Capítulo 1

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Rafael Medina estaba de pie en la puerta del dormitorio de su ama de llaves. Tenía en la mano la nota que ella había dejado en la encimera de la cocina.

-¿Qué demonios es esto, Alejandra? -agito el papel en el aire.

-Hola, Rafael. Llegas pronto -dijo sin mirarlo mientras metía un suéter gris en una de dos de las maletas que tenía abiertas encima de la cama.

-Te he preguntado que qué haces -entro en la habitación.

-Me marcho -se irguió y lo miro.

-¿Así, sin más? ¿A ningún sitio?

-No tengo otra elección.

-Por supuesto que la tienes -agito de nuevo la nota-. Solo tres frases -la acuso él-. "Rafael, tengo que irme. No vuelvo. Gracias por todo lo que haces por mí" -arrugo la nota y la tiro a una papelera que había en un rincón-. ¿Podrías al menos decirme por qué?

Se dio la vuelta y tomo un sobre que había en la mesilla.

-Esto llega por correo hace una hora -entrego el sobre.

Dentro solo había una hoja de papel, una carta de aspecto oficial con el membrete de servicio de inmigración y Ciudadanía de los Estados Unidos. Revocaban su concesión de asilo político. Tenía que presentarse en su centro de San Antonio de inmediato.

-¿Qué demonios es esto? -repitió-. ¿No tienes tarjeta de residencia? ¿No te han servido para eso todos estos años?

-Tengo permiso de trabajo y solicito la residencia, pero hay... retrasos. Muchos retrasos.

-No pueden hacer eso, no pueden mandarte de vuelta a Argovia.

-Pues así es -le quito la carta, volvió a doblarla y la metió en el sobre.

Dejo el sobre en la mesilla y siguió haciendo el equipaje. La miro mientras se movía en silencio del armario a la cama y devuelta al armario.

Aquello no estaba sucediendo, no podía estar sucediendo.

No podría arreglárselas sin Alejandra. Era la mejor. Recogía lo que el desordenaba, se ocupaba de su colada, cocinaba sabrosos platos cuando se lo pedía... y ni siquiera movía una pestaña cuando lo veía o a él o alguna novia suya andando por la casa desnudos.

Era la perfecta ama de llaves. Silenciosa y competente y siempre tranquila. Se anticipaba a todas sus necesidades y se las arreglaba para ser casi invisible. Jamás encontraría a otra como ella.

¿Y qué pasaba con Daniel?

El primo de ella, Daniel Álvarez era su mejor amigo. Le debía a Daniel la vida. No podría pensar que Daniel pensara que había echado a su prima pequeña.

-Alejandra.

-¿Si?

-¿A dónde vas?

Ella frunció el ceño y sacudió la cabeza. Después volvió al armario por una pila de deprimente ropa interior de algodón blanco.

-Entonces... ¿vuelves a Argovia?

-Jamás volveré allí -metió la ropa en la maleta más grande y la cerro.

-Pero si no vas allí, entonces...

-No hace falta que lo sepas -recogió un ordenador portátil que habría comprado pocos meses después de empezar a trabajar para él y lo metió en un bolsillo de la maleta pequeña.

Cerró también esa maleta y la puso en el suelo, después de la grande.

-¿Sabes tú a dónde vas?

No hubo respuesta. Coloco las maletas una al lado de otra con una pequeña separación, después e metió ella en ese espacio y lo miro.

-Gracias por todo lo que haces por mí, Rafael. Eres un buen jefe. El mejor -como siempre iba vestida de pies a cabeza de gris.

No la había visto jamás con algo de colores. Tampoco de manga corta. Y llevaba blusas y suéteres de cuello alto desafiando por completo el verano asesino de San Antonio. Parecía tan... apenada. Perdida. Y sola.

-¿Has llamado a Daniel para contárselo? -pregunto él.

-No. Mi primo ya hace mucho por mí. No necesita un problema más.

-Alejandra, vamos... -sin pensarlo la agarro.

Ella se zafó de su mano y dio un paso atrás.

-Por favor tengo que irme.

Mala idea, a ella no le gustaba que la tocaran.

-Lo siento, no quería...

-No haces nada mal -dijo tranquila mientras agarraba las dos maletas-. Por favor, déjame pasar.

-Vamos. Dame un poco de tiempo, ¿vale? Antes de... desaparecer. Nadie va a venir a atraparte en los próximos diez minutos.

Dejo las maletas y murmuro algo en argoviano. Bajo la cabeza y después alzo la vista.

-Oh, Rafael...

-¿Qué daño puede hacerte? -sonrió-. Un par de minutos para hablar...

-¿Para qué? Es inútil...

-Alejandra, por favor -la miro intensamente.

-De acuerdo, adelante, habla.

Amor InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora