Tom

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Faltan diez minutos para las tres. El reloj que está colgado justo arriba de la pizarra, debe de tener algún truco para que avance más lento, estoy casi segura. Lo único bueno de todo es que es viernes, y en cuanto el timbre suene, no tendré que preocuparme por ¿qué hora es?, hasta el lunes por la mañana.

En la orilla de mi cuaderno no puedo hacer otra cosa más que escribir mi nombre entrelazado con el de él; una y otra vez. Ahora que lo pienso, voy a tener que arrancar esa hoja y un par más porque la señorita Fitzgerald es muy especial con respecto a la presentación de los cuadernos de trabajo, aunque en estos momentos está tan concentrada en calificar los reportes de la clase, que ni siquiera se da cuenta que Erika Preston, quién se sienta justo frente a mí, está  encorvada y comiéndose unas galletas.

Puedo oler la esencia de vainilla, y supongo que Cecile Ethelbert también lo ha hecho, porque le está haciendo señas para que le comparta por lo menos una. Pero al fin, suena el timbre de salida; y Cecile pega un brinco metiendo todo en su mochila en menos de un parpadeo. Yo también pongo mis cosas en la mochila, mientras que la señorita Fitzgerald nos desea un buen fin de semana y lo mejor, es que no ha dejado deberes.

Volteo para ver si Rachel Foss, mi mejor amiga que se sienta unas sillas más atrás, ya está lista; y sonrío al ver que ya viene hacia mí poniéndose su boina. Al salir del salón, inmediatamente me azota en la cara la brisa fría. Como yo no traje mi boina, no tengo otra opción más que ponerme la capucha de la sudadera.

Avanzamos junto a las demás bajando escaleras, y cruzando el patio principal. La gran mayoría ya está haciendo planes. Lo sé por los murmullos nada disimulados de las chicas que van a mi lado. Rachel y yo, por primera vez no tenemos planes. Quizás el domingo después de la iglesia, nos escapemos para ir a tomar un té a la cafetería Candella. El lugar es un sueño hecho realidad con sus mini bollos de red velvet y canciones suaves y románticas.

Los árboles de la entrada del colegio, mueven sus ramas secas a causa del viento y las nubes se amontonan todas grises, anunciando más lluvia. Escucho un par de exaltados murmullos enseguida de mí. Alicia Kensignton, una de mis compañeras de clase, señala la puerta mientras suelta un suspiro. Automáticamente miro hacia el frente, mientras que me da un brinco el corazón.

No lo puedo creer, simplemente no lo puedo creer. 

Rachel me da un codazo, lo cual confirma que lo que estoy viendo no es producto de mi imaginación. Tampoco es un chico meramente parecido, ni nada de eso. Quién está ahí, detrás de las rejas, con una rosa en sus manos, es sin lugar a dudas, Tom.

Mi corazón golpea violentamente contra mi pecho y estoy casi sorda. Sigo caminando, quizás por inercia, porque mi cerebro no está atento para nada, está más ocupado en encontrar razones creíbles de porque está aquí. Las piernas me tiemblan, y no puedo evitar sonreír. Lleva puesto el uniforme de la Academia Winchester. He visto a un par de chicas de último año que tienen novios ahí, y esa corbata a rayas color azul marino y turquesa es inconfundible.

Después de lo que me parece una eternidad, atravesamos las rejas, y la prefecta Wilkinson ya no puede ejercer su autoridad sobre mí. Aunque, si ella ve algún comportamiento deshonroso, entonces tendré problemas; pero supongo que lucir como una completa idiota con una sonrisa de oreja a oreja, no califica como faltas a la moral.

Ya estamos frente a él, y por un momento veo que sus ojos se dirigen a Rachel y mi corazón se desinfla. Viene a buscarla a ella...

Mi garganta me duele porque tengo unas tremendas ganas de llorar. Soy una estúpida con letras mayúsculas. Tengo que irme de aquí cuánto antes, pero entonces veo como Rachel comienza a charlar con Cecile y ambas se alejan a un par de pasos de nosotros.

TomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora