Espinas y Hechizos

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Al autómata se le notaban los años, a pesar de las monedas que Errik había introducido para que empezara a reproducir algo de música, este seguía trabándose en las mismas partes

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Al autómata se le notaban los años, a pesar de las monedas que Errik había introducido para que empezara a reproducir algo de música, este seguía trabándose en las mismas partes. Miró la última moneda de cobre que le quedaba, las únicas que aquel muñeco recibía, se estaba resignando a que no funcionaba y que había perdido dinero en una esperanza falsa.

Un golpe vino de la nada contra el autómata, dirigido a lo que podía ser su caja torácica. La música inundó el ambiente, Errik miró a quien había dado un propósito al gastar su dinero y no pudo evitar sonreír. La joven llevaba el cabello castaño recogido en un moño sencillo, algunos mechones escapando contra su rostro y un par de binóculos como diadema.

—Lizz —saludó.

—¡Venga, Errik! No puedes solo decir mi nombre si no nos hemos visto en años —Lo abrazó con fuerza. Él la rodeó con timidez y su sonrisa se ensanchó.

—No esperaba verte al fin del mundo —dijo. El abrazo había terminado y ella no lo dejaba apartarse.

—No creí que volvería a verte.

Hizo una especie de puchero. Lizz avanzó entre las personas que pedían cerveza, ocupó su lugar habitual en la barra, reclamando una jarra entera para un momento que debía pasar a la historia: El autómata y La muñeca se encontraban de nuevo. A Errik le pareció un poco exagerado, no era como si no se hubieran visto durante tanto tiempo, habían sido solo cuatro años.

Lizz era ruidosa, hablaba siempre en un tono más alto del que le correspondía a una dama, demasiado efusiva y le encantaban los lugares llenos de alcohol y música. Pero cuando le correspondía, aparentaba ser tímida, una muñeca que podía quebrarse ante cualquier toque, a él le agradaba más la espontanea, aquella que se asemejaba a él resultaba siniestra.

—Te estuve esperando en el puente del Times —dijo inclinándose hacia él, así su voz se escuchaba por encima de las conversaciones y la música—, esperaba verte para el torneo de los hechiceros.

Errik apuró su bebida, odiaba el torneo de los hechiceros, ella lo sabía.

—Trabajo —Sus manos se dirigieron al arnés en sus piernas, del cual colgaba una bolsa que se veía repleta de monedas—. Después de todo para esto nacimos, Lizz.

—Sí, para hacer los trabajos sucios del mundo —El tono era despectivo—. Y no me vengas a decir que alguien tiene que hacerlos.

Se encogió de hombros, era algo por lo que siempre discutían, desde el momento en que sus familias los rechazaron y los obligaron a entrar a uno de esos institutos donde solo entrenaban asesinos. Dejados sin apellidos, sin herencia y con un solo camino para seguir. A él le agradaba lo que debía hacer, tenía una reputación y la gente solía respetarlo, o tenerle miedo, lo cual era casi lo mismo.

—No iba a decirlo. ¿Qué haces tan cerca de Castilla?

—La misma pregunta va para ti.

Dejó de lado la cerveza, se cansaba con facilidad del sabor y la sensación de beberla, podía responder de muchas formas a esa pregunta, pero la verdad era que estaba en busca de un trabajo que le dejara las ganancias suficientes. No importaba lo arriesgado que fuera, necesitaba pagar una que otra deuda.

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