21. El momento adecuado

16.2K 1.3K 93
                                    

Lenna.

Estaba sentada viendo a la nada mientras Adrián, los socios de la empresa y Ángel, que era el abogado de la familia desde hacía un par de meses, tenían la vista puesta en mí.

Tenía un hueco en el pecho que parecía hacerse más grande a cada segundo. Hacía dos días había sido el funeral de mi familia y ahora estaba aquí sentada frente a todas estas personas que no hacían más que tratar de presionar para que tomara la dirección de todo cuanto antes. Comenzaba a creer que cualquier otra persona estaría más capacitada que yo para el cargo.

Firmé una hoja en la que autorizaba a la junta a tomar decisiones sin consultarme durante un periodo de dos meses, después de ello estaba obligada a volver y tomar el control o encontrar alguien que pudiera hacerlo.

Salí prácticamente volando con mi marido a mi lado. Lo único que deseaba justo ahora era estar sola y Adrián no me dejaba en ningún momento. La casa estaba en completo silencio, seguramente Zoe estaba dormida y como yo ya no podía amamantarla me encerré en el despacho.

No quería despedirme.

Si todo salía bien volvería con mi hija, con mi marido y me haría cargo de lo que debía; de lo contrario sólo esperaba librar al mundo de Vladimir.

Caminé hacia la estantería y pasé los dedos por las costillas de unos cuantos libros. Tomé aquel en el que había escondido la carta de Adrián y me senté en el suelo.

Acaricié la portada del libro, que casualmente era Crepúsculo, sonreí a sabiendas que Adrián ni por curiosidad se acercaría a él.

Cuando Adrián me dio la carta me pidió que no la abriera hasta que estuviera preparada. Ahora, a unas horas de ir con ese monstruo y de algo de lo que tal vez no volvería, sabía que el momento adecuado había llegado.

Rasgué el sobre y saqué un pequeño montón de hojas perfectamente dobladas.

Querida Lenna:

Oh, Dios eso se ha escuchado tan patético... No quería empezar una carta así, de una manera tan cliché y poco pensada pero es lo que salió.

En el cesto de basura hay bastantes hojas hechas jirones, por lo que debo confesar que esta no es la primera que escribo y comienzo a sentir culpa por tantos árboles que dieron su vida para terminar en el cesto. Siempre que lo intento comienzo por una cosa y termino en otra. Perder el objetivo cuando tú eres lo único en lo que pienso de una u otra forma no sales de mi cabeza no es algo difícil de creer.

Cuando te conocí estabas peinada de dos trenzas, y juro que creí ver la mejor obra de arte del mundo, mirando atenta todo lo que ocurría. Debías tener siete u ocho, y yo doce, aunque no entendías mucho. Vi tu ceño fruncirse cuando pronunciaron la palabra compromiso, supongo que captaste la idea principal cuanto mencionaron nuestros nombres.

Dios sabe cómo desee que reaccionaras de alguna forma, que te comportaras como una niña de verdad y comenzaras hacer algún tipo de drama (Claude los hacía todo el tiempo y siempre obtenía lo que quería), para evitar que eso pasara.

¿Qué clase de niña simplemente asiente? Haz sido diferente desde siempre.

Un rato después de eso te acercaste a mí, te sentaste a mi lado e intentaste mirar el Sol fijamente.

Recuerdo haberte dicho tonta cuando vi lágrimas comenzar a descender por tus mejillas. Hoy sé que en ningún momento quisiste ver el Sol, supongo que fue tu manera de decir que te desagradaba tanto como a mí.

Unos años después volvimos a vernos, tú tenías trece y yo casi dieciocho, ya no eras la niña de antes pero aun así la idea de estar contigo no me agradaba. Yo estaba disfrutando de la adolescencia, el sexo, alcohol, y todo lo que se ponía enfrente, a todo lo que daba y tú habías dejado tus muñecas atrás hace poco. Verte con la cabeza metida en un libro me asombraba, tu manera de ignorarme era algo digno de admiración. Incluso me molestaba cuando te lanzaba bolas de papel por diversión y no hacías nada para evitarlo, en vez de eso te concentrabas más en el libro y lograbas eliminarme de tu mundo.

Un día pasé por tu habitación, el sonido de los aullidos de mi hermana fue lo primero que logré escuchar para después verte bailando y saltando con un peine en mano siendo utilizado como micrófono.

Escucharte cantar fue maravilloso, pero nada en comparación con ver tú sonrisa en ese momento. Creo que fue la primera vez que te vi reír de verdad. Esto sonará enfermo pero supe que eras la niña con la que quería pasar el resto de mi vida y no, no me importaba tu edad.

Te dejé de ver un tiempo más, un año creo, y cuando te vi me pareciste distinta. Ya no eras la niña que sonreía con disimulo. Ni siquiera mi hermana lograba hacerte reír.

Mis padres decidieron no decirme lo que había sucedido. Cuando lo escuché, cuando lo supe yo... me enfurecí. Casi me vuelvo loco.

No podía creer que la niña que había visto crecer hubiese pasado por todo ello.

Tal vez no lo recuerdes, pero aquella noche en la que intentaste privar al mundo de tu sonrisa, yo fui quien te encontró. La imagen que tengo tuya, bañada en sangre es algo tan difícil de sacar de mi mente como tu sonrisa.

Quise matar a mi tío por hacerte eso.

Lenna, amor mío, mi corazón ha sido tuyo desde el instante en que te vi. Nunca he tenido tanto miedo como cuando creí que te perdía. Subí a la ambulancia contigo, nadie pudo evitarlo, te dije mil veces que te amaba. Quería que abrieras los ojos y me sonrieras... que me ignoraras, lo que fuera. Lo único que hiciste fue apretar mi mano, un movimiento débil que me resultó apenas perceptible. Luego de ello tu corazón dejó de latir y sentí mi mundo caer.

Sé que eres una mujer fuerte, a quien no le gusta depender de nadie; pero también te he visto caer y soy consciente de lo frágil que puedes llegar a ser.

Mientras te veo dormir a mí lado no puedo evitar soñar con una vida llena de noches y amaneceres a tu lado. Una vida en la que estés conmigo cada mañana, cada noche, cada segundo. Hace unos momentos susurraste su nombre entre sueños, Ángel, daría tanto por ser yo a quien desees de esa manera...

Para cuando leas esta carta espero que me hayas elegido, espero que me ames para ese entonces... si no es así, si no es mío tu corazón, así seas mi esposa y hayas hecho los votos jurando estar conmigo hasta que la muerte nos separe, te dejo libre. Si le amas a él, te dejo en libertad.

Quiero que seas feliz, que sonrías de esa forma en la que tus ojos logran verse casi grises y aparece esa línea en tu frente. Aún si decides que no soy yo, quiero que sepas que soy tuyo, que te pertenezco en cuerpo y alma.

Te amo, Lenna.

Adrián.

Las lágrimas corrían sin cesar por mis mejillas. Detrás de la última hoja de la carta venía un acta de divorcio firmada ya por él.

Me tragué un sollozo.

¿Cómo podía haber estado tan ciega? Adrián siempre estuvo allí. Aquella ocasión, en la que casi moría, no había soñado sus "Te amo".

Abracé la carta sin importar si la arrugaba o no.

Tomé papel y una pluma para garabatear algo rápido. Lo dejé sobre el escritorio y me escabullí hacia la cocina para salir sin ser vista. Habían pasado años para esto, pero era el momento de terminar con todo.

Tenía que volver por mi familia. Debía hacerlo sin importar cuanto costara. 

Ecos de amor (#2 PeR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora