Capítulo 1: Michelle (Parte 1)

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Las luces de Pigalle y la multitud de turistas que circulaban por la zona rodeaban a Michelle. Se había detenido un instante para admirar las brillantes letras del Moulin Rouge, el mítico cabaret que todo extranjero que iba a París quería visitar; incluso los parisinos, dijeran lo que dijeran, se acercaban de vez en cuando a admirar la belleza de sus mujeres. Dejó escapar un suspiro. Sophie había quedado con ella allí para llevarla a su casa, pero hasta que no le dieran permiso para salir no podía recogerla. Bajó el asa de las dos maletas que llevaba, las juntó y se sentó sobre ellas, un poco apartada de la entrada del gran cabaret. No se arrepentía de haberse ido de casa aquella noche, pero le preocupaba enormemente cómo iba a mantener su estilo y nivel de vida ahora que sus padres no le iban a dar ni un solo euro más.

Michelle era la única hija del matrimonio Carliere. Su padre era el dueño del mayor bufete de abogados de toda la ciudad y uno de los 10 más importantes de toda Francia. Desde que tenía memoria había vivido en el Distrito XVI de París, la zona más rica de la ciudad, en un enorme y lujoso dúplex. Jamás le había faltado de nada y sus padres le permitían darse todos los caprichos que quisiera siempre y cuando sacara buenas notas. En el instituto y la prueba de acceso a la universidad había sido una de las primeras en las listas debido a sus excelentes notas, pero el hecho de que su padre la obligase a estudiar la carrera de derecho había echado a perder las ganas de continuar de la muchacha.

A sus 18 años Michelle ya era toda una mujer, de cabello largo y negro, con el flequillo cubriendo parcialmente uno de sus preciosos y almendrados ojos verdes como el césped y enmarcando su fino rostro. Sus labios rosados y sonrisa encantadora convertían a Michelle en una de las bellezas más deseadas en su facultad, incluso algún profesor de los más jóvenes había caído en la tentación de ligar con ella en sus noches de fiesta. De constitución más bien normal y senos de un tamaño mediando tirando ya a grandes, sabía cómo arreglarse y comportarse para llevar a cabo todos y cada uno de sus deseos. Superaba por muy poco las medidas perfectas impuestas por los trabajadores de la moda, pero todo aquel que la veía tenía que reconocer que sus torneados y firmes muslos, bien marcados siempre bajo su ropa, sus nalgas firmes y redondeadas y su busto llenito hacían de ella una mujer deseable y sensual. Era guapa, lo sabía y se aprovechaba de ello. Y se aprovechaba tanto que, cuando quiso darse cuenta, tenía 22 años y aún estaba en segundo de carrera.

Aquella misma tarde su padre había vuelto del bufete muy cansado, justo cuando ella se disponía a salir con sus compañeros de clase. Pero al contrario que días anteriores, su padre la detuvo antes de salir. No parecía nada contento.

-Michelle, tenemos que hablar. Vamos al salón con tu madre- no le dio opción a réplica. Agarrándola del brazo tiró de ella con fuerza. La presión de la mano de su padre era mayor que el resto de veces que la habían regañado por, según ella, exageraciones de la mente enferma y extremadamente conservadora de su madre –Siéntate.

-¿Se puede saber qué pasa? He quedado con unos compañeros para tomar unas copas- dijo Michelle, sentándose en el sofá. Su padre colocó dos sillas frente a su hija, tomando asiento tanto él como su esposa, los dos extremadamente serios. La madre miraba a Michelle con una expresión entre afligida y decepcionada mientras que Norbert parecía intentar controlar una rabia que le nacía desde dentro.

-Michelle, tu madre y yo estamos muy disgustados contigo- comenzó el padre tras respirar un par de veces para calmarse -. Tienes 22 años y aún estás empezando segundo de derecho.

-Es una carrera complicada…

-¡No me vengas con esa, jovencita!- exclamó el padre, alzando el dedo –En su día, cuando comenzaste a salir con tus amigos, acordamos que mientras nos obedecieras y mantuvieras una media alta en tus estudios podrías gastar todo cuanto quisieras.

-¡Y siempre os he obedecido!

-Cariño, rompiste el acuerdo matrimonial con Jean Claude, su madre y yo entristecimos mucho cuando lo hiciste- dijo la mujer en un tono más suave, pero igualmente afligido. Conocía a su madre y aquel era el tono que solía usar cuando quería hacerla sentir culpable. Pero en el tema de Jean Claude jamás se sentiría así.

-Y tus notas han bajado drásticamente desde que comenzaste la carrera. Si apruebas es por los pelos.

-¡Pero voy aprobando! Esa carrera no es nada motivadora para mí, papá- se quejó la muchacha, apretando los puños.

-Bien, pues entonces haremos que haya algo que te motive a estudiar más- se levantó del asiento y se acercó a su hija a grandes zancadas. Michelle se tapó la cara enseguida, esperando que su padre intentara abofetearla. Pero lo único que notó fue cómo le quitaba el bolso de su lado. Entreabrió los ojos para mirarle y, lo que vio, fue peor que una bofetada para ella: había abierto su cartera y cogido su tarjeta de crédito -. No tendrás ni un euro más hasta que no vuelvas a sacar buenas notas.

-¡Eso no es justo!- gritó, levantándose del sofá. Su padre rompió la tarjeta ante sus ojos, tirando los trozos después al suelo.

-Lo que no es justo es que nosotros estemos pagándote los caprichos.

-¡Es vuestro deber como padres! ¡Yo no elegí ser vuestra hija!- gritó, apretando los puños con fuerza. No lo vio venir, pero pronto sintió la mano de su padre marcada en su mejilla. Abrió los ojos como platos mientras le miraba, con la mano sobre la dolorida mejilla. Su padre estaba rabioso.

-¡Si quieres dinero trabaja! ¡Haz con tu vida algo más que ir de fiesta, emborracharte y volver a las tantas! ¡Y si no te gustan mis reglas, vete de casa!

-¡Pues me voy! ¡Estoy hasta el coño de vosotros!- cogió el bolso y subió corriendo a su habitación, cerrando la puerta de un portazo.

Los Suburbios del SexoWhere stories live. Discover now