—Un día fueron nuestros hermanos, nuestros hijos...

—... dale a un hombre poder y te devolverá corrupción. El clan del Trueno ya es agua pasada, han preferido la comodidad a la verdadera libertad. Deberías ir a ver a Thenteis, necesita de tus palabras; sabes que no soporta ver como su pueblo muere de sed.

Rashid miró el último odre de agua que le quedaba.

—No nos queda mucho más.

—Los míos necesitan agua para las expediciones, no hay otra manera.

—Usamos la poca agua que nos queda con la esperanza de poder encontrar más. Thenteis tiene motivos para estar de mal humor —reconoció Ras—. Pero Rahlor no dejará que nos suceda nada.

Mulhar sonrió y salió de la tienda, sin decir nada.

—Rahlor nos protege —dijo en voz alta para que su dios pudiese escuchar la fuerza de sus palabras.

El elfo terminó sus tareas y caminó hasta la tienda donde debía encontrarse con Thenteis. La cortina estaba entreabierta y escuchaba voces; el lider de la tribu no estaba solo.

—Rashid, puedes pasar —le indicó uno de sus hermanos del desierto que estaba cerca. Era Benjan, uno de los escoltas de Thenteis—. Requiere de tu presencia.

Ras asintió con solemnidad y apartó la cortina con un delicado giro de muñeca. El consejero y amigo de Thenteis tenía el espíritu del desierto pero las formas del bosque.

Su lider estaba reunido con dos hombres más; uno de ellos vestía con el atuendo típico de Oriente, seguramente se tratase de algún samurái. El otro estaba sentado con la cabeza agachada. Una túnica con capucha le cubría todo el rostro.

—Thenteis —saludó cordialmente.

—Rahlor nos bendice con tu presencia —el humano se acercó al elfo y lo abrazo fuerte, algo muy común entre la gente del desierto—. Te presento a dos viajeros.

—Hombres de negocios —interrumpió el encapuchado—. Thenteis ha insistido en que no hablaría sin tu presencia.

—Rahlor no confía en los que tapan su rostro, yo tampoco —Rashid no temía decir lo que pensaba, era un hombre valiente y la luz del dios del desierto estaba con él.

El hombre misterioso se mantuvo en silencio.

—Por favor, Rashid, acompañanos—propuso Thenteis, más impaciente de lo normal. El humano había sido un referente durante decadas para aquella tribu y su talante y tranquilidad eran su seña de identidad.

—¿Qué está pasando, Thenteis? —preguntó al oído de su amigo—. ¿Quienes son?

—Soy el ajedrecista —alzó la voz el encapuchado—. Los nombres que nos dieron nuestros padres no tienen cabida aquí. No tenéis agua y yo puedo proporcionarosla.

Rashid se sentó en el suelo, despacio y sin perder de vista a Thenteis.

—No creo que haya sido el altruismo la razón de este encuentro —dijo Thenteis.

—Ridley —pronunció el samurái. El ajedrecista giró la cabeza hacía el samurái y éste agacho la cabeza rápidamente.

—Los hombres del desierto tenéis fama de ser buenos en vuestro trabajo —comenzó el ajedrecista—. El Señor del Sueño ha regresado.

El rostro de Thenteis se ensombreció y miró a Rashid, evitando cruzar la mirada directamente.

—Aceptamos —sentencio el lider de la tribu sin consultar a su consejero.

El legado de Rafthel II: La danza del fuegoΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα