Capítulo 1: Michelle (Parte 3)

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Como el primer día que pasó allí estuvo deshaciendo las dos maletas y colocando todas sus cosas en su nueva habitación, tardó un par de noches en poder ir hasta La petite mort con Sophie. Para presentarse a Madame Beatrix, como su amiga había llamado a su jefa, había decidido ponerse un sencillo pero elegante traje de chaqueta en un sobrio tono gris marengo; su padre siempre le había dicho que dar la impresión de ser serio era primordial a la hora de ir a solicitar un trabajo. Se recogió el cabello en una alta cola de cabello, cogió el bolso y salió del piso en dirección al local.

Sophie la estaba esperando al lado de la puerta del Moulin Rouge. El sol aún dominaba el cielo, comenzando a despedirse de la capital francesa, así que las luces del mítico cabaret aún estaban apagadas. Alzó la mano para saludar a su amiga, y enseguida vio cómo está empezaba a reír mientras la señalaba.

-¿Se puede saber de qué te ríes?- preguntó en cuanto llegó al lado de la muchacha, que negaba sin dejar de reír.

-Tía ¿Dónde crees que vas? ¿A una entrevista para ser la secretaria de un político?- se mofó, dándole un par de palmaditas en la espalda -¡Vas a un local de variedades, Michelle!

-Creí que para una entrevista había que ir elegante…- murmuró, mirándose un instante la ropa. Realmente le sentaba bien y daba la impresión de ser mucho más adulta y madura de lo que en verdad era.

-Cariño, para una entrevista para cualquier otro puesto vas estupenda. Para trabajar de camarera enseñando cacha, vas como una monja- negó suavemente, comenzando a caminar -. No pasa nada, ya te dirá Beatrix cómo vestirte.

No tardaron mucho en llegar a La petite mort. Pese a que en un principio Michelle pensó que sería un local con un gusto soez, se sorprendió al ver que el edificio estaba totalmente remodelado en su interior para dar la apariencia de un lugar no solo erótico, sino también elegante. Tras pasar el marco de la puerta se internó en un largo pasillo con el suelo cubierto por una alfombra de un vibrante color rojo vino. Las paredes mostraban un zócalo de mármol negro con una fina línea decorada en pan de oro sobre la cual comenzaba la pared de yeso, de un blanco marfil haciendo un precioso contraste entre los colores. El pasillo desembocaba en una gran sala a modo de recepción, comenzando un suelo de mármol negro al finalizar la alfombra roja. Frente a ellas había un mostrador de madera lacada tras el cual dos precisas mujeres vestidas con un sencillo corset negro esperaban con una sonrisa.

-¡Ey chicas! ¿Mucho trabajo esta noche?- preguntó Sophie nada más llegar, apoyando los brazos en el mostrador y reclinándose un poco hacia delante.

-Uy niña, no lo sabes tú bien- dijo una de las muchachas, una despampanante pelirroja con un marcado acento irlandés -. Se nota que se ha acabado el verano y que llega la época de la rutina en las empresas ¿eh? Tú hoy tienes tres clientes ya- le tendió una pequeña carpetita, la cual Sophie cogió con cuidado.

-¿Y esta monjita? ¿Quieres que llamemos a Louis para que le de unos cuantos azotes?- preguntó la otra, riendo.

-¡Ey! ¡No te metas con ella, puta!- exclamó Sophie, riendo después –Esta es Michelle, se la traigo a Madame Beatrix para uno de los puestos de camarera.

-Pues con ese traje…- dijo la pelirroja, ladeando la cabecita mientras la miraba de arriba abajo.

-Anda, cierra el piquito de oro y llévala con Madame que yo tengo curro- Sophie se giró hacia ella, con una sonrisa -. Estarás bien. Tú solo compórtate como lo haces conmigo y obedece todo lo que te diga. Con eso el puesto es tuyo- la abrazó con cuidado, despidiéndose de ella. Ver a Sophie alejándose y subiendo uno de los tiros de escaleras hizo que se sintiera insegura. Estaba sola y a merced de aquellas jóvenes que no hacían más que negar cada vez que la miraban.

