Capítulo Tres

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Miércoles


Me sentía muy rara caminando entre un montón de casas de lujo. No mansiones, sólo casas lujosas. Y ni hablar si me sentía rara combinando la palabra nosotros entre Erick y yo. Nunca fue así, ¡por Dios! Todo es raro. Desde el porqué de nuestra existencia, hasta cómo es que estoy caminando en dirección a la casa del muchacho que me gusta. Aunque puede ser que ese muchacho también gustara de mí.


Mierda.


Quería correr en dirección contraria. Esta era la primera vez que pisaba suelo McNair y creía que no iba a ser bien recibida. Sabía a la perfección que tenía una hermana un tanto... odiosa. Bueno, un tanto-mucho. Jessica era estudiante de último año y era una de las creadoras de Selladores de Labios. Un trabajo estudiantil, sobre chicos y chicas que nunca han besado en su jodida vida. Y justo en ese estúpido trabajo de último año yo era una candidata.


Ya había hablado con ella y era un ser muy insoportable y no muy amable Jessica McNair. Sus ojos verdes, un poco más oscuros que los de Erick, nunca desistían de mirarme desde los pies, hasta la cabeza. No dejaba de mover su cabello castaño, y mucho menos, dejaba de menear las caderas a un estilo gatúbela-tuvo-Parkinson.


Todavía no podía creer que eran hermanos.


Antes de que pudiera caer en la realidad, estaba frente a la puerta de la casa elegante de la familia McNair. Suspiré y toqué el timbre. Nadie respondió. Toqué de nuevo. Tampoco nadie respondió. Suspiré resignada. Me alejé un poco de la puerta, para ver si estaba Eri... Divisé su cuerpo por la ventana derecha del segundo piso. Estaba escuchando música por unos auriculares, era por eso que no me abría.


Pensé en tirarle unas piedritas, pero no tenía ganas, después, de pagar vidrios rotos. Así que tuve que rodear toda la casa, tratando de encontrar una forma de entrar. En el lado oeste de la casa, había una enredadera, pegada a una escalera, que por lo visto no era utilizada desde hace años. Tenté a mi suerte y trepé por ella, para acabar junto a una ventana, en la que dudaba que mi cuerpo pasara.


Abrí apenas la ventana para observar qué habitación era la del otro lado. El baño. Me encogí de hombros y pasé rezongando por lo estrecho que era. Caí al suelo en un sonoro golpe, que, si Erick no estuviera escuchando música, pensaría que era un ladrón. Salí cojeando, porque al caer choqué mi pie izquierdo con el que pisé y me lo doblé.


Caminé hasta que me detuve por el sonido de unos saltos. Si, tendría que ser esa la habitación. Entré despacito, mientras me acomodaba mi mochila —sí, traía una— y observé como el jugador de fútbol americano McNair saltaba de un lado a otro, tocando una guitarra imaginaria y haciendo gestos de estar gritando silenciosamente.


Reí y esperé a ser notada, pero no me notó, porque saltaba, gritaba y tocaba su guitarra imaginaria, con los ojos cerrados. Bufé y miré a mí alrededor en busca de algo. Justo a un costado de mis pies había una bola de medias Adidas. La tomé y la lancé de una mano hacia la otra, esperando el momento indicado. Hasta que se la lancé y lo único que escuché fue el grito aniñado que pegó.


Volteó con lentitud, conteniendo la respiración, hasta que me vio. Exhaló el aire contenido y se sacó los auriculares.

2. Cómo convencerlo de enamorarse en 7 días - Trilogía 7 días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora