—¿Cómo entraste? —preguntó, tirando su iPod por ahí.


—Hola a ti también —dije a modo de sorna. El asintió.


—Hola —y me sonrió, haciendo que me quedara allí parada como una estatua. Tenía ese leve efecto en mí—. Am... ¿Quieres algo de beber? —arqueó una ceja, sonando incómodo. Yo asentí, perdiendo el habla momentáneamente.


Pasó por al lado mío y se fue. Yo me quedé allí, observando la habitación. Tenía pósters de próceres del deporte. Tanto del fútbol americano, como del básquet. También había una estantería, llena de trofeos de natación, vóley mixto, fútbol americano, fútbol, básquet... y había un solo trofeo fuera de lugar. Un trofeo muy singular, con la forma de un piano.


Me acerqué cautivada y leí la placa grabada.


Primer puesto Erick McNair.

Por tocar obras de Gluck,

Schubert y Mozart.

-2007-


Miré asombrada los nombres de los compositores, mientras acariciaba la placa. Erick hacía música. ¡Y con las manos! Acaricié con mis dedos el pianito pequeño, casi con cariño. Sonreí para mí misma, al saber que no era yo sola una loca-demente por la música clásica. Cerré los ojos, mientras sonreía, y pensaba que lo amaba cada vez más. Muuucho más que antes.


—¿Te encuentras bien? —me sobresalté por su repentina aparición, haciendo que tirara al suelo el trofeo.


—¡Oh, lo lamento mucho! —exclamé, mientras levantaba el trofeo y lo dejaba en su lugar.


Me volteé para mirar a Erick, el cual, había dejado dos vasos con limonada en una mesita de noche. Se acercó a mí con un paso lento y ágil, con un ritmo ya adquirido. De seguro por el fútbol.


—No sabía que tocabas el órgano —susurré, mirando a mis pies.


—¡Jha! —bufó. Levanté mi vista para observarlo—. Normalmente mis amigos toman eso como un objeto con el cual burlarme.


—Entonces son unos idiotas  solté sin más, lamentándome después.


—Es lo que les digo —comentó en voz baja.


Ambos nos vimos sumergidos en un silencio incómodo. Medí las palabras que salieron de su boca. Suaves y lentas, entendibles para los oídos de una mujer. ¿Estaría coqueteando conmigo? Imposible. ¿Se estaba dando la oportunidad de un futuro beso? Me tomé dos pastillas antes de venir, cierto. ¿Me dejaría darle un beso en la mejilla? Ni en tus mejores sueños, mujer. ¿Por qué soy tan imposible con algo qué puede ser posible? Porque soy un cero a la izquierda.


Cierto.


—Te traje una limonada —señaló a la mesita de noche—. No sabía qué querías, así que traj... —lo interrumpí.


—Es perfecto —sonreí complaciente. Luego de unos segundos, pregunté—. ¿Comenzamos?


—Por supuesto —sonrisa coqueta en dirección a mis ojos, en tres... dos... uno... Desmayo despierta.


Estuvimos aproximadamente tres horas y media ensayando los cantos. Principalmente la de Blues Brothers. Era un tanto difícil. Erick se dedicó a hacer la parte del habla, mientras que yo... bueno, sólo cantaba las partes en las que se cantaba. También ensayamos Mercy, lo que por cierto, es una muy linda canción. Yo acompañaba a Erick en el primer estribillo, para después hacer sola la segunda estrofa. El segundo estribillo lo volvíamos a hacer juntos y la tercera estrofa también la hacíamos juntos. Muy juntitos. 


Guardé mis pertenencias en mi mochila y la colgué en uno de mis hombros, mientras esperaba que Erick bajara de su habitación. Estuve repasando todo el tiempo compartido junto a él. Fue tan dulce cuando le corregí una nota mal entonada. Esa miradita llena de luz que me brindó. En toda la tarde, me habré derretido unas... unadostrescuatrocincoseis... Unas seis veces. En total.


—Listo, ya está —sonrió, bajando de las escaleras.


—¿Qué ya está? —pregunté.


—Ya están mis apuntes guardados —dijo con atropello. Lo miré ceñuda por un instante, pero luego recordé los errores que le corregí.


—Ahh... —y reí—. Bueno, creo que ya me tengo que ir. Fue un gusto estar contigo —¿Era mi imaginación o estaba haciendo una excelente imitación del Sr. Lopalkis?


—Digo lo mismo Amanda —y se acercó a mí... para besar la comisura de mi labio.


—Oh, por Dios —susurré, pero para él debió de haber sido ininteligente lo que dije. Me abrió la puerta y salí hacia afuera—. Hasta luego —saludé, todavía un poco-demasiado aturdida.


—Hasta mañana será —y me guiñó el ojo, mientras cerraba la puerta. 

2. Cómo convencerlo de enamorarse en 7 días - Trilogía 7 días.Where stories live. Discover now