e l e v e n

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Rubén recibió la Heineken en su mano, y tomó un sorbo mirando al frente.

Eleanor miraba su silueta, su perfecto perfil izquierdo y poco iluminado por la escasa luz que habían colocado en el salón. Su cabello estaba despeinado, pero hecho a propósito, cosa que le gustaba, y su frente en alto, como un símbolo de valentía. La frescura de una persona lista para comerse al mundo, aunque ni él lo sepa. Sus labios estaban quietos y algo entreabiertos, aunque no se podía ver nada detrás de ellos.

Sí, ella sabía que él la había estado observando mucho en el instituto, pero creyó que sólo era curiosidad. O porque le llamaba la atención. Siendo pelirroja, es difícil distinguir si te miran por burlarse de ti o porque te vuelven loco o loca las pelirrojas. Eleanor creyó que era de los primeros, pero Rubén formaba parte del segundo grupo.

¿Que si era linda? ¡Pff! Para él no había pelirroja más bella que ella. A pesar de que no se lo contó a nadie, su grupo de amigos sospechaba, porque estaba demasiado distraído esos días, cosa no común en él.

En cambio él, creía que lo tenía todo controlado y que ella no sabía absolutamente nada sobre él. Nunca había sido de llamar la atención, excepto en su grupo de amigos. Pero claro, Eleanor era una auténtica observadora y sabía perfectamente quién era Rubén Doblas.

El recién nombrado, por distraído, casi se llevaba de nuevo la lata a la boca.

—¡Eh! ¿Qué haces?

Rubén corrió la cara, sobresaltado, y abrió mucho los ojos por la sorpresa causada por el reproche de Eleanor.

—¿Qué? —preguntó, estupefacto.

—¡Estabas por dar un trago más! ¡Traidor, tramposo!

Él rió. ¿Tanto grito por eso?

Cuando le iba a devolver la lata, una gran idea pasó por su cabeza, y se dispuso a darla a cabo.

Hizo un amago de dársela, y luego estiró su mano hacia atrás rápidamente, haciendo que Eleanor no alcanzase a coger la cerveza.

—¡Venga, tío! ¡Dámela! —se quejó la pelirroja.

Él sonrió, aunque no movió un músculo más. Le dio unos golpecitos con la uña de su dedo índice a la lata. Ella observó su rostro y demostró agobio, soltando un fuerte suspiro y comenzando a acercar las manos tratando de alcanzar la Heineken.

—Oye, ya, esto no me mola un pelo, dame la puta cerveza.

—¡Alcohólica! —se burló él, para luego reír.

Cuando ella hizo su siguiente intento para alcanzarla, quedó tan cerca su rostro con el de Rubén, que sus narices casi se rozaban. Ambos se miraron a los ojos. Ella aún con enfado y él con la diversión reflejada.

No pudo aguantar más, lo hizo. Claro que lo hizo, lo venía deseando desde hacía semanas.

»beer« rdg.Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα