III. Un número desconocido.

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Desperté y parpadeé varias veces por la oscuridad en la habitación

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Desperté y parpadeé varias veces por la oscuridad en la habitación. Sin embargo, no desperté como normalmente lo hago, un ruido molesto perturbó mis dulces pesadillas y me sacó de la profundidad de mis sueños. 

Murmuré una maldición entre dientes cuando miré el reloj digital en mi mesa de noche y noté que eran las cinco de la mañana. ¡¿Quién en la tierra tiene la osadía para molestarme a esta hora?! Me senté en la enorme cama, frotando mis adormilados ojos y fulminé con la mirada a mi madre, quién "accidentalmente" cerró con demasiada fuerza la puerta. 

Ella está sonriendo como gato que se comió al canario. 

  — Ha sido muy grosero de tu parte dejar solos a los hermanos Courtois —soltó ella con superioridad mientras se paseó por mi habitación y abrió las cortinas con un fluidez, la tela bailando frente a la ventana. 

El sol ni siquiera hacía acto de presencia.

  — ¿Era completamente necesario despertarme a ésta hora? —pregunté en medio de un bostezo mientras me estiré. 

  — Es hora de tu entrenamiento, mi querida hija. Tienes media hora antes de que tu maestra de gimnasia llegue —aclaró mi madre, Karine Lévesque, mientras salió de la habitación con sus tacones dejando un eco a su paso. 

Olvidé completamente que los martes tengo entrenamiento. Mi madre exigió siempre tres cosas esenciales: Un instrumento, un deporte y un idioma, además del inglés y el español. Nunca me quejé por eso, claramente, pasé la mayoría del tiempo a lo largo de los años sola, dedicándome a aprender para no aburrirme. 

Escogí la gimnasia, el alemán y la viola. Nunca me he arrepentido, excepto los últimos meses, cuando me siento renuente a madrugar para entrenar porque es la única hora en que mi maestra está disponible antes de ir a enseñar en una escuela de gimnasia real. 

Me arrastré sobre las suaves sabanas de la cama hasta llegar al final de esta y salir de la comodidad. Caminé a paso lento hasta el baño, dejando caer mi pijama al suelo en el proceso, más tarde, la sirvienta que limpia mi habitación, lo recogería. 

Me metí en la ducha y comprobé primero la calidez del agua antes de adentrarme por completo. Las gotas surcan mi pálida piel y pasé una esponja sobre mi cuerpo rápidamente, teniendo cuidado de no mojar mi cabello, para luego salir de la ducha.

Me envolví en una mullida toalla color hueso y caminé por mi habitación abriendo cajones y sacando mis prendas especiales para gimnasia. Tomé mi crema corporal con aroma a lavanda y la esparcí por mis brazos, piernas y abdomen. 

Estaba desenredando los largos mechones oscuros de mi cabeza cuando un mensaje entrante en mi celular me alertó. ¿Quién podría ser? ¿Mi madre? Desconecté el cargador del objecto tecnológico de la pared y deslicé mi dedo por la pantalla táctil para desbloquearlo. 

El mensaje apareció en la pantalla, poniéndome los pelos de punta. 

  «Jamás estarás sola, tu belleza causó un cambio en mí, deseo admirar tu cuerpo  por horas y contemplar tu sonrisa cada día al despertarme» 

Efímera EternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora