Revelaciones

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No sé por dónde empezar, no creo estar seguro ni siquiera de quién soy, lo que me ha pasado ha sido... mierda, no hay palabras que describan lo que me ha pasado, pero me siento con el deber de escribir, quizás con el único fin de recordar, o de dejar evidencia de todo lo que me ha pasado este último tiempo; estoy unido más que nunca a este teléfono, que siento, como la única conexión con mis recuerdos y con mi vida...

Bajé del ascensor, caminé por el estrecho pasillo hacia nuestro departamento y en cuestión de segundos llegué. El 522 seguía pegado en la puerta, bajo ella, un felpudo que llevaba escrito "Home, Sweet Home" descansaba pulcro, al costado derecho el tímido y pequeño timbre esperaba como siempre ser presionado. Estaba ahí, por fin y de nuevo me embargó esa sensación de arrepentimiento, esa sensación de querer abandonarlo todo justo cuando tengo en mis narices lo que tanto he anhelado, esa sensación de estar casi seguro de que volveré a cagarla. Miro la puerta y veo como pequeñas burbujas de sangre comienzan a brotar de ella, pequeñas burbujas que se convierten rápidamente en hilos de sangre que se deslizan por la pintura hasta llegar al suelo. Pero todo esto ha pasado en mi mente, porque he cerrado los ojos y de nuevo estoy frente a la puerta con el 522 en números dorados pegados firme frente a mis ojos.

Toqué el timbre 3 veces, esperando nerviosamente a que Sara saliera, pero no lo hizo. Pensé en ese minuto que quizás dormía profundamente, resultado probable de haber tomado los somníferos que solía consumir cuando andaba deprimida; también podía ser que no estuviera al interior. Recordé que siempre que se me quedaban las llaves adentro, lograba abrir la puerta con una tarjeta que deslizaba por el pestillo; Si la puerta no tenía echada la llave, seguramente podría entrar y por fin quitarme el maldito apestoso olor. Le¬vanté el felpudo del piso y abajo descansaba la tarjeta BIP que tantas veces me sacó de problemas, la deslicé y abrió de inmediato. Entré, el departamento estaba quieto, pero escuché unos pequeños ruidos en el dormitorio. Pensé: ¡No es lo que estás pensando maldito estúpido! Pero era mi cabeza, era mi maldita inseguridad acechándome una vez más...

¡Mi maldita inseguridad!, ¡mi maldita inseguridad! Me senté en el sofá de la sala con mi mente perdida, descolocada y angustiada escuchando a Sara quejarse desde la habitación, se quejaba igual a como lo hacía cuando yo le hacía el amor; reía, se quejaba, reía, agitaba su respiración y volvía a quejarse. Miré alrededor casi sin fuerzas, sintiendo la violenta palpitación en mis sienes y el ardor en mi boca. No se me ocurrió nada más que encender el último cigarrillo que me quedaba en el bolsillo; mis manos temblaban; fumaba, lloraba, me golpeaba la frente con el puño tratando de entender, preguntándome qué hice mal con ella para que me hiciera esto ¿Acaso no todo lo que he hecho en mi vida ha sido por ella? En un momento mis pensamientos y mi respiración fueron silenciados por los quejidos de un orgasmo, los conozco tan bien que pude reconocer al instante esos pequeños dulces gritos. Me puse de pie y de nuevo miré alrededor, encima del comedor había una bolsa con comida china lista para ser consumida, al lado unas tijeras y unos hilos, en el centro el florero lleno de maravillas y frente al sofá, que tenía hundido el cojín en donde recién había estado sentado, el televisor encendido mostraba un partido de tenis. Me quedé de pie hasta que todo sonido pareció haberse extinguido.

Recapacité sobre lo que acababa de pasar, me sentía estúpido, pero en algún minuto me encolericé y la ira pareció ayudarme a recuperar las fuerzas, tomé las tijeras sin plena conciencia de lo que haría con ellas y caminé hacia el dormitorio sin poder desprenderme del dolor que aun sentía por todo el cuerpo, (ya que ni siquiera en el estado mental en el que me encontraba podía dejarlo un poco de lado) mis sienes seguían palpitando y comencé a sentirlas también en el pecho, violentamente, como si el corazón se me fuese a salir por la boca. Abrí la puerta, cuando entré el silencio seguía inundando la habitación, miré hacia la cama y la vi acostada, aunque no pude ver su rostro, ya que en sus manos sostenía el globo con forma de corazón y eso le cubría el rostro, ¡El globo de corazón que yo mismo le regalé!, no vi a nadie más en la habitación, tuve una pequeña falsa esperanza de que todo lo que había pasado me lo podría haber imaginado, sabiendo que no era así.

OSCURIDAD ETERNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora