I. Las manecillas del reloj.

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Miré nuevamente el montón de cartas ante mí

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Miré nuevamente el montón de cartas ante mí. Papeles en diferentes colores, rasgados en las esquinas y desgastados por el tiempo.

Mi familia siempre me ha mantenido protegida del mundo exterior y de mí misma. Estudio en casa con maestros particulares, solo puedo visitar ciertas habitaciones de la mansión en la que vivimos y la mayoría de las veces me prohíben interactuar con el personal que trabaja para mi familia. 

Las manecillas del reloj en la pared marcan un cuarto para las nueve. Tengo quince minutos para regresar al salón principal y ocultar todas estas cartas. 

Esta mañana al levantarme decidí dar un paseo, un recorrido por los fríos y largos pasillos de este lugar, mi curiosidad ganó sobre la razón cuando decidí entrar a una de las habitaciones prohibidas. El cuarto estaba oscuro y cuando mi visión se acostumbró a la penumbra logré notar que todo estaba limpio y en perfecto estado. Sin embargo, la enorme cama con sabanas de flores y un intrincado tallado a mano se me hacia algo antigua en comparación con el resto de la mansión.  

Quise salir inmediatamente de ahí, un escalofrío había recorrido mi espina dorsal y el miedo paralizó mis extremidades. Mientras retrocedía con temor ante la fina frialdad que tomó el ambiente, choqué contra una estantería de madera y una caja de cartón cayó desde lo más alto, casi golpeándome en la cabeza.

La caja se abrió y de ahí, salieron el montón de cartas que ahora contemplo ante mí. Doy un vistazo al reloj. Tengo diez minutos. 

Tomé una respiración profunda antes de agacharme y recoger las cartas. Las amontoné y salí corriendo de la habitación con la caja en las manos, cerrando la puerta tras de mí. Los pasillos se me hicieron eternos mientras evitaba encontrarme con alguien, sin duda alguna, si algún miembro del personal me ve, se lo dirá a mis padres y mi castigo será severo. 

Por suerte, llegué a mi habitación y escondí la caja bajo mi cama. La joven que asea mi habitación ya estuvo aquí hoy y nadie entrará a mi habitación hasta mañana. Los relojes en las paredes de cada estancia están programados para sonar a las siete de la mañana, a las nueve, a las doce, a las seis y a las ocho de la noche... Una melodía peculiar que aprendí a odiar a lo largo de los años.

Una melodía que sonaba tres veces durante cinco segundos con intervalos de tres segundos entre sí. Y luego dejaba de sonar, en cada habitación de este lugar hay un reloj y el sonido viaja por cada pasillo reuniéndose y llenando la mansión de esa atroz melodía. 

  — ¡Señorita Della! ¡Su maestra de química la está esperando! — grita una voz conocida desde fuera de mi puerta, tocando con insistencia la madera. Lilith es la mano derecha de mi madre y ella debe estar al pendiente de todo lo que sucede aquí. Es la única persona con la que he tenido el placer de hablar libremente a lo largo de los años. 

Abro la puerta y con una mirada desdeñosa, digo:— Puede dejar de ser tan exasperante, hoy he amanecido con dolor de cabeza y no es nada agradable que toquen a mi puerta de esa manera.

Efímera EternidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora