16. James

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Han pasado tres días desde que lo vi por última vez. Debo confesar que me siento como una completa estúpida. Lo extraño, extraño verlo, extraño despertar a su lado, extraño que no esté aquí, pero no puedo fingir que nada sucedió. Me duele lo que ha hecho y sé que dolerá por muchísimo tiempo. No estoy lista para perdonarlo. Solo he llorado y lamentado en silencio mientras que nadie me veía. Saben que no me encuentro bien, pero tampoco se atreven a hacer algo por hacerme sentir mejor. Ninguno de ellos tiene la cura para esta enfermedad llamada Adrien.

— ¿Gea, querida? —Llama mi madre al otro lado de la puerta de mi habitación. Pongo los ojos en blanco y me cubro la cabeza con las sábanas color rosa. No quiero ver a nadie en un momento como este. Quiero estar completamente sola, sin tener que fingir que me siento bien, porque no es así.

Mi madre abre la puerta de mi habitación y entra, sin mi permiso, con una bandeja entre sus manos. Me siento en la cama y suelto un suspiro. Sabe que no quiero que me moleste.

—No tengo hambre, madre. —Le digo rápidamente al ver todo lo que hay en la bandeja de madera.

Ella se sienta en la cama y me mira de reojo. Debe de estar molesta, pero no me importa. Ya he comido lo suficiente, no tengo hambre.

—Tienes un niño ahí dentro. —Dice señalando mi vientre. —Y no dejaré que cometas la estupidez de no alimentarlo por culpa de ese imbécil. —Espeta a modo de regaño. Los típicos regaños de mi madre, que muy en el fondo están cargados de razón. —Así que, come. —Asevera tendiéndome un tazón lleno de frutas cortadas en cubitos. Pongo los ojos en blanco y comienzo a comer lentamente. Mierda. No tengo hambre, ¿No puede entenderlo? Pequeño ángel y yo estamos bien, no necesitamos de todo esto. Ya hemos almorzado. No necesitamos comer a media tarde.

Frunzo el ceño y dejo escapar un gran estornudo que resuena como un gran y completo estruendo dentro de la habitación. Me recompongo de nuevo y vuelvo a estornudad. Esa picazón en mi nariz comienza a hacerse cada vez más fastidiosa y provoca que lo haga de nuevo. Mi madre me mira con esa imponente mirada y luego se acerca para verme. Frunce el ceño y coloca su mano en mi frente.

— ¡Santo cielo! —Exclama moviéndose rápidamente. — ¡Tienes fiebre, Gea! —Me grita como si yo tuviera la culpa de ello. Me toco la frente y noto que está algo caliente. Carla se desespera por completo y toma el teléfono de arriba de mi mesita de noche.

—Flora, comunícate con el doctor Ludwig, ahora mismo. —Le dice claramente nerviosa.

Luego, sale de mi habitación y lo único que escucho, son sus pasos de un lado al otro por todo el corredor. Necesito dormir, necesito descansar, no me interesa, tengo sueño, me duele la cabeza y, sinceramente, no tolero mi propio cuerpo. Solo quiero descansar.

Comienzo a tener frío y me cubro con el edredón. Me hago una bolita, mientras que coloco mi mano sobre pequeño ángel, luego muevo mis piernas debajo de las sábanas y comienzo a quedarme completamente dormida. Me olvido de Adrien, de todo lo que siento, dejo atrás la agonía, solo quiero dormir.

Lentamente, comienzo a despertar por causa de las protestas de mi madre que se escuchan por el pasillo. Sus tacones resuenan estruendosamente y hacen que comience a dolerme la cabeza. Me tiro hacia atrás y me cubro con las sábanas de nuevo, como si fuese un día de escuela o un lunes. Me siento patética y realmente mal.

La puerta de mi habitación se abre lentamente. Primero veo a mi madre acercarse y a alguien detrás de ella. Al ver de quien se trata, abro los ojos, invadida por la sorpresa, y acomodo mi cabello despeinado. No puedo creer que se atreviera a hacerlo, no puedo creer que no me haya advertido, ¿Cómo se atreve? ¡Está loca!

PERFECTA 2. Dime que me amas © Deborah HirtWhere stories live. Discover now