Se siente como si estuviese mirando una estatua o una pintura, y no logro entender por qué tengo tanto miedo. Es como si todo su ser despidiera un aura pesada y oscura.


— ¿Qué estás haciendo, Marshall? —La voz de la profesora Murphy suena a mis espaldas—. Toma asiento ya.

El chico frente a mí alza las cejas y mi estómago se revuelve con violencia. Estoy aturdida y abrumada, pero me obligo a avanzar hasta el primer asiento vacío que encuentro.

Me siento, pero mis piernas tiemblan y flaquean. El pánico se arraiga en mi sistema y las lágrimas inundan mis ojos.

Nadie parece afectado por la presencia de este chico en el aula. Nadie cuchichea o hace comentarios respecto al tipo nuevo en la reducida habitación. Es como si estuviesen acostumbrados a su presencia.

"¿Será que acaso sólo yo puedo verlo?" Pienso, pero entonces, me percato de la mirada sugerente que una chica le dedica, y de la sonrisa ladeada en los labios de él.

El alivio viene a mí en oleadas intensas en ese momento. El miedo que le tengo a la locura es tan grande, que el solo hecho de saber que alguien más es capaz de verlo me reconforta.


La mujer frente a la clase comienza a hablar acerca de términos matemáticos que no entiendo del todo. No puedo concentrarme por más que trato de hacerlo; y tampoco puedo deshacer el nudo de emociones que se ha formado en la boca de mi estómago.

Mi vista está clavada en la nuca del chico que está sentado a pocas bancas delante de mí, y sólo puedo estrujar mi mente para encontrar algo de sentido a lo que está pasando.


Al finalizar la clase, todo mundo se precipita fuera del aula. Me retraso un par de segundos porque apenas soy capaz de conectar mi cerebro con mis extremidades, pero avanzo como puedo por el estrecho corredor entre los pupitres.

Estoy a punto de pasar junto al tipo de mis pesadillas, cuando éste se levanta y se gira sobre sus talones para encararme. Tengo que dar un paso hacia atrás para mantener mi espacio vital intacto, pero él ni siquiera se inmuta.

De pronto, quiero vomitar. El nudo en mi garganta es tan intenso que duele; la carne blanda de mis palmas se siente adolorida y entumecida porque me he clavado las uñas, pero no me importa en lo absoluto. El dolor es lo único que me hace saber que esto realmente está sucediendo.

Una sonrisa perezosa se desliza por sus labios y los vellos de mi nuca se erizan. No sé qué es lo que quiere de mí, pero tampoco quiero averiguarlo.


— ¡Déjala en paz, fenómeno! —La familiar voz de Emily trae oleadas de alivio a mi sistema, pero se va tan rápido como llegan.

Mi atención se posa en la figura que avanza a toda velocidad hacia nosotros.

El tipo le regala un par de segundos de atención, pero luce completamente aburrido. Ems lo aparta de un empujón y me toma por la muñeca antes de tirar de mí en dirección a la puerta principal.

¿Cómo demonios es que ella lo conoce?, ¿por qué todo mundo parece conocerlo?...


—Ese tipo me pone los pelos de punta —masculla, mientras me arrastra por el corredor en dirección a la clase que compartimos—. Deberías de poner una orden de restricción en su contra o algo.

— ¿De qué estás hablando? —Digo, sin aliento—, ¿lo conoces?, ¿cómo es que todo mundo parece conocerlo?

Mi amiga me mira por encima del hombro. Me observa como si creyera que realmente me he vuelto loca, y eso sólo hace que la confusión se arraigue en mi sistema.

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