Capítulo 5

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Los humanos nacen con un ángel y un demonio de la guarda personales. No suelen aparecer hasta la edad de siete años. Hasta que lo hacen, son los guardianes de los padres quienes cuidan de ellos.

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Clase de Religión, un Viernes a primera hora de la mañana. Con las vacaciones de verano a solo unas horas, las última jornada de instituto se hacía si cabe aún más insoportable. Con un suspiro, Jack se revolvió en su asiento. Miró el reloj. Faltaban 15 minutos para el final de la clase. 15 minutos para ser libre, aunque solo fuera por otros pocos minutos. La siguiente clase del día era Matemáticas, y el Señor Popov acostumbraba a tomarse su tiempo en los cambios de clase, por lo que calculaba que tenía al menos 20 minutos para tumbarse a sus anchas sobre la mesa.

De pronto sintió cómo alguien le daba un codazo. Ben, su mejor amigo y compañero de mesa, le miraba con cara de circustancias. "Quedan 15 minutos", le decía con la mirada. " Más te vale aprovecharlos".

Pero, le gustara a Ben o no, era verano. Y en verano la mente de Jack no estaba precisamente en un aula de Religión, y menos un Viernes a las 8 de la mañana. Y, aunque casi todos sus compañeros de clase estaban en el mismo plan, el anciano Padre Mákarov no parecía entenderlo. Ahí seguía él, dibujando flechas en la pizarra como si estuviera representando la guerra civil de un pueblo de arqueros. Jack aún no entendía cómo se mantenía en pie ese hombre: rondaría cerca de los 90 años, y su edad se notaba bastante a simple vista. Era un profesor a la antigua, nada de trabajos en conjunto, ni actividades en días de celebración, ni películas en fin de curso. Solo él y su pizarra, durante dos horas de continuo aburrimiento, semana tras semana.

-...a la intervención divina. Señor Wolves.

Jack se puso recto, intentando parecer lo más despierto posible. Miró al Padre Mákarov, esperando la pregunta de "importante y complicada reflexión" que acostumbraba a hacer a sus alumnos.

-¿Sí?

-Contesta lo primero que se te pase por la cabeza. ¿Los milagros existen?

Ahí estaba. La trampa mortal. No podía contestar que sí, porque entonces le pediría que mencionara un ejemplo que, sin duda, no conocía, pero tampoco podía contestar negativamente, ya que daría a entender que no es creyente. Lo mejor era dar una respuesta indiferente.

-Bueno, depende de lo que se considere un milagro -respondió, intentando evadir la pregunta.

-Si estuviera usted atento, Jack, sabría con toda exactitud lo que es considerado un milagro -le reprendió el Padre, y se volvió hacia su compañero-. Bernard, repita la definición de milagro a su compañero.

-Un milagro se define como un suceso extraño, sobrenatural o extraordinario que es atribuido a la intervención divina -recitó Ben, mirando de reojo a Jack a través de los cristales de sus gafas. Jack bufó por lo bajo. Odiaba esa miradita de reproche.

-Muy bien, señor Pavlov -asintió el Padre, volviéndose hacia el otro extremo del aula-. Señor Invernov, ¿sabría usted responder la pregunta que he formulado antes a Jack?

Y ahí aparecía Bobby. Claro que sabía responder a esa pregunta, sabía responder a cualquier pregunta que le hicieran. Posiblemente fuera el chico que pasaba más inadvertido en su clase después de Ben. No hablaba con nadie, y nadie hablaba con él. Eso sí, cuando se trataba de ejercicios o problemas, su mano estaba siempre en alto. En el fondo, a Jack le daba un poco de pena. No parecía tener vida fuera del instituto. Se planteó visitarle algún día, ya que vivía relativamente cerca de él.

La Tríada de la Armonía I: TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora