanda, muchas almohadas con encajes y bordados, un estante repleto de libros con nombres extraños y de aspecto antiguo, un tocador de madera oscura aparentemente viejo y con el espejo roto, las paredes estaban pintadas de verde oliva, una ventana amplia a mano derecha de donde se encontraba acostado le daba paso a traviesos rayos de sol vespertino, cuanto los odiaba. Un olor suave y una sensación de tranquilidad mórbida, como si estuviera forzado a mantener ese sentimiento. No podía experimentar rabia aunque estaba claro que eso era lo que crecía en sus adentros, no lograba exteriorizarlo, era ese lugar, esa sensación, ese olor tan agradable que se pegaba a todo cuanto ocupaba.

Se dejó caer nuevamente en su suave lecho, era como si estuviese lleno de plumas de cisnes, era tan acogedor y agradable que sus preocupaciones fueron absorbidas. Miraba el techo que contaba historias de guerras mediante pinturas, parecían recién retocados pues las figuras lucían vividas y por instantes cobrar vida, luchar y lograr grandes hitos. Existieron momentos en que dormitaba y sentía como su corazón palpitaba, escuchaba como estaba embravecido, pero no podía sentirlo. Observó una vez más los cuadros retratados sobre su cabeza, algo lo sacó de sus éxtasis y lo devolvió a la realidad, una de las figuras mantenía en su mano un arma romana, solo hasta ese momento lo pudo recordar.

—¡MI pugio!— Se interrogó asustado y molesto al no haberse percatado antes que su amada herramienta no estaba ante su presencia. Como loco empezó una búsqueda infructuosa debajo de la cama, entre las sabanas, debajo de las almohadas. Su rostro se transformó y empezó a sentir nuevamente el dolor, la preocupación y el odio.

—¿Busca esto Sr Santacrose?— Era el hombre veterano que acompañaba a Constantina el día que él fue tristemente vencido, estaba varios metros delante de él, bajo el marco de una puerta que no había visto con anterioridad, llevaba un traje oscuro, algo maltratado. Tenia el pugio en su mano derecha aún dentro de su funda, lo cargaba como si se tratara de cualquiera cosa, Augusto no soportaba ver cómo aquel anciano tenía la osadía de tomar de esa manera un objeto tan hermoso, solo alguien comparable a su belleza lo podía poseer — Veo que está molesto… creo que podré hacer algo al respecto — Dijo el veterano al notar que el aura de tranquilidad se desvanecía como niebla con la mañana. De pronto la intensidad del aroma se precipitó a niveles insoportables, como si forzosamente se metiera por las fosas nasales y se pegara en la piel, era una sensación incómoda para Augusto pues era como si no fuera dueño de su cuerpo, se sentía marioneta de la paz, solo cosas agradables pasaban por su mente, sus recuerdos de por si confusos se terminaron de enredar y dar como resultado un collage de colores sin sentido alguno.

— ¡Viejo decrépito! Eres indigno de tocarlo, no… — Le costaba terminar la frase, su cuerpo se calmaba y se hacía uno con el agradable olor, ni siquiera el hipnotizante aroma de flores que en la recámara de su casa guardaba se comparaba a este, “Hipnotizante” pensó para sí y nuevamente tomó control de sus acciones, pudo notar lo que sucedía, esa sensación, esos olores, inclusive la habitación en sí misma no era más que un espejismo— ¿Aún no sabes quién soy?— dijo el joven mientras se ponía de pie, desnudo y moviendo los dedos de su mano izquierda, le costó en un principio mantener el equilibrio, no tanto por el tiempo en cama si no por los golpes que había sufrido en su humillante derrota.

Alma fríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora