Capítulo 1

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Un sonido de pasos apresurados se extendía por toda la gruta, seguido de cerca por el anillo de luz dorada de una antorcha. Sin parar a retomar el aliento, el encapuchado que la sostenía dobló por una entrada estrecha casi imperceptible en la oscuridad de la pared. Siguió corriendo a toda velocidad, intentando ignorar las voces que resonaban en su cabeza, una y otra vez, en un dueto sobrenatural que pugnaba por detenerlo.

Al fin vio la salida, un rectángulo de luz anaranjada que se iba acercando cada vez más a él. Se sintió un poco más aliviado, pero eso no calmó a las voces de su cabeza.

-Detente. Solo estás posponiendo lo inevitable.

-Déjalo ya, por favor.

Hizo un esfuerzo por ignorarlas, porque sabía que no comprendían el propósito de lo que estaba haciendo. Porque sabía que ya no podían indagar en su mente. Porque sabía que, por una sola vez, ellos no tenían razón.

Salió al exterior, y se encontró al borde de una pendiente de roca. Al mirar al cielo, vio cómo una inmensa esfera rojiza se iba escondiendo poco a poco tras el rocoso paisaje de Mesp. La Tercera Puesta se acercaba, lo que le indicó que se le acababa el tiempo. Sin perder un segundo, se tumbó sobre la pendiente, y rápidamente comenzó a deslizarse. La tela de su larga chaqueta se estaba rasgando y las manos le quemaban, pero nada de eso era importante.Ya había llegado al bosque. Solo estaba a unos pasos.

-No te va a dar tiempo. El Tercero está ya muy bajo.

-¡Por favor, Draco! ¡Abandona ya o te matarán!

El hombre encapuchado se detuvo frente a un viejo árbol. Levantó la mirada al cielo, cubierto por sus ramas ancestrales, e inspiró profundamente.

-Lo siento, amiga mía, pero esto es más importante que mi vida -Escuchó cómo la voz de mujer, tras un gemido, comenzaba a llorar desconsoladamente, pero no le sorprendió-. Regulus -añadió, con tono severo-. Ya sabes lo que debes hacer.

Por toda respuesta, la voz masculina suspiró. El encapuchado bajó la cabeza, complacido, y acto seguido alargó una mano hacia el anciano árbol, y rozó su corteza con la punta de los dedos. De pronto, una gran sensación de placer le inundó. Notó cómo una inmensa cantidad de energía comenzaba a fluir por todo su cuerpo, sin dejar vacío ni un resquicio de su organismo. Se comenzó a sentir cada vez más ligero, aunque esa abrumadora sensación nublaba todos sus sentidos. No sabría decir cuánto tiempo trancurrió, pero de pronto se vio tumbado sobre una superficie lisa, de tacto de madera. Se incorporó, y su capucha se deslizó hasta sus hombros. Se encontraba en un gran salón circular, completamente formado por madera, como si hubiera sido tallado en el interior de un inmenso árbol milenario. En su centro se alzaba, a modo de mesa, una especie de tronco cortado a aproximadamente medio metro del suelo. Y, sobre él, una luz solitaria, blanca y tenue. Draco se acercó al tronco e hincó una rodilla en el suelo. Tras unos segundos, se llevó la mano al bolsillo. De él extrajo tres sencillos colgantes; de cada uno colgaba una piedra preciosa de un color diferente: una desprendía intensos destellos naranjas, otra emitía un tenue brillo añil, y la última rezumaba energía esmeralda.

-Por favor, envía esto a Midgard -pidió con la cabeza gacha, sosteniendo los tres amuletos frente a la luz-. Es muy importante que lleguen a salvo.

La luz parpadeó un breve instante, tratando de transmitir una respuesta al humano que se arrodillaba ante ella. El hombre colocó los colgantes sobre la mesa de madera. Tras esto, el brillo de la luz comenzó a incrementar. Una leve brisa acarició el pelo de Draco mientras el aire de la sala comenzaba a girar sobre el tronco de madera, alrededor del ente incorpóreo que tenía ante él. La brisa se convirtió en un fuerte viento, que pasó a convertirse en un verdadero ciclón. A Draco le costaba mantenerse en pie, por lo que decidió salir de aquella caótica habitación. Al tocar la pared, sintió de nuevo cómo un torrente de energía penetraba en su cuerpo. Dejó de notar el tornado tirando de él hacia el centro de la estancia, dejó de ver la potente luz que destellaba sobre el centro del tronco. De nuevo, se vio en el suelo, esta vez el frío y húmedo suelo del bosque. Trató de incorporarse como pudo, pero en cuanto estuvo de rodillas notó una presencia extraña cerca, muy cerca de él. Levantó la mirada a su frente, y se le congeló la sangre. Ante él se alzaba un ser de dimensiones sobrehumanas. Ataviado con una larga túnica de un color violeta más oscuro que el cielo, y una capucha que no dejaba ver más que dos ojos sesgados en la oscuridad de su rostro, el Ángel de la Muerte extendía sus poderosas alas a ambos lados de su cuerpo, intentando ocultar la larga hoz que pendía de su cintura con una de sus enormes manos.