Unos minutos después la pelirroja la había hecho bajar a un piso inferior; aquel lugar era realmente enorme. Michelle miraba a un lado y a otro sorprendida por la finura y elegancia del interior de un edificio donde se llevaban a cabo verdaderas perversiones. Al posar el pie el final de las escaleras, se dio cuenta del drástico cambio de decoración: mientras que las escaleras habían mantenido el equilibrio entre la madera lacada del pasa manos, el negro del mármol del suelo y el marfil de las paredes, el piso de abajo era tan rústico que todo él parecía excavado en la piedra. Las enormes puertas de madera que había a lo largo de todo el pasillo mostraban en su parte superior un ventanuco con barras de metal: parecía una cárcel medieval.

-¿Qué es todo esto?- preguntó Michelle, mirando a su alrededor. Si ya la visión de aquel sótano le había recordado a las mazmorras que salían en las películas medievales, el sonido de golpes y quejidos no hacía sino aumentar aquella sensación. La pelirroja rió, pasando por su lado y adelantándose unos pasos.

-No te quedes ahí parada y sígueme- comenzó a caminar, sin mirar siquiera si la morena la estaba siguiendo. Michelle corrió un poco para ponerse a su altura, sin dejar de mirar todo a su alrededor. Entre las puertas había dispuestas unas lámparas de pared con forma de antorchas, todo tan rústico que hasta parecía haber cambiado de época -. Estamos en las mazmorras; toda esta zona está ambientada para satisfacer las necesidades y deseos sexuales de los sumisos. Madame Beatrix tiene su despacho aquí abajo; de vez en cuando le gusta tener alguna sesión con sus sumisos más antiguos- iba a seguir haciendo preguntas, pero en aquel mismo momento se escuchó el correr de una cerradura y se abrió una de las puertas que había un poco más adelante.

De allí salió un muchacho alto y fornido, de torso y brazos musculados, brillantes por el sudor que perlaba su piel. Su pelo, cortito y peinado de punta, era negro como el ébano y sus ojos de un color tan claro como la miel. Iba vestido con unos pantalones de cuero ajustados y unas botas de caña media anudadas con correas. Pero lo más sorprendente era que en su mano llevaba una correa negra que acababa en el collar de pinchos de un hombre escuálido del que tiraba; tenía el rostro cubierto por un antifaz, posiblemente para evitar que se le reconociera, y una mordaza que le impedía articular palabra alguna. Lo que más la impresionó fue ver que aquel muchacho caminaba un poco reclinado hacia delante y varios pasos por detrás del primero, con su sexo apenas cubierto por un diminuto tanga de vinilo. Michelle se quedó observando al escuálido hombre y un escalofrío recorrió su cuerpo cuando vio que todo su pecho estaba cubierto de marcas de latigazos y de restos de cera.

-¡Vaya! ¿De paseo con tu mascota, Louis?

-Voy a darle otro castigo, que ha sido un chico malo- dijo el muchacho, entre risas, tirando de la corra y mirando al hombre -. Besa sus pies, vamos.

-Sí, amo- la voz del hombre era fuerte y baja, posiblemente fuera mayor que Louis, y sin embargo le obedecía con devoción. Se puso a cuatro patas en el suelo y besó los pies de la pelirroja antes de acercarse a besar los suyos propios.

-Buen chico. Y ahora vamos, tengo un castigo que imponerte- tiró nuevamente de la correa, obligando al hombre a levantarse -. Nos vemos, preciosas- se despidió con un guiño, continuando su camino.

-Louis es uno de nuestros amos más solicitados tanto por hombres como por mujeres. Deberías ver la lista de espera que tiene- rió la muchacha, continuando también el camino.

-¿Y viene mucha gente? Ya sabes… a estas cosas…

-El sexo es la mejor terapia para todos los males- comenzó la muchacha, con una sonrisa -. Por mucho que sea un tabú y a trabajadores expertos se nos trate como si fuéramos pervertidos o cualquieras, hacemos un bien por la comunidad. A veces una buena sesión de sexo con un profesional puede hacer que todo el stress que un médico no puede quitarte, desaparezca. Y como al igual que hay sabores de helados para todos los gustos, no a todo el mundo le gustan las mismas cosas en la cama, por lo que Madame Beatrix ha creado un verdadero imperio del sexo donde cualquier fantasía puede ser cumplida.

Los Suburbios del SexoUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum