23.

2.7K 195 4
                                    

Abigail me condujo hasta su habitación, donde nos encerramos por horas y le conté absolutamente todo menos nuestros íntimos momentos de por la noche.

De algún modo quería quedarme eso solo para mí, quería que eso siguiera siendo nuestro, que fueran nuestros pequeños momentos de intimidad, de complicidad y de exclusividad.

Abigail, como esperaba, me consoló, me escuchó en todo momento, me dio su hombro para llorar y secó mis lágrimas con sus propias manos, como habíamos hecho siempre.

Por su parte ella, ahora que me tenía aquí, también se desahogó hablando de mi hermano, de lo que había pasado últimamente entre ellos y lloramos juntas.

Llorábamos por diferentes motivos, sí, pero era reconfortante hacerlo juntas porque no nos sentíamos tan solas de esta manera.

Cuidamos la una de la otra como habíamos hecho, literalmente, toda la vida.

Quedamos en que ambas teníamos que superarlo. Ninguna de las dos habíamos pasado esto por ningún hombre, jamás, pues era la primera vez que ambas nos enamorábamos.

Él no me había venido a buscar, solo me había escrito o llamado, pero no había intentado tomar el primer vuelo y venir, que era lo que, en el fondo, yo esperaba.

Una vez más, no hacía lo que esperaba que hiciera y eso dolía haciéndome pensar que tenía que dejar de esperar que iba a hacer cosas que no iba a hacer o que no iban a pasar.

Me odiaba así que ¿por qué iba a tomarse la molestia de gastar dinero en venir a buscarme cuando yo no le importaba?

Solo se disculpaba porque yo había sido capaz de haberle besado antes de irme.

Me seguía autoconvenciendo de que había hecho lo correcto aunque una parte de mí, la parte sentimental, me había dicho que fue el mayor error de mi vida.

Salí de casa de Abigail ya casi siendo la hora de cenar. Había pasado todo el día con ella en su casa, incluso comí en ella como cuando éramos pequeñas o como cuando yo aún seguía aquí antes de irme.

Me despedí de su madre y de su padre, que acababa de llegar de trabajar, y comencé a caminar hasta mi casa cuando aún se podía ver a pesar de la hora.

Cuando iba caminando, sentía una mirada en mi persona, así que miré hacia todos lados buscando de donde venía, pero al no encontrar ni ver a nadie, aceleré el paso.

No me gustaba esa sensación, y menos, sabiendo quién podría ser.

Al llegar, con mis ojos hinchados de llorar, mis hermanos, los cuatro porque Jake también estaba, junto a mi padre, estaban esperándome en la sala.

-Ayer no me fue a buscar nadie al aeropuerto. -Les dije con dolor sin siquiera saludar.

-Nunca nos escribiste. -Dijo mi padre.

-Lo hice antes de irme de mi cas... De casa de Mike. -Rectifiqué sentándome en el reposabrazos de uno de los sofás.

-No, ninguno recibimos un mensaje tuyo ayer. -Habló, esta vez, Brian.

Comprobé mi teléfono móvil para ver que era verdad que, en vez de haberle mandado un mensaje a alguno de ellos, nunca lo hice.

Con los nervios del momento, lo escribí, sí, pero no se lo mandé a nadie.

-De todos modos los llamé y nadie me contestó. -Volví a decir jugando a darle vueltas a mi teléfono en las manos.

-No te esperábamos en casa, Kay, estábamos en una cena con los productores del nuevo álbum y no teníamos los móviles operativos. -Respondió mi padre y suspiré cansada.

-Bueno, vale, es igual. Ya pasó. Estoy bien y estoy aquí. Ahora solo me voy a concentrar en el nuevo álbum, en cantar, conciertos, firmar discos, entrevistas o lo que sea que haya que hacer y ya está. -Dije sentenciando.

-Katie, pero no estás bien y... -Me habló Jake y sabía lo que me iba a decir.

-Sí, grandullón, estoy bien. Se acabó. -Le dije.

-Bueno, vale... -Respondió con un suspiro y yo miré a mi padre.

-He oído las canciones que me mandaste. Elegí unas cuantas, te diré el nombre ahora y, si todos estamos de acuerdo, mañana a primera hora empezaremos a grabar y no saldré de ese maldito estudio hasta tener el álbum terminado. -Mi padre asintió lentamente.

Me levanté y fui a mi habitación de nuevo. Me duché rápidamente, curando la nueva adquisición en mi piel hecha por Blake, me puse el pijama y me senté en el escritorio.

A pesar de tener esas canciones que me mandó mi padre, me pase toda la noche escribiendo algunas más que se venían a mi mente, recordando, desahogándome como había estado haciendo toda la vida.

(...)

Ya era día 18 de diciembre y no había salido del estudio de grabación para nada, ni yo, ni mis hermanos ni mi padre hasta que tuvimos el álbum completo hecho, entero y acabado en un tiempo récord, en apenas una semana.

El día 22 daríamos un concierto por todo lo alto para presentarlo y ya estaba anunciado en todas las redes sociales, todo el mundo hablaba de él, en la radio, en la televisión.

Era una locura.

Yo no tenía ganas de subirme a un escenario en mi condición actual, pero era mi trabajo y quería, tenía, que hacerlo para poder pasar página, para olvidarme de todo al menos el tiempo que durara el concierto.

No comía y no dormía. No había atendido al teléfono en estos escasos días, ni una llamada o mensaje había sido visto por mí, pues si quería ver y hablar con Abigail, iba a su casa o ella venía al estudio.

Néstor seguía escribiéndome y llamándome pero sabía que, si me mandaba un mensaje más o me llamaba otra vez y yo lo veía, iba a acabar por responderle.

Quería decirle que me arrepentía de todo, que quería volver con él, que mi vida era un completo vacío, que lo necesitaba para todo, así que había optado por no llevar nunca el teléfono encima.

Estábamos en el ensayo del concierto y, cuando me tocaba cantar, solo me podía imaginar que él estaba ahí viéndome, diciéndome que le gustaba oír mi voz.

Eso sin contar que, cuando tocaba una canción que me recordaba a él, me ponía a llorar porque la había escrito así, para él, para que cuando la escuchara se acordara de mí, de nosotros.

Al acabar el ensayo después de ocho horas sin descanso, simplemente nos bajamos del escenario y fuimos al backstage a relajarnos.

Yo me alejé y fui al baño a refrescarme y de paso a mirarme en el espejo apoyándome en el lavabo con un cansado suspiro.

Mis ojos estaban hinchados entre morados y rojos de no dormir, de estar veinticuatro horas en el estudio de grabación y de no cuidarme como solía hacerlo.

Mi piel había perdido color. Mi pelo, a pesar de seguir siendo azul, estaba más apagado. Mi ropa era un desastre porque me ponía lo primero que veía y me daba igual ir mal.

En tan poco días me había afectado como si hubieran pasado meses desde que me fui y apenas había pasado una semana y un día de aquello.

No me socializaba. Me sentía borde, antipática. Si alguien me hablaba solía salir mal de la conversación. Discutía con mi padre, con mis hermanos e incluso con Abigail alguna que otra vez.

Estaba en una situación completamente insoportable, ni yo misma me aguantaba a veces y creí que apartarme de todos sería lo mejor, por eso había optado por ignorar todo cuanto había o pasaba a mi alrededor.

Cuando volví con mis hermanos y mi padre, solo con una seña me hicieron saber que volveríamos a ensayar, así que agarré el micrófono, subí de nuevo al escenario con ellos y continuamos hasta que ya era de noche.

I hate you, don't leave meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora