Íñigo asintió, relajándose un poco. -Desde luego. No queremos perderos de vista por nada del mundo.

Durante unos segundos intercambiaron una mirada de complicidad y el podemita se olvidó de cómo respirar.

-Bueno -empezó Alberto después de darle un sorbo a su cerveza. -Cuéntame... ¿Qué ha hecho Pablo esta vez?

Ah, sí, eso. Céntrate, Íñigo.

-Qué no ha hecho, querrás decir -respondió el joven con una risita, paseando la vista por el bar para asegurarse de que nadie estaba escuchando. -A ver, llevaban un tiempo hablando por mensajes y demás, después de que llamáramos a Albert para una entrevista en la Tuerka. Pero nada serio, todo muy por encima. Hasta lo del rey.

El otro sacudió la cabeza, mordiéndose el labio. -Es que era sabido. En cuanto he visto que iban a coincidir he pensado: 'ya verás cómo se enredan'. Pero no hubo ningún escándalo, ¿no? Que no he visto nada por ahí.

-No, no. De momento.

A Alberto se le cruzó una idea por la mente y se inclinó hacia adelante con una sonrisa traviesa, bajando la voz.

-Déjame adivinar: lo hicieron en el baño del palacio.

Íñigo casi se atraganta con su cerveza, y pasó un rato hasta que pudo dejar de reír y hablar normalmente.

-Lo peor de todo es que les pega -dijo, secándose una lagrimilla que se le había escapado. -Pero no, tuvieron la decencia de esperar hasta ayer, en casa de Pablo.

-¿Así que ahora están....?

-¿Saliendo?

-Como lo quieran llamar.

-Albert tiene novia -soltó Íñigo después de una pausa, sus ojos cayendo al suelo mientras su estómago se encogía hasta un extremo doloroso.

Resultaba extraño estar hablando de ese tema en esos términos, como si fuesen aún adolescentes. El hecho de que tanto Pablo y Albert como Íñigo y Alberto hubieran estado juntos precisamente cuando lo eran no ayudaba a que la conversación pareciera más adulta, madura o sencillamente normal. Todo se revestía de un aire de nostalgia y familiaridad, como si nada -ni nadie- hubiera cambiado realmente.

-...Vaya. No lo sabía. Pero ellos seguirán viéndose, vamos.

-Sí, supongo.

Alberto suspiró.

-Tampoco va a dejarla, asumo.

-No tiene pinta -confirmó el otro con un hilo de voz.

-No va a acabar bien.

Los nudillos de Íñigo se habían vuelto blancos por la fuerza con la que tenía cogida la botella. El silencio que cayó sobre ellos era pesado, trágico y el principal motivo por el que intentaba evitar encontrarse con Alberto.

-Ya... no sé -dijo al fin, carraspeando para recuperar algo de su voz. -Pero ya sabes que siempre terminan haciendo lo que quieren.

-Sobre todo Pablo, sí -bromeó el malagueño, intentando aligerar el ambiente y frunciendo el ceño al notar los cambios en la actitud de su interlocutor. -Oye, que no lo decía por...

Nosotros, la palabra perdida en combate.

El podemita alzó la vista, encontrándose con unos ojos cálidos, amables e infinitamente dulces. No había ni rastro de reproche en ellos y eso lo tranquilizó. Alberto volvió a hablar con una voz incluso más suave que antes.

-Ya sabemos lo que pasa con Pablo cuando se separan y me preocupa que le vuelva a pasar, a eso me refería.

-A mí también me preocupa -respondió Íñigo, suspirando una vez más. -No sé qué hacer. Tampoco me haría caso aunque le dijera nada, pero sí he intentado que no se haga muchas ilusiones de cara al futuro.

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