Capítulo 3

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Tras casi media hora sin parar de avanzar, el gran salón se había convertido en un inmenso y monótono pasadizo de luces y sombras. No había ningún color de fondo, simplemente no había fondo. Millones de haces de color blanco o negro se iban superponiendo unos a otros, serpenteando con lentitud en la dirección opuesta a la que llevaban ellos. Todos parecían emanar de algún punto, muy lejano, justo enfrente de ellos, como si estas serpentinas blancas y negras conformaran las paredes de un túnel sin fin.

Codrien frunció el ceño de nuevo. Su compañero no le había dirigido la palabra en todo el tiempo que llevaban caminando, y ya se estaba comenzando a desesperar. No soportaba llevar callado tanto tiempo, pero por otro lado tampoco sabía cómo iniciar una conversación con él. ¿Qué hacía? ¿Decir algo como "bueno, pues parece que vamos a ser compañeros" mientras le dirigía una sonrisa? Puso un gesto serio. En realidad, ahora que lo pensaba no era tan mala idea. Pero podía mejorarla, quizá sin añadir tanto énfasis a la frase...

-No lo hagas.

Codrien pegó un pequeño saltito, sorprendido. No se esperaba para nada que él le quisiera dirigir la palabra, menos aún después de casi treinta minutos sin abrir la boca.

-¿Cómo?

-Estás buscando una manera de iniciar una conversación -explicó el demonio con voz neutral, como si fuera algo evidente-. No hace falta que lo hagas.

Codrien arqueó las cejas, impresionado. ¿Tanto se notaba?

-Bueno, pero...

-Si de verdad quieres hablar, lo mejor será que nos presentemos como es debido -dijo él, apartando por fin la vista del frente y mirando a los ojos a Codrien-. Me llamo Gaulbain Atychía. Soy de las afueras de la Ciudad de Muspelheim, la capital de los dominios de mi especie.

-Esto... -el ángel intentó centrarse-... Yo me llamo Codrien... Codrien Alethéia, y soy de una zona campestre a las afueras de la ciudad del Edén. Bueno, en teoría soy de la ciudad -se corrigió, nervioso-. Lo que pasa es que como no tiene límites definidos, no sé si se considera parte de la ciudad o...

-Cody.

-¿Perdona? -preguntó Codrien, confundido.

-Que te voy a llamar Cody -dijo el demonio, mirándole a los ojos-. Codrien es muy difícil. Además, te queda bien.

-De acuerdo, em... Gaul -le sonrió él, extrañado.

Gaul asintió, complacido. Siguieron caminando en silencio, con la vista al frente. Codrien estaba contento. Su nuevo compañero era bastante frío y directo, pero parecía amigable. Y muy inteligente. Aún no sabía cómo se había dado cuenta de lo que pensaba, sin siquiera mirarle antes a la cara. Frunció el ceño. ¿Estaría él pensando lo mismo?
"¿Y cuánto tiempo llevará pensando en eso de Cody?", se preguntó. "Porque es obvio que me ha escuchado presentarme en el salón del Sumo Maestro". Además, su nombre no era difícil. No entendía por qué el demonio había dicho eso.

-Pues anda que Gaulbain... -murmuró para sí.

El demonio le miró, extrañado. Tardó unos segundos en hablar:

-Mi nombre no es difícil -se defendió, airado-. Puede que mi apellido sí, pero mi nombre es muy simple.

-Perdón -se disculpó Codrien-. ¿Entonces te llamo Gaulbain?

-Eh... No -Gaulbain apartó la vista, incómodo-. No importa. Gaul está bien.

Codrien sonrió, divertido. Gaul era un poco cortado y se mostraba muy reticente a todo, pero en el fondo tenía sentimientos. Volvió a centrarse en el camino, que seguía sin parecer tener un final a la vista. Se preguntó, no por primera vez, cuánto tardarían en llegar a su destino.

-¿Cómo crees que serán los humanos? -preguntó Gaul, sin apartar la vista del frente.

-Bueno, según mi instructor, como nosotros pero sin alas -explicó Codrien-. No me imagino lo que será para ellos no poder volar.

-Supongo que estarán acostumbrados -dijo el demonio-. Pero no me refería a eso.

-Entonces... ¿a qué te referías?

-Quería decir que, si nosotros gobernamos sobre sus acciones, ¿qué sentido tiene que sean como nosotros, o que tengan sentimientos?

Codrien dudó. Nunca lo había mirado de esa manera.

-Un solo ser en tres almas dividido -recordó Gaul-. Si dos de las almas tienen el control sobre el ser, la tercera nunca tendrá relevancia. Estará condenada al olvido.

-Eso no es así -replicó Codrien-. Nosotros no le podemos obligar a hacer lo que hace. Si nos hace caso o no, eso ya es cosa suya.

-Pero sigue sin tener sentido -rebatió el demonio, y miró a Codrien a los ojos de nuevo-. No pueden optar por nada que no digamos nosotros. Sin ti, por ejemplo, nuestro humano sería un maleante, lleno de ira y frustración, egoísta, lascivo y malvado.

-Sé por dónde quieres ir -comprendió Codrien, serio-. Y sin ti, sería un inconsciente de la vida, infantil y cobarde.

-Exacto -respondió Gaul-. Entonces, ¿qué le quedaría sin ninguno de los dos?

-No lo sé -respondió el ángel, volviendo la vista al camino. Poco a poco, las estelas blancas y negras fueron desapareciendo, y fueron sustituidas por una gran oscuridad que cubrió todo a su alrededor. Había pequeños y lejanos destellos esparcidos por todas partes. A la derecha, una gran esfera grisácea giraba a ritmo tranquilo sobre sí misma y, en frente de los dos chicos, bastante más lejos, otra esfera mucho más grande y salpicada por varios colores se encontraba rotando pausadamente-. Pero bueno, quizá pronto lo sepamos.

Los dos se quedaron mirando el planeta que sería su nuevo hogar, sumidos en sus pensamientos. Tras unos minutos, Codrien empezó a sentir cómo algo se revolvía suavemente en su mano. Miró hacia abajo, intrigado, y se sorprendió al ver que no había soltado la mano de su compañero probablemente desde que habían salido del salón. Miró a Gaul, que le devolvió una mirada indiferente. Codrien le soltó la mano, incómodo, y volvió a observar el Planeta Azul. Si a Gaul le importaba algo aquel gesto, desde luego no dijo nada.

La Tríada de la Armonía I: TinieblasWhere stories live. Discover now