Prólogo

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Prólogo

  La lluvia mojaba la gran ciudad, las sirenas y ambulancias rompían la tranquilidad y el silencio que reinaba en sus calles. En un callejón yacía un cuerpo brutalmente mutilado.

   —Otro más, llevamos tres en esta semana.

   El joven de pelo castaño miró la espeluznante escena. Su nombre era Sammi Hämäläinen aunque todos le llamaban Shandy tenía veintitrés años y era de la fría región de Kainuu, en el este de Finlandia. Sus casi dos metros de altura asustaban, por eso para él era un complejo, sus ojos eran azules y siempre tenía una sonrisa pintada en la cara.

   Uno de los inspectores vio que el cuerpo tenía algo extraño: un ojo era azul y el otro verde.

   —Parece que le han extirpado un ojo y le han puesto otro. —Dijo moviendo los labios.

   —Como los otros cuerpos, a uno le faltaba la lengua, al de ayer le habían puesto un brazo más moreno… cada vez peor.

   —El grado de sadismo es impresionante.

   Cada vez la lluvia era más fuerte y podía borrar las posibles pruebas que hubiera en el cuerpo que tenía por lo menos cincuenta años, era varón y de pelo canoso.

   Dos jóvenes protegieron el cuerpo hasta que llegó el juez y ordenó el levantamiento del cadáver.

En comisaría, los archivos de asesinatos se amontonaban en la mesa de Shandy, quien suspiró al verlos todos desperdigados por el pequeño escritorio.

   —Mañana lo limpio todo. —Parecía decidido.

   —Siempre dices lo mismo.

   —Cállate, Charlie. —Replicó casi gritando.

   —Hasta mañana y descansa bien.

   Se levantó y cogió la chaqueta negra que hacía juego con su camisa del mismo y sus vaqueros azules. Salió por la puerta y se montó en el coche, un Audi A3 bastante antiguo. Puso música para relajarse, sonaba una canción de Judas Priest, le subió el volumen y arrancó.

   Era la última casa que quedaba en la ciudad, la había construido su padre tiempo atrás, invirtiendo en ella todos sus esfuerzos, por lo que tenía un gran valor sentimental para él.

   Era una pequeña casa, las habitaciones eran demasiado oscuras y algunas muy pequeñas, menos la de matrimonio, donde pasó los mejores días con su pareja. Por el pasillo, la tercera puerta era el baño, pequeño también, pero con una bañera bastante grande. El salón era lo más grande de la casa.

   Shandy recordaba a menudo las últimas palabras de su padre desaparecido de forma misteriosa. ''Cuida de la casa'' se repetían una y otra vez en su cabeza, como si de un acertijo se tratase, y una y otra vez intentaba descifrar en vano el sentido de aquella frase.

   Pusieron la denuncia y todos salieron a buscarle pero nadie le encontró. Cinco días después, un excursionista encontró el cadáver detrás de unos arbustos de bayas rojas. Tenía trozos de piel implantados, le habían degollado salvajemente y había símbolos de lucha, ya que el viejo señor tenía las uñas rotas.

   Fue el primer asesinato documentado del “asesino del bisturí”

   Aparcó el coche en el garaje y abrió la puerta de la pequeña casa. Encendió la calefacción y llenó la bañera de agua.

   —Tengo que relajarme un poco, estoy muy tenso. —Hablaba para sí mismo mirándose al espejo.

   Cuando la bañera estuvo llena se desnudó y se metió dentro, el agua estaba caliente como le gustaba a él. Sacó de un armario un bote de sales de baño y esparció unas pocas por el agua, dándole un color azul y un aroma increíble. Se recostó en el reposacabezas y cerró los ojos, pensó en su padre y en su funeral cuando juró que iba a cazar al asesino que había hecho aquello con su querido progenitor.

   De sus ojos escaparon unas cuantas lágrimas que él se ocupó de limpiar apenas las sintió correr por sus mejillas. Definitivamente, ya no era el mismo que en antaño, y eso, le gustase o no, se notaba. Ahora lo único que quería, era vengar la muerte de su padre, y juraba por su memoria, que no descansaría hasta lograrlo.

   El teléfono le despertó, se había quedado dormido en la bañera. Su piel estaba muy arrugada, tanto que incluso le dolía.

   Escuchó la puerta abrirse, era su pareja; le besó y se sentó en el sofá cabizbajo.

   — ¿Qué te pasa? —Le tocó la espalda.

  —Tengo que atrapar al asesino y hacerle pagar por todo el daño que está haciendo a esta ciudad.

   —No pienses en eso, relájate un poco.

   —Tengo que irme.

   —Ya… —Bajó la cabeza.

   —Lo siento, el trabajo me engulle.

   —Ángel City ya no es lo que era.

   —Y que lo digas.

   Fue hacia su cuarto y se vistió, cogió las llaves y se fue cerrando la puerta a sus espaldas. Bajó por las escaleras y entró en el coche; apoyó la cabeza sobre el volante unos segundos y arrancó después.

  Llegó pronto a la morgue, allí había tres bolsas.

   Tom, el forense, cuarenta años, fuerte y bajo, examinaba los trozos de la joven que fueron arrancados.

   —Ya estoy aquí.

   —Pasa Shandy. —Dijo el forense, con una sonrisa.

   — ¿La has identificado?

   —No, solo sé que es una chica.

   El joven se acercó a donde estaba la cabeza y con unos guantes le abrió los ojos, eran de color aguamarina.

   —Era preciosa.

   —Eso parece, pobre.

   —Lo de identificar no se puede ya que no tiene yemas ni pelo… pero al asesino se le olvidó quitarle los dientes.

   —Es verdad ha cometido un fallo, su primer error.

   —Si, de eso no hay duda.

   Miraba los ojos de la joven y la cara, que parecía estar asustada ya que tenía la boca abierta, ¿qué había visto esa joven? Era la pregunta que se hacia el chico de pelo castaño.

   —Por fin apareces, gandul. —Canturreó Charlie.

   —Siempre con lo mismo Charlie, no sé cómo no te manda a tomar viento. —Dijo Tom mientras miraba de reojo a Shandy.

   —Porqué me conoce muy bien, ¿a que sí? —Le dio un codazo en el costado.

   —Arg… eres un pesado. —Se tocó la zona donde le dio.

   —Pronto sabremos quién eres, preciosa.

   Le cerró los ojos y la boca con la mano enguantada en látex.

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© Cristíona O'Hara  -2007-

El asesino del bisturí  ©2013Donde viven las historias. Descúbrelo ahora