Draco estaba paralizado de miedo. Sabía lo que le esperaba desde el primer momento, había sido advertido miles de veces, pero la imponente figura del Segador de Almas había calado tanto en él que era incapaz de articular una sola palabra. Aún así, en el borde de su marco visual algo le llamó la atención. Una fina línea luminosa se extendía velozmente hacia el cielo, como un proyectil de energía. Este se dividió en tres partes más pequeñas, que fueron rotando alrededor de un centro conjunto conforme ascendían, hasta que, en lo más alto, estos tres haces de luz desaparecieron en las tinieblas, provocando una pequeña onda expansiva en la oscuridad de la noche. Draco suspiró, aliviado.

-Llegas tarde -dijo al gigantesco y escuálido encapuchado-. Ya no están en este mundo.

Sin una sola palabra, el ángel desenfundó su letal arma y, a una velocidad imperceptible al ojo humano, atravesó el cuerpo del hombre de lado a lado, dejando un rastro de energía dorada allí por donde la hoja de su hoz había pasado.

-Lo siento -dijo, con una voz fantasmal-. No tengo elección.

Con un último suspiro de sorpresa, Draco sintió cómo se precipitaba de nuevo al suelo. Dejó de oir el sonido de su corazón, notó cómo la sangre dejaba de fluir en su interior. La imagen del Segador se fue alejando cada vez más, difuminándose en la oscuridad de su consciencia. Y pronto, solo quedó el silencio.

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-¡Por Maat, Codrien! ¿Cómo puedes tardar tanto?

Una corta melena rubia asomó por la puerta del dormitorio.

-Es que se me ha enredado un hilo en una pluma -se disculpó este, volviendo a cerrar la puerta-. No tardo nada, lo juro.

-¡Más te vale! -le advirtió su madre-. ¡Como llegues tarde a tu primera Ceremonia, cuando vuelvas no te volveré a hacer tu comida favorita!

-Bueno, tampoco es que necesite comer -respondió él desde el otro lado de la puerta.

Con paso decidido, se acercó al espejo. Ante él halló a un precioso niño de siete años, con grandes ojos azules y un ondulado pelo dorado. Se miró de arriba abajo; desnudo como estaba, debería tener frío, pero eso no era problema para él, ya que no podía sentirlo si él no quería. Volvió a mirarse de nuevo, esta vez fijándose en el mayor número de detalles posibles.

-Me pregunto cómo serán los Otros -murmuró, mientras extendía sus dos blancas alas hacia ambos lados de la habitación. Miró a un lado. La túnica estaba allí, sobre su cama, esperando que su momento llegara tarde o temprano. Recordó que no podía perder más tiempo, así que se lanzó hacia ella. Tras una breve pelea con los cortes traseros para las alas, el joven ángel salió a toda velocidad de su habitación, atravesando toda la casa a la carrera.

Fuera, en el jardín, su madre le esperaba impaciente. Tan pronto le vio salir por la puerta, se cruzó de brazos.

-Vamos tarde -repitió, severa.

-Lo sé, lo sé -dijo Codrien-. Lo siento.

-Bueno, vayámonos cuanto antes, que a los Organizadores no les gusta esperar.

Dicho esto, la mujer extendió sus grandes y blancas alas y levantó el vuelo. Su hijo pronto la alcanzó; aunque fuera muy pequeño, ya se manejaba genial con sus alas, algo que pocos chicos de su edad podían decir.

El viaje fue corto. Al vivir tan cerca del centro de la ciudad, los portales no quedaban muy lejos. Tras unos minutos sobrevolando los blancos edificios de la ciudad, con sus finas decoraciones doradas, llegaron a la entrada. Ante el pequeño ángel se elevaba un peculiar edificio, construido en el interior de lo que parecía un gigantesco roble. La entrada era un simple agujero de dos metros de diámetro a ras de suelo en su corteza. Una vez dentro, su madre se acercó a la mesa de recepción y preguntó por el portal hacia la Organización. Aunque fue por pura educación, pensó Codrien, porque ella ya debería saber su ubicación con la de veces que había ido. Cuando hubo acabado, se volvió hacia él y le hizo señas para que se acercara.

-Está al fondo de ese pasillo -señaló cuando Codrien llegó a su lado-. No hemos llegado tarde de milagro, así que date prisa. ¿Estás listo?

-Sí -respondió él con una sonrisa-. Listo para cualquier cosa.

-Así me gusta -sonrió su madre a su vez, y le dio un beso en la frente-. Avísame cuando vuelvas.

-Lo haré, tranquila.

Tras despedirse de su madre, Codrien se dio la vuelta y comenzó a caminar en dirección al pasillo. Sin duda, este sería uno de los días más importantes de su vida.

La Tríada de la Armonía I: TinieblasWhere stories live. Discover now