Capítulo I

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Con un largo suspiro cerré la puerta.

No entraba ni salía sonido alguno por aquellas paredes impolutas que hacían de muro contra el bullicio de los autos desesperados diecisiete pisos más abajo. El piso negro amaderado demasiado reluciente incluso para mí, reflejaba el blanco de cada objeto que devoraba la estancia. Demasiado orden. Debería estar acostumbrada a tal exageración de limpieza, pero aún no lograba acomodarme a estar viviendo en un piso gigante que Caleb llamaba casa. Pasé la vista perezosa curiosa como si fuera la primera vez que lo admiraba. Deshice el nudo de mi tacón rojo satén y lo tiré al piso frío hasta verlo parar en el centro de la sala. El sonido vacío me reconfortaba y ver algo que no fuese negro o blanco en la sala le daba un aspecto de hogar. Desorden. El otro par prontamente cayó cerca de una mesilla de caoba solitaria que sostenía una lámpara minimalista cerca del sofá de cuero negro que parecía burlarse de todo lo pequeño que le rodeaba.

Las lámparas amarrillentas de techo se encendían anteponiéndose a mis pasos que eran suaves y monótonos hacia el pasillo de las puertas, como yo lo apodé mentalmente cuando vi por primera vez tanta madera junta. Mientras divagaba pensando en mi vida una vez pisado estos suelos arranqué la goma rosa de mi pelo deshaciendo la coleta que se esparció por toda mi espalda. Acaricié las puntas oscuras entre mis dedos. El bolso negro rebotó cuando me senté en la cama cerrando los ojos por unos largos minutos. La letanía amenazaba con consumirme y el sueño yacía muy cerca de mí. Me espabilé cuando Scott, nuestro doberman empujó la puerta entreabierta y se subió a la cama para tener acceso a mi cara. Su lengua cálida mojó mi mejilla al instante y no pude resistirme a abrazarlo al tiempo en que rascaba detrás de sus orejas eternas.

Entré a la ducha y dejé que el agua caliente se filtrarse por mi piel para lograr despejar mis pensamientos cada vez más vagos e inconexos.
Llamarle casa a este departamento todavía me era extraño e inoportuno. No lograba verme ociosa en este lugar a pesar de que llevaba un mes viviendo con Caleb. Todo pasó demasiado rápido incluso para mí. La palabra que más se le acercaba era locura en su máxima expresión y sin embargo, no lograba ni quería volver a estar en un lugar donde no estuviese él. Aún extrañaba el pequeño apartamento que compartía con una de mis íntimas amiga, Carla, y se me hacía difícil no pensar en ella. Su cara de tristeza al saber que me iba aún me perseguía cuando llegaba y no la veía estudiando sobre aquella mesilla donde apenas cabía algo más que dos platos. Amaba esa mesa quebradiza rallada de tantas cosas que lograba soportar.

Caleb quiso regalarme una semana fuera de San Diego hacia cualquier cosa o lugar turístico que despejase mi mente, pero no podíamos ir a ningún lugar que impidiera realizar la investigación de la policía que parecía perseguirme hasta la muerte. El caso legal que me impedía dar un paso fuera del Estado no era un problema, lo eran aquellos mensajes de audiencia, testimonios y más testimonios en donde relatar cada jodida cosa de mi niñez me amenazaba con recaer en una depresión de la que aún luchaba por salir. Robert, mi padrastro cuando niña, trató de abusar de mí desde el primer día que dio un paso en mi casa. Tratar de vencer esos recuerdos que me atormentaban a modo de pesadilla regadas en algunas noches era un suplicio que cargaría hasta los últimos días de mi vida. Caleb, por su parte, trabajaba a tiempo completo y hasta que no se dictara alguna clase de resolución tenía que estar anclado al igual que yo.

Corrí la puerta de la ducha esparciendo el vapor que salía conmigo y me sequé mientras buscaba en la cómoda una camiseta de Caleb. Amaba el olor a especias que dejaba su fragancia impregnada en ellas como su sello personal. Tomé el móvil de mi bolso buscando algún mensaje reciente, y decepcionada lo devolví a su lugar.

«Tal vez no ha tenido tiempo».

Conocer a Caleb desde el principio fue bastante difícil. Entenderlo, peor. Él pertenecía al cuerpo de policías de la CIA desde los dieciocho años cuando fue reclutado en un operativo para atrapar a Robert. Me investigó por asuntos de trabajo y terminó enamorándose de mí. Gracias a sus contactos consiguió que mi expediente escolar quedara intacto porque había dejado de estudiar los tres meses que huí de San Diego. Tener logros escolares era lo último que tenía en mente al enterarme de que era perseguida por el hombre que creía estaba en cárcel. Irme para que a mis amigos no les pasara nada de lo que él afirmó que haría si no cooperaba fue lo más duro que hice en mucho tiempo. Irme para olvidar todo lo que pensaba había superado. Irme para olvidar a Caleb y entenderme. Irme porque era la única solución. Nunca me había creído una heroína y sé que estaba lejos de serlo, pero no había otra opción.

Retorno al Paraíso (Reeditando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora