Capítulo III

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Salí de la casa buscando esclarecer mi mente. Me la había pasado como zombie con el único propósito de comer y dormir en posición fetal queriendo no pensar en Caleb y fallando miserablemente. No podía seguir encerrada en esa escala tan inmensa que parecía oprimirme mientras pasaban los días. No quería estar enojada con él, pero estaba tan cansada de tratar que se abriera sin poder conseguirlo. Ni el verme inquieta o deprimida lo impulsaba a sincerarse. Tenía la intención de que mi ausencia lo hiciera hablar porque era la última estrategia que se me había ocurrido.

Empaqué poca ropa en una maleta de mano sin saber a dónde ir con exactitud. Solo sabía que no podía dormir allí otra noche si las cosas seguían tan mal como estaban. Quería un compromiso real con un hombre que no le tuviese miedo a expresar sus sentimientos. Que fuese capaz de sentarse en la cama mirándome a los ojos mientras desahogaba su alma. Caleb era callado y si hubo algo que me gustó de él era su manera de callar, asimilar y luego exponer ideas que solucionasen los problemas o que al menos intentara arreglarlos. Era un paso y yo era feliz con eso. No tenía que exagerar al demostrarme que me quería porque hacia pequeñas cosas que dejaban las inseguridades a un lado, pero todo cambiaba cuando se volvía retraído. Sólo mirando y pensando. Se sentaba en su taburete favorito de la cocina con los codos anclados en el mostrador y la mirada vacía. Algo fuerte lo atormentaba, lo presentía. La comida se enfriaba a su lado, el vaso de agua quedaba lleno en la mesa. Su figura musculosa ya no lo era. La ropa cada vez le quedaba más holgada. Si sabía que yo empezaba a notarlo no le importaba comentar algo. Nada. En mi vida ya había habido demasiados silencios como para resignarme y seguir de ese modo. Quería volver al principio cuando verlo era como comer estando con hambre. Me llenaba escucharlo y más tenerlo cerca. Ahora, cuando lo miraba sólo veía remordimiento y culpa asomándose en su mirada. Había perdido hasta el brillo en sus ojos. El azul ya no era tan intenso y caluroso como en el pasado. Caleb se estaba consumiendo poco a poco y no tenía idea del por qué.

Por suerte Lola me recibió con los brazos abiertos cuando la llamé estando aún en la escala. Dijo que podía quedarme el tiempo que fuera necesario. Ya conocía a sus padres y sé que no era problema el que me quedase allí unos días.

Llevaba tres interminables días aquí. Dormía abrazada a Lola hablando de la universidad o de Liam, su novio. Me gustaba lo fácil que resultaba distraerse con Lola. Tenía una sonrisa amplia y rosa pálido que deslumbraba y encajaba con esos ojos azules grisáceos que siempre había envidiado. Hacía una semana había cambiado su pelo largo rubio por uno corte bajo y osado casi platinado. Lola era de las chicas a la que todo les quedaba bien por la confianza en sí misma que exudaban. No era muy alta, pero lo parecía y acostumbraba a usar botas largas y esbeltas como ella. Se había propuesto ganar más peso y le sentaba bien. Se cuidaba y aunque fuera un día de mierda, vestía como si fuese su último día en el mundo. Era energética brincando por todos lados con esa risa estruendosa que nos hacía reír a todos los presentes. Lola era una chica difícil de ignorar.

Caleb entró nuevamente en mis pensamientos. No había parado de llamarme desde que se enteró de que no estaba en casa. La madre de Lola sonreía rodando los ojos cada vez que escucha «Stitches» de Shawn Mendes de tono de llamada. No me despedí de él, salí del apartamento como ladrona en la noche porque si lo hubiera visto no habría sido capaz de marcharme. Le mandé un mensaje a Raydan diciéndole que hablase con Caleb para decirle que estaba bien. Ignoraba si ya sabía que estaba aquí, pero preferí no pensar demás. Era consciente de lo cría que estaba haciendo, no era propio de mi ser tan evasiva, pero lo conocía y Caleb tenía muchas facetas y una de ellas era la facilidad de convencerme para hacer lo que quisiese, no sólo en el sexo. No quería ceder en esto. Quería asustarlo y hacerle entender que sus acciones tenían consecuencias.

Terminamos de cenar entre conversaciones vanas. Ambos padres de Lola eran médicos por lo que verlos presentaba ser casi un dilema. Lola desde niña se aprovechaba de eso para hacer sus largas escapadas hacia la aventura que era su vida. Padres adinerados que cumplían sus antojos con lo material para recompensar la falta de tiempo, pero eran buenos padres y eso les quitaba todo lo malo de no tener tanta atención. Se preocupaban y la escuchaban. Tenía todo lo que yo no tenía, era una de las cosas que me hacían amarla. Me había prestado su vida y eso nunca lo olvidaría. Desde niñas me invitaba a viajes y cenas en restaurantes caros, que en ese tiempo yo no podía pagar. Vivía con la tía con la que mi madre me haba dejado, que no era afectuosa ni tampoco mala persona, sólo distante emocionalmente. Me quería a su rara manera. Era una mujer mayor que pasaba sus horas entre ser enfermera y ver novelas antiguas. Amaba cuando me peinaba, yo sentada en el suelo mientras ella masticaba chicle ruidoso y me topaba en el hombro cada vez que algo llamaba su atención en el televisor. Compraba juguetes siendo yo una adolescente y se excusaba conque yo tenía cara de niñita aún con senos. Me ruborizaba y le agradecía agachando mi sonrojo. La primera y última vez que me dijo que me quería fue a los quince cuando conocí a Carla y posteriormente me mudé con ella. Solía. Aquella despedida fue rápida, pero emotiva. Un abrazo torpe, te quiero entre susurros y una lágrima silenciosa de ambas partes. Solíamos llamarnos una vez al mes y contarnos cosas irrelevantes para llenar el silencio al otro lado del teléfono. Era el único familia que no me había abandonado y me sentía en deuda con ella. Nunca lo pidió pero un pequeño cheque era dado de mi parte. No agradecía y yo no sé lo exigía.

Retorno al Paraíso (Reeditando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora