Isabel cerró la puerta y torció los labios en una clara mueca de fastidio― Espero que lo tenga o lo pierda de una buena vez, no quiero seguir escuchándola gritar. 

― Eso es grosero, incluso viniendo de ti. ―comentó Paulina, sentada en el afeitar de la ventana mientras seguía a su hermana gemela con la mirada cruzar la habitación y luego sentarse sobre la cama de dos plazas que compartían. El largo camisón de dormir que la cubría desde el cuello hasta más abajo de los pies se arremolino en un amasijo de telas y encajes cuando subió las piernas y las cruzó. 

A pesar de que eran dos gotas de agua para la mayoría de las personas, con sus cabellos rojo fuego por la cintura y piel pálida, eran diferenciadas a simple vista solo por sus iris. Pero quien pasara conviviendo más tiempo con ellas rápidamente notaba las grandes diferencias entre ambas. Donde la pequeña Paulina era toda risas y curiosidad, Isabel era lo opuesto, calculadora y desdeñosa con sus acciones.

En muchas ocasiones Paulina la había envidiado en silencio porque esta poseía la habilidad para curar como su madre, pero Isabel no tenía los mismos intereses y en más de una ocasión decidió prestarle más atención a la teoría que a la práctica. Para ambas era un privilegio saber leer y escribir en esa época, y no estaba muy bien visto que una mujer sin importar su posición social supiera hacerlo. 

― No, no lo es. El Rey John Lackland se enterará que estamos aquí por su culpa y nos cazará como ha hecho con otras mujeres. ―espetó― O peor...lo hará la inquisición por él. 

Una curva malévola surcó la comisura de los labios de Isabel en una media sonrisa. Algo que no se veía muy a menudo en una niña de solo siete años.  

― ¡No lo digas ni en juego hermana! ―chilló molesta Paulina y se puso de pie alarmada. 

No era ningún secreto que en los últimos años se habían tomado la tarea de acusar a cualquier persona de brujería, si corrías con suerte te ahorcaban, si no...bueno, debías prepararte para las torturas y luego la hoguera. 

― No estoy jugando, vuestra madre debería dejar a un lado sus problemas con nuestras abuelas y sacarnos de este lugar. No pertenecemos aquí y lo sabes. ―sus palabras sonaron frías y sus ojos reflejaron el resentimiento al pronunciarlas. 

― Quizás lo hace por alguna razón, nuestro padre era de aquí. 

― "Era", en pasado. Ahora estamos sólo nosotras tres en un pueblo lleno de chismosos oportunistas. 

Isabel sabía que cualquiera se vendía o vendía a sus conocidos por un par de chelines, en especial durante el invierno y ella temía por todas. Ligeramente molesta por la ingenuidad de su hermana, se bajó de la cama y avanzó hasta un pequeño librero donde tomó un grueso libro. Al abrirlo y pasar rápidamente las páginas cientos de dibujos, recortes y una letra cursiva escrita a mano relució entre en las hojas. 

― Estuve investigando y con este libro podemos volver a nuestra tierra, a donde pertenecemos ―continuó diciendo mientras pasaba las páginas distraída, Paulina se acercó hasta ocupar un lugar a su lado― No será complicado cruzar el bosque hasta las faldas de la cordillera. 

― En el bosque hay lobos y otras bestias, no llegarás muy lejos. 

― Ya lo hice.

Paulina abrió muchos sus ojos y se alejó un paso al escuchar la forma despreocupada en aquella sentencia, lo suficiente para mirarla como si fuese la primera vez. Si algo tenían era que se compartían todos los secretos, desde los más mínimos y muchas veces no necesitaban palabras para saber lo que la otra quería decir, solo con una simple mirada bastaba. Pero aquello era como una traición y eso le dolía. 

AntebelluM - 30 Seconds to MarsWhere stories live. Discover now