3. Difícil

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Lenna

Comencé a correr, odiaba llegar tarde y el sueño había ganado. Subir las escaleras con una barriga del tamaño de una pelota de playa y zapatos de tacón, en realidad, es la cosa más difícil del mundo.

Revisé el horario que Hanna había armado por mí y busqué el salón como loca.

Llevaba tanto tiempo sin pisar la escuela que había olvidado por completo donde estaba todo a excepción de la cafetería.

-Llegas tarde- Max, mi amigo pelirrojo, salió de la nada provocándome un mini infarto.

-Me asustaste- pasó un brazo sobre mi hombro y me pegó a él.

-Te he extrañado- se incinó y dejó un beso en mi vientre-. Seré tu tío favorito.

-¡Woah! ¿Qué hiciste con mi chico frío?

-Lo mandé al demonio por hoy- caminamos por el pasillo, olvidándonos por un momento de lo tarde que llegábamos-, mi mejor amiga estuvo lejos casi medio año, debo aprovechar el tiempo.

Sonreí. Ahora me alegraba de haber vuelto, y también que Max hubiera dejado la escuela un semestre para no abandonarme por completo. Al menos esa era la versión que dábamos a los demás.

-Eres genial.

-Lo sé- sus ojos café se iluminaron por completo y sus mejillas se tornaron ligeramente rosas, se veía casi adorable- ¿Qué harías sin mí?

-Era demasiado lindo para ser cierto- enterré mi codo juguetonamente en sus costillas haciéndolo reír.

Entramos al salón, completamente ajenos al mundo. Podía sentir las miradas de todos sobre mi vientre, una que otra chica de la larga lista de conquistas de Adrián me regalaba una mirada desdeñosa.

No era así como habíamos terminado casados pero no se podía impedir que la gente hablara.

En estos meses habían pasado tantas cosas, y había tanto que contar que el tiempo parecía no ser suficiente.

Escogimos los lugares más alejados de la pizarra que encontramos, por suerte el profesor aún no llegaba.

La mano de Max se detuvo en mi vientre acariciándolo con ternura de nuevo.

-Si hubieses elegido huir conmigo yo sería el papá- sonrió divertido.

-Solo en tus sueños.

El salón quedó en completo silencio de un momento a otro, dejándonos solo a Max y a mí en medio de un ataque de risa. Todo el mundo se sentó firme y puso atención al frente.

Los imitamos.

Un escalofrío recorrió mi espalda. En toda la universidad sólo había un profesor que causaba semejante ambiente.

-Buen día a todos- levanté la cabeza como si tuviera un resorte en ella.

Max abrió los ojos tanto como yo.

Instintivamente llevé mis manos a mi vientre, como si así él no lo notara.

-Mataré a Hanna- Susurré por lo bajo.

-Somos dos- mi amigo asintió susurrando- ¿Deberíamos salir?

No hubo tiempo para contestar.

Ángel estaba allí justo frente a mí; fue un deja vú cuando recorrió el aula con la vista y me ignoró para al final reconocerme.

Esta vez su sonrisa fue reemplazada por una mueca que me heló el alma. Sus ojos me recorrieron y quedaron fijos en mi vientre, me removí incómoda en la silla al tiempo que él palidecía.

Eso pareció ser suficiente para sacarlo del trance.

Debo decir que fueron las dos horas más largas de mi vida, intenté ignorar por completo sus miradas y sus provocaciones. Me obligó a participar en clase todo el tiempo haciendo caso omiso de todo aquel que levantara la mano.

Si su intención era humillarme no le di el gusto. Había leído todos los libros de este curso antes de volver.

Tan pronto como sonó la campana salté de mi asiento con Max imitándome. Aproveché que todo el mundo me cedía el paso para ir a buscar a mi "adorable" amiga. Le arrancaría la cabeza a esa Barbie.

Entré a la cafetería atrayendo la mirada de todo el mundo; no era normal que alguien siguiera estudiando estando casada, y menos aún embarazada. Escanee el lugar en busca de la cabellera encendida de mi amiga.

Hanna se levantó corriendo hacia mí.

Sus brazos me envolvieron de una forma casi asfixiante, pero así era ella.

Por un momento olvidé lo enojada que estaba y me concentré un su abrazo.

-Estás muerta- mi voz salió entre cortada a causa de las lágrimas retenidas que el reencuentro me había provocado.

-Me pediste que tus clases fueran con los mejores profesores- se disculpó sonriendo inocentemente-, Ivashkov encabeza esa lista.

Levanté la ceja cuestionándome los verdaderos motivos de sus elecciones respecto a mi educación.

-¡Tienes que mostrarme todas las fotos que tomaste!- me arrastró a la que habíamos nombrado como nuestra mesa­- Quiero saber absolutamente T.O.D.O.

-Ernesto- me sorprendí al encontrar al novio de mi amiga sentado con las narices totalmente metidas un libro sobre la historia de la literatura inglesa-, que sorpresa.

Se levantó para darme un abrazo.

-La sorpresa es mía, creí que Adrián no te dejaría volver.

-De hecho me obligó a hacerlo -rió. De alguna forma se le veía más feliz estando aquí que con su terrible familia- ¿Cómo llevas lo de ser desheredado?

-Maravilloso- le dedicó una mirada tierna a Hanna, que provocó que ella se sonrojara-, nunca creí que eso de "el dinero no hace la felicidad" fuera tan cierto.

-Si necesitas algo...

-Con el trabajo que me ofreciste es más que suficiente.

Asentí.

Me alegraba que después de todo ellos estuvieran luchando por lo suyo y que Hanna hubiera dejado al fin su terquedad de lado.




Max había desaparecido justo antes de la última clase por lo que no me quedó más opción que ir sola.

Los pasillos se vaciaron tan pronto llegó la hora de salir. Me vi sola entre los pasillos demasiado pronto para mi gusto.

Me alegraba volver a este lugar. Dejé que mi mente vagara mientras mis pies me dirigían a la salida de manera casi automática.

Unos pasos antes de llegar a la puerta choqué contra algo.

Un aroma sumamente particular nubló mis sentidos.

Mi estómago no se quejó lo suficiente como para correr al baño y mi viaje al suelo era inminente. Antes de caer las manos firmes de Ángel me sostuvieron.

Mis ojos se clavaron en los suyos y sentí el mundo desaparecer. Tomó toda la fuerza de voluntad que había en mí separarme de él.

-Gra... gracias, profesor- fingí arreglarme la ropa deseando escapar de allí.

Sus ojos volvieron a detenerse en mi vientre y después de un suspiro habló.

-Te ves hermosa.

Sentí el calor llenando mi rostro.

-Debo irme- esperaba que no notara lo que provocaba en mí.

Pasé a su lado intentando no rozarlo.

Esto iba a ser lo más difícil del mundo.

«Con que el tiempo cura todo, ¿no?».

Pensé en las veces que mi abuela había dicho esas palabras con total convicción y jamás imaginé sentirme así de engañada.

Ecos de amor (#2 PeR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora